lunes, 29 de abril de 2013

Nuestra forma de resistencia

Se derrumba el mundo y además
lo habíamos intuido.
Se derrota el mundo y además
estamos viendo el precipicio

se acortan los abrazos por segundos
y las horas por minutos.

Se desvanece la razón, el amor:
el sinsentido más profundo.

Se acristala la letra, la palabra

se anuncia la muerte del poeta

y además

miramos por la ventana esta guerra.

Pero yo estoy cubierta con tu piel
moteada por tus pecas

y aquí, la palabra, jamás puede arder
y aquí, el mundo, solo puede crecer.

Se cuela a veces el mal del sistema
nos arroja y nos quiere atrapar
a su lógica de trampa
en el lugar de la arena.

Pero no luchamos por su causa
y respiramos
para vivir juntas en nuestra casa.

Pero no vivimos para ser esclavas
sino compañeras de trinchera
en nuestra cama asamblearia.

Y es verdad
que nos absorbe a veces
pero no podemos caer:

que juntar nuestros cuerpos es
nuestra forma de resistencia

y follarnos significa

inventar otro lenguaje con la lengua.

Sálvame hoy

Se nos ha colado el invierno en primavera
de no poder o no saber
de no acertar a cortar la cuerda.

Se me ha colado febrero en abril,
el sistema en la cabeza,
el trabajo en mi alma de poeta.

Se nos ha colado el frío entre las sábanas
y nos quitamos la ropa

cúbreme la piel con piel
abrázame hasta enredar los brazos
tanto
que no podamos soltarnos.

Hazme el amor para recordarme
mi condición de sujeto
y mi traición:
que antes que filósofa
soy tu compañera, tu amiga, tu león.

Hazme el amor para recordarme quien soy.

Autotraiciones

Se me ha olvidado escribir

se me ha olvidado cómo se hacía
vivir solo para mí,
para ti y la palabra.

Se me ha olvidado sentir
la emoción por el minuto a ciegas.

Se me ha olvidado
mi oficio
y mi vida de poeta.

miércoles, 17 de abril de 2013

Un texto de combate, embarazado y parido, por el antiabortismo


Este es un texto de combate de una militante rasa, escrito desde abajo, sin ningún tipo de intención ni calidad literaria, sin ninguna pretensión filosófica. Escrito desde la rabia de mi coño con expresiones groseras y sin ninguna sutileza. ¿Por qué? Porque el enemigo ha dejado aparte hace ya tiempo cualquier atisbo de delicadeza. 
Y si no os gusta, y si os ofende…
habrá servido de algo
mientras, me iré a resistir contra vuestro sistema patriarcal follando de forma subversiva:


Escribo con toda la rabia que he podido acumular en las entrañas y entre mis dientes, y por primera vez no me preocupa perder legitimidad, tratar de tomar distancia para exponer argumentos certeros, porque ya no estamos hablando de una teoría, ni de una ley abstracta, sino de cuerpos de mujeres como el mío, de cuerpos materiales y vidas que se ven reducidas a ser solo úteros, por encima de su voluntad y ahora ya, y ahora pronto, por encima de su seguridad y de su propia vida.

Por eso, porque hablamos de cuerpos, de piel, de úteros, de sangre, de vaginas, de dilataciones… por eso ya no me preocupa tomar distancia para situarme lejos del desprestigio del sentimiento y colocarme en la razón. De hecho, ese acto en este caso me haría perder fuerzas. En lugar de ello escribo desde mi propia piel y desde mi sangre, desde esta rabia que llevo conteniendo ya demasiado tiempo, cada día, al leer noticias que atentan contra nuestra vida, la de las mujeres, contra nuestra integridad física.

Escribo lo que me sale del coño.

Escribo que sois unos fascistas, unos dictadores, que tenéis unos valores denigrantes para las mujeres, que no se pueden llamar ni siquiera valores.

Escribo un texto intentando traer en estas palabras lo absurdo, incongruente e injusto que resulta la ley antiabortista que va a hacerse vigente en nuestro país en un periodo de tiempo muy corto.

