Me acostumbré a vivir con la ansiedad, con la sensación de angustia continua, de agobio permanente. Me acostumbré a vivir con miedo cotidiano, con inseguridad rutinaria.
Me acostumbré a medir y pesar todo lo que decía, a callarme por cautela, a afirmar lo contrario de lo que pensaba con convicción. Aprendí a desconfiar de mi instinto, a no escuchar mis pensamientos, a creer que realmente sentía lo que me decían que estaba sintiendo.
Me acostumbré tanto a esa opresión diaria en el pecho, que no me daba cuenta ni de que la tenía.
Y solo advertí que había existido durante tanto tiempo el mismo día que desapareció.
Ya casi no recordaba lo que era vivir en paz, vivir tranquila. Ser espontánea. Ser yo misma. Ser. Simplemente. Ser.
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