A veces, cuando duermes
refugiada entre tus párpados sellados
mudo de piel
callando los días
y me deslizo por tu venas.
Se me dibujan pecas en los hombros
y lágrimas en mis pupilas
que ya son mar,
que ya son tierra.
Mis labios se vuelven gruesos
y pierdo el miedo a decir no,
a expresar en voz alta lo que siento.
Crezco en altura,
en nobleza
y en valor.
Me voy volviendo tú, de poco en poco
mientras me cuelo por tus sueños.
Dentro de mí,
de pronto,
me laten tus heridas.
Dentro de mí,
de pronto,
me crecen las espinas.
Y el hielo que te envuelve
se funde en tus entrañas
y los dientes
cerrados fuerte
atentos al combate,
obligan a tus labios a estirarse
y a estirarse, y a estirarse
en esa sonrisa de ojos que alarga la vida.
A veces, cuando duermes,
refugiada tras tus párpados
mudo de piel,
recojo tus temores y tus llantos,
me bebo tus lágrimas,
me pongo cicatrices
que se borran de ti
y anego el dolor que te causan los días.
Me como las agujas que te inyectan
las tormentas más frías
y te lamo con amor cualquier herida.
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Mi león
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