Escribo para dejar constancia de mi repugnancia ante vuestra nula consideración por la opinión, el cuerpo y la vida de cada mujer a la que estáis condenando, condenando a infinidad de opresiones tan obvias que vuestra indiferencia e incompetencia, vuestra inconmensurable estrechez de miras, nos resulta incomprensible:

Condenadas a trastocar toda nuestra vida en su más pura cotidianeidad, a asumir un gasto económico incalculable, y en la mayoría de las ocasiones imposible. A abandonar nuestros planes de futuro, y nuestro presente más inmediato, condenadas a no ser dueñas de nuestro propio cuerpo, condenadas a no tener el control de decisión sobre nosotras mismas. 

Condenadas a dejar en un segundo plano nuestra vida, día tras día, para priorizar la vida de un hijo que no hemos decidido tener. Condenadas a asumir todas las consecuencias de un embarazo y un parto. 

Condenadas a arruinar, a echar por tierra todo lo que hemos sido y lo que queríamos ser, e incluso condenadas a morir, a favor de una vida que no ha existido todavía.  A rechazar un día a día en acto por un futuro en potencia.

Condenadas por nuestros verdugos, en masculino. Decidido en su mayoría por personas que jamás van a enfrentarse a la posibilidad de la condena, que jamás experimentarán en su propio cuerpo la violencia de esa ley, ni en su propia carne el dolor que están provocando a miles y miles de mujeres. ¡Condenadas por personas sin útero! A las mujeres y a los propios niños, que no van a poder ser debidamente atendidos, que pasarán hambre, que algunos incluso estarán enfermos, que difícilmente saldrán adelante. Condenados y condenadas a vivir en la precariedad.

Recordamos aquí que junto a esta condena se realiza un recorte masivo de ayudas sociales. Ambas cosas van en paralelo, y se cruzan, y estallan, y matan. Y os importan más las vidas que no existen a los niños y niñas que, por los desahucios, habéis dejado sin casa.

La ley antiabortista reduce todo nuestro cuerpo y nuestra vida a la función de reproducción, al estatuto de útero  sin considerarnos personas con vida, trabajo, proyectos. Sin considerarnos sujetos, sin considerarnos seres humanos. Somos cosificadas. Alienadas. Enajenadas. Y no hay diferencia en tratarnos como objeto de reproducción o como objeto sexual.

No hay diferencia entre reducirnos a un útero o unas tetas. No hay diferencia entre despojarnos de nuestro ser-sujeto y cosificarnos como matriz o como agujero.

La toma de decisión sobre la propia vida otorga dignidad a una persona. Y nos vais quitando nuestra dignidad con vuestras ideologías más retrogradas y machistas. Y nos vais quitando los días, el sentido de nuestra existencia, las posibilidades de nosotras mismas. Nos recortáis, una vez mas, nuestra capacidad de proyección hacia delante. Encarcelándonos en nuestros propios cuerpos, advirtiéndonos que no podemos salir jamás de ellos. Pero que vosotros, en cambio, podéis trascender a vuestro cuerpo y vuestra naturaleza y tomar decisiones alegando que sois la voz de la humanidad.

Hoy el sistema machista y el mecanismo de opresión heteropatriarcal se ha instalado en un recinto cerrado, oscuro y viscoso. Hoy la trinchera está en el útero. Mi cuerpo es un campo de batalla. Hoy, una vez más y como siempre, el poder del patriarcado nos recuerda que la palabra Hombre no significa Humanidad, sino el Hombre Adulto Blanco de Clase Media Heterosexual: el falso universalismo sobre el que se apoya para tomar decisiones que en absoluto le competen.

¿Y qué puedo decir? Si tanto os preocupan los embarazos y los abortos, si tanto os preocupan esas vidas posibles que se quedan por el camino, si tanto queréis que no abortemos… dejad de violarnos, dejad de mirarnos como si solo fuésemos un coño por donde meter la polla, dejad de tratarnos como a un objeto, dejad de denigrarnos en cada paso que dais, dejad de considerarnos vuestras esclavas, vuestra mano de obra barata para sostener esta estafa, este engaño, esta opresión falogocentrista que ya nos tiene hasta los mismísimos ovarios. 

