lunes, 1 de diciembre de 2014



No puedo hablarte nada hoy
Que no sea un fino hilo de sangre corriendo por mi boca.
El poema me escribe en la noche
Me desdibuja, esparcida en espirales
deforme.
Pero me reconozco como mía.

No entiendes que a cada palabra que digo
se me va un poco la vida.
Me estoy hiriendo de muerte.

viernes, 7 de noviembre de 2014

El vértigo se abre
en el estruendo mudo de cuatro entrañas batientes

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Confrontación



La palabra voló:
no voy a ocultártelo.

La desnudez se abre limpia y clara
al tiempo que comienza a descender la espuma.
Ya no hay opción.
Los pájaros callaron al borde del abismo,
justo antes de decir adiós.

Y ahora
en esta habitación diáfana, sin esquinas
me miras como una forma de verbo herido.
Te brillan los ojos de no comprender.
Acércate.
La rabia te ha borboteado entre los ojos
prisionera de una contención brutal
y ahora se vuelve hiel entre tu lengua.
La saboreas largamente en tu abandono.
Sola. Desarraigada. Sin patria. Herida.
Así te sabes cuando asoma la madrugada
y ya nadie puede acompañarte
ni se atreve a llegar hasta aquí:
el interior del infierno que soy.

Demasiado calor de noviembre.

Mentir en el vacío:
siempre error.

El miedo ya surge entre tus cuencas.
Detrás de la ira
un puente de papel medio-derruido
en el meridiano de un precipicio mortal
y tú, atravesándolo.

Soy fiel al viento.
No me ha enseñado otra cosa mi ausencia de tierra.

La palabra voló:
no voy a ocultártelo.

Sintió la presión de la ropa cayendo.
No pudo  contenerlo.

Aún entre el cierzo se leía escrito un yo.

La lucha a muerte



¿Quién soy yo?

Un vértigo colapsó el flujo
en un torrente sanguíneo sin remedio.
Quién las promesas
Quién las palabras.
El tiempo se apagó y ya es tarde para comprender nada.

Te mueves entre los matices
de todos tus “yo” posibles
tocas todos sin llegar a ninguno
y solo queda una nada, nada
eterna Nada Mayúscula.

¿Quién soy yo?
Y los ojos miran para otro lado
desorbitados
insatisfechos de mirarse.

No lo puedo soportar.
Me hierven las venas cadavéricas.
Quiero levantarme, quiero moverme
pero habita en mí mi propia muerte.

No hay palabras.
Ya hace mucho que no me calman
Ya hace mucho que no me aman.
Me doy asco.
Tanto asco que podría resucitar a Pizarnik
y devorarnos la una a la otra
con versos putrefactos que saliesen del abismo
de un vórtice colmado de locura
condenado de delirio
¡que explote!

Ya explota.

¡Quién decidirá terminar consigo misma antes!

Una lucha a muerte de desgracias inconexas
Una palabra que me salve

¡por favor!

Solo pido una palabra que me mate.
Ocupar el tiempo de vacío


Una sombra espesa masticando mis entrañas:
este es el hogar que construimos.

Una araña carcomida en el rincón de su tela:
esto es lo que nos resta.

Y pudiendo desatarnos nuestra sangre
y escapar como promesas
al ritmo lento de la mañana helada…
nos quedamos.

Empiezo a sospechar
que sufrir nos alimenta.

Agarro mis venas con los pies
y estiro fuerte, valiente
Miedo.
El nudo no se suelta.

Abandonar mi corazón
como un obsequio destrozado
y huir de este escenario podrido.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Nostalgia en tonos fríos

Me arrojo a un final septiembre desganado.
Mi garganta se hace nudos al lamer las calles
y se me cuela el frío por los pies.

Llega el tren de las siete,
como siempre con retraso,
pero la estación está vacía.
Hoy no lo estoy esperando.

¡El domingo más triste del año!

Las manos se me quiebran de nostalgia
por un pasado cercano pero abierto.

La tienda de las cenas está iluminada
pero nadie compra ya esas dos cervezas.

Me arrojo a un final de septiembre desganado
en el domingo más amargo del año.
El viento me corta los labios, las entrañas
las orejas.

La gente va y viene con maletas
pero ninguna es azul.
Cada minuto pesa.

Me abandono al amor que me proyectas desde lejos
para entrar poco a poco en calor.
La trinchera se ha extendido a otra ciudad,
ha cambiado de color.

Pero en la distancia seguimos resistiendo.

Si yo de pronto me encuentro
muriendo en las calles que ya no caminas
busco tus ojos en la tierra:
pronto trazaremos más rutinas.
 

Arrabassada



Mis ojos notan el calor del sol
intentando atravesar la barrera de mis párpados.
Un rugido calmado, denso, regular
se me cuela detrás de las orejas.
Mi piel
devorada por tus dientes al contacto con la luna
va cambiando de color en esta playa desnuda.

Me bebo lentamente mi respiración
mientras extiendo las manos.

Tu piel
memorizada por mi tacto
aparece al encuentro con mis brazos.

Y recuerdo cuando te escribí
que la barrera del horizonte al contacto con el mar
te llamaba desde lejos,
y dos siluetas se abrazaban al trasluz atardeciendo.

Y ahora aquí
entre la arena de esta espuma
somos al fin,
ante la playa,
una figura.
Todas las aceras están pintadas con tu nombre.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La Sombra



Para el Chamán
que corrió descalzo por Anzanigo buscando pistas en el cementerio. 

La vida te voló por dentro. Como un pájaro herido suplicabas ser salvado. Subiéndote en lo imposible. Arrellanado en tu agujero.

“Un haz de luces y sombras”. Así me describiste la vida. Y yo entonces creía tus palabras, y sentía que el brillo de tus ojos me iba anunciando algo.

“Fragmentaria” me llamabas. Hecha de fragmentos. Muy pequeños, muy pequeños. Y quisiste abismarte entre mis palabras, asomando tu mirada a aquellas trazas. Pero no pudiste ver el fin, jamás, ardiendo dentro.
Hoy creo que sabías tu destino. Aunque me hablabas de él como un niño sin rostro que se comía los planes y los ponía del revés. Me anunciabas nuestros días y el horizonte del designio como un infinito de posibilidades inmensas que se abrirían. “Y vivirás” me decías “sufriendo pero en paz, fragmentaria”.

Y aquella farola se nos fue quedando tan fría, tan deprisa…

Me enseñaste tus poemas como tesoros guardados debajo de tus alas. Yo traté de acariciarlos, pero nunca te entendí del todo. Perdías el control desde tus centros, y la autodestrucción te resultó alentadora.
El hueco y el odio nos  invadieron por dentro. Aquella mano caliente sobre la mía helada recorriéndome sin peso. Mi boca seca y la tuya enferma, elaborando versos innombrables.  Asqueada. Alocada, ahorcada, bajé de aquel coche como trampa y no volví, jamás, a escuchar tus palabras.

Yo sé que te mirabas enfrente de la vida, imaginando el abismo que se abría, y te gustaba sentir ese anhelo de proyección infinita. Yo sé que el horizonte te atrapaba. Te recuerdo en medio de la nada, con el sol naciente y tus brazos alzados hacia el cielo, comunicándote desde ti mismo en tus deseos.

Has dejado un campo devastado alrededor de tu hueco. Y en mí, una sensación confusa. Y en mí, una incomprensión difusa. Y en mí, un sentimiento de inmanencia que me asusta. Y en mí, en mi eternamente mí, una seguridad carente de excusa: de aquel haz que tú anhelabas describir con tus palabras, solo pudiste ver sombra.