Voy comprendiendo el poder de la sororidad, y la potencia
que envuelven las miradas que se tejen en la relación entre mujeres. El halo de
comprensión e intimidad que se dibuja conforme brotan las palabras en las
conversaciones intensas, sinceras. Observo detenidamente a las mujeres que me
rodean. Hemos decidido encontrarnos entre cervezas. No hacen falta apenas
explicaciones, no son necesarias largas introducciones… en seguida estamos
nadando en lo más profundo de la que habla, y contemplo la atención
indescriptible de quien escucha. Una bajada de párpados, un gesto torcido en la
comisura de sus labios, un dedo de la mano que se adelanta, buscando esa mano
que tiembla. Se conmueve como se conmueven las gargantas, y brotan las
lágrimas. Las dos que escuchan se miran, conscientes del lugar por el que están
nadando, cuidando todo ese adentro desplegado encima de la mesa. Nadie quiere
moverse. Solo continuar conociendo, aprendiendo de la otra. Los ceños se fruncen
y las entrañas arden. Comienza a despegarse la sangre de las venas, y hormigas
nos recorren mordiendo. Hemos creado un
espacio seguro, cálido, inquebrantable. Es tan sencillo y tan complejo al mismo
tiempo… No sé explicarlo: nos entendemos.
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