¿Y qué puedo decir? Si tanto os preocupa evitar los abortos, dejad en paz nuestro cuerpo. 
Podéis depositar vuestro producto en un frasco, y haceros vosotros una jodida vasectomía. 
Que prevenir es curar. 
Y ya iremos al banco cuando decidamos libremente, si algún día de verdad lo decidimos, ser madres.

sábado, 6 de abril de 2013

Entre la ausencia y el paisaje que se abisma


Me escuece tu ausencia, ahora, en esta noche, la última que pasa antes del regreso. Me escuece tu ausencia cuando estás a punto de volver. Los días sin ti se han superpuesto uno a otro, como un invierno que se vuelve de repente en medio de la primavera, por un giro de nubes impulsado desde el cierzo que tapa el sol, y espesa amargamente el ambiente amotinado de los sueños.

Terminan.

Los días han pasado y las noches han caído con un sueño robado por palabras, no escritas por mi ni para ti, pero al final, palabras. Han caído sobre mi existencia como una losa inquebrantable. 

A solas, en la noche, cualquier corazón es una tormenta impenetrable.

Me escuece tu ausencia, ahora, en esta noche, cuando por fin tan solo quedan horas. Pero cuanto menos tiempo queda más grande es la impaciencia y todavía aumenta el agudo sentimiento de no tenerte aquí, en esta casa donde el silencio es el único habitante de esta interminable noche. Me has pedido muchas palabras, y llegan tarde: como siempre, llego tarde. Me has pedido muchas palabras y te las lanzo justo cuando no las necesitas, cuando es cuestión de horas que mi olor llegue de nuevo a tu olfato animal, y mi contacto a tu piel blanca y moteada que tanto deseo estudiar cada noche con vocación religiosa, como sentir sobre la cabeza la amenaza constante, al amanecer, de un examen sorpresa.

Me escuece tu ausencia y le echo el alcohol de las palabras a esta herida que no es otra más que el silencio de tus besos y ha desplazado cualquier otra. Ya solo me importa tu calor en el invierno que tengo instalado entre mi pecho. Ya solo me importa el sabor de lo que nunca más se marcha. Ya solo quiero la tierra firme de tus ojos, regada por ese mar verde que acompaña tus pupilas mirándome brillantes, apasionadas por este pequeño y sucinto horizonte, que para el resto del mundo, que para cualquier paseante, pasa inadvertido, excepto para tu mirada sincera y clara que me revela tu amor. Soy como ese pequeño rincón olvidado, formado por cuatro rocas fortuitamente colocadas, que juntas componen el refugio absoluto para pasar el invierno, y que el resto del mundo, cegado por el paisaje en su conjunto, es incapaz de ver. Tú eres ese paisaje que lo cubre todo y ciega, tú eres esa grandísima luz inmensa, tu eres esa fotografía de entre todas las demás del viaje que el mundo entero pasaría horas y horas mirando sin cansarse, deseando estar allí, contemplando el espectáculo sobrecogido. Yo soy ese pequeño detalle, que solo tú, como gran paisaje, incapaz de cegarte a ti misma, incapaz muchas veces de verte, repara en mi y me ama. Yo soy quien me acerco en silencio llamada por tus besos, y descubro, tras largas noches de mordernos, que el paisaje por miles de detalles valiosos está compuesto.

Y quiero que vuelvas a mis ojos, necesito ese calor irremediable de tus manos, y esa sonrisa tan tranquila y apacible que me devuelve el rumor lento y monótono de la vida, del día pasando con el día  de las noches dormidas.

Si en mi y en mis palabras
hallas, alguna vez, silencio

que sepas que te estoy invocando

que sepas que me estoy enamorando
siempre,
cada día,
de nuevo.

Huyendo en luna de lobos


Tengo que correr. Corro con todas mis fuerzas como si me importase algo salvar la vida. Corro como si fuese yo quien baja de las montañas, quien se abalanza desesperadamente hacia el refugio de los hayedos y sus ramas, como si fuese tras de mi tras quien resuenan las balas. Como si fuese mi rodilla, ahora repetidamente flexionada, la que en su momento atravesase una daga ardiendo el dolor azul de carne piel y hueso, en una huida similar a esta estampida. Escribo torpemente como si mis palabras fueran pasos atropellados en la carrera, apoyados inseguros en el suelo entre tanta oscuridad y niebla. Y me detengo en cada frase como si me agazapase yo entre la zarza y la maleza. Me araña cada palabra como si fuesen mis manos las que se ortigan. Me hiela cada silaba, como si fuese este cuerpo el que tuviese que soportar durante nueve días el frío y directo contacto de la nieve, temiendo perder algún miembro de mi existencia para siempre. Estoy comiendo furtivamente tras muchas horas seguidas manteniendo la misma posición, como si fuese yo la que bajase de las montañas tras nueve años escondida entre la cueva, convertida en alimaña o sombra.

