jueves, 1 de febrero de 2018

El poder de lo cotidiano


Un sofá y una manta, un libro interesante y todo el día por delante para ti, devorando páginas. Unos calcetines limpios que te prestan por la mañana cuando no has dormido en casa. El olor a suavizante inundando el salón desde la ropa tendida.
El sol que brilla en el cielo azul tras un día de lluvia. Una canción alegre antes de entrar a trabajar. Una llamada espontánea de una amiga, sin ningún motivo, solo porque sí. Las cálidas comidas de domingo en la casa de tus padres.
Tumbarse en el sofá derrotada después de un día productivo, con la sensación de bienestar en la sonrisa. Meterse en la cama después de un día nada productivo, con la sensación de bienestar en la sonrisa.
Una lágrima furtiva cuando te asalta un valioso recuerdo de tu abuela. La emoción de seguir un programa de televisión. El silencio de la biblioteca. Una toalla tendida en el radiador al salir de la ducha. Una canción, durante todo el día, muchas veces.
El gesto cómplice de una desconocida por la calle. Una puesta al día rápido con una amiga en un encuentro fortuito por el barrio. Las vistas desde tu balcón. Llegar a casa y que te hayan hecho la comida. Un duende  mágico que te prepara el desayuno.
Las mañanas de sábado limpiando la casa mientras bailas. Las tardes de domingo cocinando para la semana mientras bailas. Andar por la calle mientras bailas. Tener sexo mientras bailas. Bailar mientras bailas.
Una anécdota divertida en el trabajo. Una tarde de cine.
Una madrugada con amigas. Un amanecer de abrazos dormidos. Las noches sola, solo tuyas, llenas de placer y sábanas.
Apagar el despertador y dar media vuelta pensando “ya lo haré”. Apagar el despertador y levantarte de un salto pensando “lo tengo que hacer”.
Observar disimuladamente a tus compañeras de tranvía e imaginarte su vida. Empatizar con sus ojos de sueño.
Cantar muy alto sin importarte si lo haces bien o mal. Reírte de una anécdota de hace años. Reproducir un diálogo de una serie. Hacer la misma broma que otra persona a la vez. Reír y reír y reír y no poder parar, hasta que te duele la tripa.

Ya me cansé
de luchar contra dragones
y precipitarme sobre abismos.

Ya me cansé
de jugar con lo imposible,
de valorar solo lo que cuesta
lágrimas y esfuerzo.

Éste es el poder de lo cotidiano:

la vida es más feliz desde que admiro el sol entrar por la ventana.

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