Me escuece tu ausencia, ahora, en esta noche, la última que
pasa antes del regreso. Me escuece tu ausencia cuando estás a punto de volver. Los
días sin ti se han superpuesto uno a otro, como un invierno que se vuelve de
repente en medio de la primavera, por un giro de nubes impulsado desde el
cierzo que tapa el sol, y espesa amargamente el ambiente amotinado de los sueños.
Terminan.
Los días han pasado y las noches han caído con un sueño
robado por palabras, no escritas por mi ni para ti, pero al final, palabras. Han
caído sobre mi existencia como una losa inquebrantable.
A solas, en la noche,
cualquier corazón es una tormenta impenetrable.
Me escuece tu ausencia, ahora, en esta noche, cuando por fin
tan solo quedan horas. Pero cuanto menos tiempo queda más grande es la
impaciencia y todavía aumenta el agudo sentimiento de no tenerte aquí, en esta
casa donde el silencio es el único habitante de esta interminable noche. Me has pedido muchas palabras, y llegan tarde: como
siempre, llego tarde. Me has pedido muchas palabras y te las lanzo justo cuando
no las necesitas, cuando es cuestión de horas que mi olor llegue de nuevo a tu
olfato animal, y mi contacto a tu piel blanca y moteada que tanto deseo
estudiar cada noche con vocación religiosa, como sentir sobre la cabeza la
amenaza constante, al amanecer, de un examen sorpresa.
Me escuece tu ausencia y le echo el alcohol de las palabras
a esta herida que no es otra más que el silencio de tus besos y ha desplazado
cualquier otra. Ya solo me importa tu calor en el invierno que tengo instalado
entre mi pecho. Ya solo me importa el sabor de lo que nunca más se marcha. Ya solo
quiero la tierra firme de tus ojos, regada por ese mar verde que acompaña tus
pupilas mirándome brillantes, apasionadas por este pequeño y sucinto horizonte,
que para el resto del mundo, que para cualquier paseante, pasa inadvertido,
excepto para tu mirada sincera y clara que me revela tu amor. Soy como ese
pequeño rincón olvidado, formado por cuatro rocas fortuitamente colocadas, que
juntas componen el refugio absoluto para pasar el invierno, y que el resto del
mundo, cegado por el paisaje en su conjunto, es incapaz de ver. Tú eres ese
paisaje que lo cubre todo y ciega, tú eres esa grandísima luz inmensa, tu eres
esa fotografía de entre todas las demás del viaje que el mundo entero pasaría horas
y horas mirando sin cansarse, deseando estar allí, contemplando el espectáculo sobrecogido.
Yo soy ese pequeño detalle, que solo tú, como gran paisaje, incapaz de cegarte
a ti misma, incapaz muchas veces de verte, repara en mi y me ama. Yo soy quien
me acerco en silencio llamada por tus besos, y descubro, tras largas noches de mordernos, que el paisaje por miles de detalles valiosos está compuesto.
Y quiero que vuelvas a mis ojos, necesito ese calor
irremediable de tus manos, y esa sonrisa tan tranquila y apacible que me
devuelve el rumor lento y monótono de la vida, del día pasando con el día de
las noches dormidas.
Si en mi y en mis palabras
hallas, alguna vez, silencio
que sepas que te estoy invocando
que sepas que me estoy enamorando
siempre,
cada día,
de nuevo.
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