La palabra voló:
no voy a ocultártelo.
La desnudez se abre limpia y clara
al tiempo que comienza a descender la espuma.
Ya no hay opción.
Los pájaros callaron al borde del abismo,
justo antes de decir adiós.
Y ahora
en esta habitación diáfana, sin esquinas
me miras como una forma de verbo herido.
Te brillan los ojos de no comprender.
Acércate.
La rabia te ha borboteado entre los ojos
prisionera de una contención brutal
y ahora se vuelve hiel entre tu lengua.
La saboreas largamente en tu abandono.
Sola. Desarraigada. Sin patria. Herida.
Así te sabes cuando asoma la madrugada
y ya nadie puede acompañarte
ni se atreve a llegar hasta aquí:
el interior del infierno que soy.
Demasiado calor de noviembre.
Mentir en el vacío:
siempre error.
El miedo ya surge entre tus cuencas.
Detrás de la ira
un puente de papel medio-derruido
en el meridiano de un precipicio mortal
y tú, atravesándolo.
Soy fiel al viento.
No me ha enseñado otra cosa mi ausencia de tierra.
La palabra voló:
no voy a ocultártelo.
Sintió la presión de la ropa cayendo.
No pudo contenerlo.
Aún entre el cierzo se leía escrito un yo.
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