domingo, 15 de agosto de 2010

No estás

Aún no entiendo que no estás,
aún no me cabe tu ausencia.
Me pesa
tanto
tu nada
Tu vacío en la tierra

Aun no creo que no estás
Que ya no respiras
Que ya no lates ni hueles ni miras

Adoro como mirabas
Adoraba como miras

Las huellas de pisadas
Que no marcas
Se me clavan

No me escuchas ya.
Siempre has estado lejos


Ojalá hubieses vuelto a tiempo

sábado, 14 de agosto de 2010

Sara

Ha empezado a llover. Lo amenazaba el tiempo hacía días, y hoy por fin esas nubes negras desatan su ira. Siento como si explotara la tormenta por mi, como si se precipitase la de fuera para no inundarme dentro. Lo agradezco y me concentro en contemplar cómo se estrellan las gotas contra mi ventanilla. Algunas no llegan, impactan contra el suelo, deshaciéndose en miles de partículas. Lo prefiero así. Eran ellas o mis lágrimas.
Observo cómo una gota se rompe en pequeñas partes, imposibles de juntarlas, y pienso que quizá la vida sea como una gota de agua, no importa si dulce o salada.

Hace apenas diez minutos que he subido a este autobús. No está lleno. Unas veinte personas viajamos en silencio. Todos solos. Por distintos motivos todos vamos de negro.
El ruido perezoso del motor rompe el silencio, al cual se suma el tamborileo de la lluvia, creando un sopor de sueño. Todo está oscuro. Todavía no amanece, ni fuera ni dentro.

Me recuesto en mi asiento y apoyo la cabeza en la ventana. Veo pasar luces. Cierro los ojos un instante, pero los abro enseguida. No quiero dormirme.
Las luces, que estáticas serían puntos, se alargan en este movimiento formando líneas sinuosas. Son haces. A veces siento que cobran formas.
Un hombre tose discretamente dos asientos más atrás que el mío. No me giro. Las luces se van unos instantes,cuando atravesamos tramos sin edificios, y luego vuelven, vuelven a estirarse hasta el infinito. Mi retina se expande y comprime, para captarlo todo, para no perder ni un ápice del recorrido.
Pronto salimos de la ciudad y entramos en la autopista. Entonces ya no hay tantas luces, solo alguna esporádica, siempre a distancia, sin gracia.

Inspiro hondamente y voy expulsando el aire, consciente de que nadie va a girarse a mirarme. Entonces, poco a poco, voy dejando de pensar, voy viendo sin mirarlo, observo sin captarlo, voy sintiendo sin estarlo.
Apenas advierto que ya clarea, que ya amanece. Yo ya no estoy, yo ya soy otra. Todo está difuminado. Y esta ventanilla moteada que miro no es ya la del autobús, sino la de mi memoria.
Un recuerdo, fugaz pero infinito, borroso pero nítido, atraviesa voluptuoso, sagaz, el centro de mi pensamiento. Es ella y sus facciones. Su gesto y sus detalles. Sus palabras, su vida, su historia. Nuestra historia.
Se llamaba Sara