Y voy construyéndome un hueco de palabras en esta tierra húmeda que se me pega a la piel al recostarme: el único refugio que me queda. Donde nunca vendrán a buscarme. Pero en verdad no hay suficientes palabras donde protegerme siempre, como tampoco hubo montaña suficiente para todos aquellos que no pudieron salvar la vida, aquellos cuyos ojos, cuya boca y cuyo pelo se fue convirtiendo en musgo aterido por el tiempo. Mi amenaza también es constante. El peligro absoluto de la muerte. Avanza inexorablemente por aquellas cordilleras y por estas frases.

Por eso, simplemente, tengo que correr. Tengo que correr con todas mis fuerzas, como si me importase algo ya salvar la vida. Así que ladro y aúllo a una luna ensangrentada y escupo estas palabras de rabia que saltan a mis ojos en forma de agua salada. Si no puedo contenerme, si de repente mis dedos se anquilosan en este mar indestructible de silencio espeso, no podre seguir conteniendo el aliento y tendré que gritar, y esta calma previa a la tormenta hará que estalle antes de tiempo. Caerá todo el agua de los mares convertidos en palabras, ríos que ahogarán todas las miradas y las lenguas, toda la nieve metida dentro de cada mirada del mundo, y no habrá motivo para callar, ni bala capaz de atravesar palabras.

Si de repente me encuentro ahogada entre esta tierra mojada que se vuelve irrespirable, y tengo que salir a la luz, y tengo que salir al encuentro de un espejo que me devuelva una mirada para siempre desconocida, no podré aguantar las uñas rompiendo el agua del río. Si en algún momento de mi vida tengo que huir de mi y de mis principios, tengo que decantarme entre las ideas y los míos, si en algún momento tengo que mirar estas palabras a los ojos, creo, sinceramente, que se me comerá el miedo a tiras muy pequeñas, casi imperceptible al ojo humano, pero con un dolor tan agudo que suplicaré desmayarme sin que eso sea suficiente para conseguirlo. Y pediré la muerte.

Por eso ahora dirijo una mirada rápida y congelada hacia las montañas que se extienden en mi recuerdo, y pienso en esa figura aprendida de memoria, como la palma de mi mano o el rostro de quien amo, y pienso por entero en el Moncayo, y en las muertes que le habitan, incluido, entre la nieve, la de mi yayo.

Y no puedo abandonarlo allí arriba. Sintiendo como el frío le devora por dentro, comprendiendo la impotencia de sus ojos en una de aquellas ultimas miradas, donde un brillo de inteligencia y sabiduría contenida se atisbaba, una mirada infantil y triste tan honda que me devoró por dentro vaciándome de todos mis órganos y vísceras, y un grito mudo y prolongado, que provenía de los hombros, ensordeció mis propias entrañas.

Ese es el único dolor verdadero. El que no se puede decir.

Por eso tengo que correr. Tengo que correr con todas mis fuerzas, como si me importase algo ya salvar la vida. Tengo que correr montaña arriba e ir a buscar aquello que nunca he llegado a echar de menos hasta este momento. Lo más primitivo de mí. Lo más sincero. Lo más extraño.

