jueves, 5 de febrero de 2015



Voy comprendiendo el poder de la sororidad, y la potencia que envuelven las miradas que se tejen en la relación entre mujeres. El halo de comprensión e intimidad que se dibuja conforme brotan las palabras en las conversaciones intensas, sinceras. Observo detenidamente a las mujeres que me rodean. Hemos decidido encontrarnos entre cervezas. No hacen falta apenas explicaciones, no son necesarias largas introducciones… en seguida estamos nadando en lo más profundo de la que habla, y contemplo la atención indescriptible de quien escucha. Una bajada de párpados, un gesto torcido en la comisura de sus labios, un dedo de la mano que se adelanta, buscando esa mano que tiembla. Se conmueve como se conmueven las gargantas, y brotan las lágrimas. Las dos que escuchan se miran, conscientes del lugar por el que están nadando, cuidando todo ese adentro desplegado encima de la mesa. Nadie quiere moverse. Solo continuar conociendo, aprendiendo de la otra. Los ceños se fruncen y las entrañas arden. Comienza a despegarse la sangre de las venas, y hormigas nos recorren mordiendo.  Hemos creado un espacio seguro, cálido, inquebrantable. Es tan sencillo y tan complejo al mismo tiempo… No sé explicarlo: nos entendemos.

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