Aún recuerdo mi díanoche desdoblado. En mitad de esta tierra
rodeada de tierra llegó el mar inundando el espacio. El nivel subía, pero no
había olas. Solo la espuma tejiendo el rescate del olvido. Me ha asaltado al
fin. Llevaba tiempo anunciándolo sin que nadie jamás lo hubiese pre-visto.
Parezco un muro infranqueable. Lo han cortado en dos. Derribado.
Mi tierra ahora es diáfana y sufre ceguera. Sufre de no sufrir. Solo me oigo. Mi
patria exiliada mi lugar imperceptible.
No me encuentro ya jamás en ningún rostro
No me encuentro ya jamás en ningún ojo.
Mi Invisible acechando en la maleza. ¿Cómo acceder al
reconocimiento dentro de la soledad? Todos los poetas saben que es imposible
crear desde la nada. Mi Yo dentro de esta nada es nada. Mi yo en el desierto
hostil no existe.
Pero algo brota dentro como un péndulo en el borde. Algo que
me quema las arterias. Boca cerrada bocanada intacta. Me revuelvo dentro de mí
misma como el agua sobre la piedra.
Es mi creación que se resiste.
Es el Poema. La Madre Negra.
Pero se muere de sed…
Aún recuerdo mi díanoche desdoblado. Solo quería hacer oír
la tierra prometida que se me había robado. Solo quería quitarme este peso de
encima como un muerto que no es un muerto sino un muñeco muy pesado muy
avanzado muy dolido tejido en telarañas gruesas. Cojo mis zapatos. Se los
pongo. ¡Anda!
Como ver el precipicio sin poder dar media vuelta avanzo a
ciegas, las heridas me van cortando me van quedando, las oigo. Las escucho y me
sueno la sangre con ellas. Ruleta rusa. Jugar a saber donde está el límite
sabiendo que al llegar no existirá nunca más. Jugar a saber dónde está mi
muerte, sabiendo que cuando lleguemos no viviré nunca más. Aún viviendo.
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