Tengo que subir por esta montaña impenetrable que es para mí cada palabra, y arañarme con sus ganas de tumbarme en el suelo, y sobreponerme al anquilosamiento de mis huesos. Tengo que escalar esta cumbre imposible, por más que me cueste, por más que cada palabra rebote inmensamente entre mi mente y no pueda más que cerrar los ojos y seguir escribiendo a tientas, apretándolos con fuerza, inclinando hacia atrás la cabeza, aun sin poder abrirlos, pero imaginando el cielo, la silueta de la montaña que yo amo, y tengo que aguantar así, en esta oscuridad inducida, notando la boca seca, tratando de hacerme agua con mi saliva. Tengo que morder cada vientre de cada esquina del mundo, aunque esté maduro o no de su fruto. Tengo que chupar toda la piel putrefacta en la que habito, para sentir, para sentir, para saber, para no quedarme en este muerto mal nacido, en estas palabras que siempre me nacen muertas, como un niño no querido. Y no quiero sacarme estas palabras de lo más profundo de mi ser y darme cuenta de que no valen nada. Y no quiero llegar a la cumbre de esta infectada montaña, mirar en derredor, contemplar el paisaje y no ver nada más que un desierto desolado, lleno de sangre, lleno de palabras asesinadas por mis propios dientes, descuartizadas una a una por la presión de mis dedos al escribirlas y no entenderlas, por los fragmentos del espejo al mirarme entre mi misma y no entenderme, y no descubrirme, y no hallarme nunca más entre estos ojos que me miran, entre esta nariz que intenta olfatearme para ver si todavía queda algún resquicio de vida.

Pero mi fachada es de alimaña y de sombra y de lobo. Y solo puedo seguir. Solo puedo correr. Ya sin aliento. Ya sin fuerzas. Acompañando el sonido de las teclas con mi cuerpo, como si yo también tocase el piano, como si estas palabras tuviesen las fuerzas y la calidad suficientes de resonar por toda la casa, aunque nadie quisiese escucharlas, pero obligando a escucharlas. 

Acompaño cada letra con el movimiento acompasado de mi cuerpo que no viene, está lleno de frío y no puede soportar más la distancia que le separa de la Única que le devuelve ese calor, un león tranquilo que me espera entre una cama deshecha.

Tengo que correr o morir. Tengo que escribir o morir. El cierzo me corta la cara y los labios mientras me refugio en mi propia tumba cavada con palabras, cargadas a mi espalda. Tengo que verte o morir. Tengo que correr, correr hacia ti.

miércoles, 3 de abril de 2013

Discursos machistas

Cuando una mujer llega al mundo
con el dolor de otra mujer de haber parido
algunos creen con fe ciega
que Dios, sin duda, les ha maldito.

Cuando una mujer llega al mundo
tiene que aprender grandes lecciones:
que existe únicamente
para servir al hombre,
que es el Uno.

Pronto comprendemos
que mi cuerpo no es mi cuerpo
sino un objeto que se vende
en revistas, carteles y locales

que si te violan es tu culpa
por haber salido a la calle

que si te acosan tú lo buscas
por llevar falda, tacones y escote

pero si no los llevas
no eres una mujer verdadera

aunque jamás serás un hombre.

Cuando una mujer llega al mundo
está condenada a no tener nombre
solo su cuerpo y su sexo
nunca sus logros conseguirán un trabajo,
una carrera,
un puesto muy alto.

Cuando una mujer llega al mundo
tiene que amar siempre a un hombre
pero jamás como amigo o compañero
sino más que a su propia vida
"con su corazón entero"

Cuando una mujer llega al mundo
y no trae al mundo más mujeres
el hombre, indignado, se levanta
porque nuestra vida no está realizada
y él ha perdido,
para su sistema patriarcal,
más maquinaria.

Cuando una mujer llega al mundo
recibe golpes, insultos, violaciones
asume papeles y roles
siempre inferiores
se va quebrando una autoestima
que nunca ha podido constituirse

si ella es guapa ya no es ella
es una flor bonita y vacía
es un jarrón, un simple objeto
y solo sirve su agujero.

si ella es fea se mutila,
se tortura, se disfraza
se odia a sí misma
y se amordaza.

si es lesbiana
necesita una polla para cambiarla
está enferma
y se le mata.

Cuando una mujer llega al mundo
y se da cuenta de su opresión
y se da cuenta de la violencia
y resiste y lucha
con su voz y su fuerza

tenedlo presente

estará mal follada

y será culpa suya
no del que no sabe follarla.

martes, 2 de abril de 2013

Para la Timba


A las puertas de este lugar seguro
las vidas y los retos han ido cambiando
en una sola fotografía
dentro de la misma historia.

Pero siempre hemos ido de blanco.

