Y ahí me quedé, tumbada en la cama. Tratando de no respirar, de no pestañear. Intentando ser invisible. Intentando desaparecer. Intentando aclarar las cosas con un hálito de silencio.
Y ahí permanecí, hora tras hora, viendo deslizarse el tiempo entre mi piel, y cómo iba envejeciendo por momentos. Me pitaban los oídos. Sentía en ellos mis latidos, confundidos, tergiversados por palabras expulsadas en una bocanada de rabia, de ira, de sinceridad... de vida. De una decepción acumulada que iba escapando, despacio, sin prisa.
Y ahí estuve yo, mirando un punto fijo, cayendo en el mayor de los abismos sin apenas moverme del sitio, en posición horizontal, cuerpo rendido, brazos muertos, corazón herido...y lágrimas de antidepresivos.
Dónde estará el límite de cada persona...
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