En las puertas de este lugar que es nuestra casa
se han escuchado eternamente los golpes de amenaza,
que salen del tiempo y retumba en los huesos,
cuando el camino se dificulta y entrelaza.

Pero siempre hemos ido cortando las zarzas.

Dentro de estas herméticas puertas de hojalata
se han extendido las horas infernales del verano,
se ha pronunciado nuestro secreto a bocanadas,
se han descosido los inviernos,
se han deshelado las rabias.

Y siempre nos hemos ido,
entre nosotras,
dando alas:

al calor de una Timba siempre abierta
repleta de locuras, lealtades y noblezas,
nos han crecido a las espaldas.

Y no habrá nunca nadie que lo niegue:

Ser amiga de alguien es
desearle que vuele.

lunes, 1 de abril de 2013

Nuestros mil abriles seguidos

Se me ha comido el tiempo entre la hiedra
la piel y el corazón
y me ha dejado
como una estatua pálida y blanca
sin sangre, sin rabia, sin amor.

Se me ha comido el tiempo entre la niebla,
se me ha comido el tiempo.

Pero ahora veo
entre tus ojos
mar y tierra.

Pero ahora Soy.

Quiero tocarla en mis dedos
como si fuera de arena
conservar solo la espuma
o un pequeño recuerdo
de las sonrisas de tus comisuras

quiero ansiar lo que ya puedo
quiero desear lo que ya tengo

anhelo tu rostro desaparecido
y tus pecas diluyéndose en mi memoria
entre el pincel de mis palabras
con el que te dibujo
en mis madrugadas blancas.

Me he levantado de mi cadáver
aullándole a mis noches animales
todavía con piel entre los dientes

me he liberado de mi pétrea estatua
marmórea y tan blanda
que no ha sabido mirarte
cuando tú la contemplabas

pero ya vuelve y estira las manos
recoge con las tuyas este siempre abrazo

y tómalo por casa,
por tierra,
por patria.

Desde mi horizonte
ondea una bandera blanca.

Y la palabra brotó cuando hablé con una piedra


Ahora que todo es falso y el dolor ciego.
Ahora que la luz se alza
mis ojos no se han cerrado
el sueño de esta noche,
que es hijo mío,
me ha nacido muerto…

Ahora y solo ahora
cuando el cansancio me ronda la cabeza
vienen las palabras
que no han venido en mucho tiempo:

cuando solo necesito desterrarlas


Pero no me atrevo.


Ahora que todo es algo y nada es cierto
me propongo un trato con el silencio

-No vengas, jamás, de nuevo

Y acudirán a tus labios
los versos de súplica
que alguna vez escribí para mi misma.

Y se tornará ese lenguaje
siempre sabido de nada
nunca cerrado del todo
como una piedra que quieres extraer
como de una herida la bala
y la sal.

¡Cóseme!

Puedes coserme y cogerme
de forma argentina
hasta que mis labios
empezasen en sí mismo a remorderse.

Y yo podría, simplemente, volver


pero sabes bien que no lo haría.


Yo ya he odiado mucho mi silencio
y estas palabras
me quitan el sueño y me queman de alivio


Y estas palabras


Serán siempre mi nombre,

Mi tumba,

Mi gran auxilio.

La lluvia amarilla

Como la única y última
habitante de la noche
me devora la oscuridad
apenas interrumpida
por esta lumbre de palabras

aluvión de buenos cuentos
y jugueteos estelares
cavidad de pueblos muertos
y vidas miserables.

Como la única y última
habitante de esta noche
me acerco a la ventana

con el frío de la nieve
todavía entre mis huesos
con el sonido del disparo
rasgando este desierto.

Mis entrañas carcomidas por el musgo.

Mis venas infectadas de veneno.

Y el polvo y la sombra y el río
y la locura y los fantasmas y el niño

y las promesas, y las cadenas, y la memoria

la soledad, sobre mí, como una losa...

y cada uno de todos nuestros olvidos

Retumba el silencio por las calles
de esta solitaria y dulce noche

me arriesgo a abrir los ojos
ahora ya ante los cristales:

una lluvia amarilla,
espesa y absorta,

en lo más profundo de mi Yo que es ciego

se desliza, y cae.