Podéis especular todo lo que queráis. Hacernos las preguntas
más originales e insospechadas sobre psicoanálisis. Hurgar en nuestros
recuerdos más desagradables, en nuestras experiencias traumáticas. Podéis hacer
referencia a nuestra genética, a nuestra herencia homosexual en el árbol genealógico
de nuestros antepasados.
Pero antes de ello tendréis que preguntároslas a vosotros
mismos.
¿Tú, mujer heterosexual,
has tenido experiencias desagradables con mujeres y por eso te gustan los
hombres?
¿Hay más
heterosexuales en tu familia? Porque he oído que es genético.
Basta. No somos un fenómeno anómalo, no somos un experimento
que suscita curiosidad, no somos un objeto de estudio desde LA perspectiva
heterosexual desde la que se mira todo. Y lo que escapa a ello debe ser
estudiado, para analizarlo y comprenderlo (y a ser posible, para que no se
repita).
Somos disidentes. Somos marginadas, emigradas. Somos lo que
está fuera. Y lo que quiere estarlo.
Podéis teorizar sobre el curioso,
extraño y atípico fenómeno del lesbianismo todo lo que queráis.
Pero la realidad es nuestra. Somos NOSOTRAS las que nos
levantamos todos los días, arrojadas a un mundo heterosexual. Las que hemos
tenido que aprender, a base de opresiones y violencia, a jugar nuestras cartas,
a saber defender lo que es nuestro, a saber reivindicar nuestros espacios, los
cuales, de forma irremediable, tenemos que construir e inventarnos. Porque en
este mundo heterosexual no se nos deja existir. Ni respirar.
Podéis llevar a cabo las afirmaciones más frías o cínicas
que gustéis. Podéis considerar, si eso os deja tranquilos para poder dormir por
las noches, que no nos estáis oprimiendo si no que vosotros, heterosexuales, también
tenéis que seguir unas normas, y unas normas durísimas, de las que no podéis
escapar, y pensar que ya por eso no tenéis ninguna tarea encomendada en deconstruir
este mundo heterosexual. Solo sentiros oprimidos. (¿De qué?)
Pero la realidad es nuestra. Somos NOSOTRAS las que nos
exponemos todos los días en la calle al hacer visible nuestra existencia lesbiana.
Las que asumimos que dar un beso puede costar una paliza, una agresión verbal o
una mirada despectiva. Somos NOSOTRAS las que hemos tenido que aprender a estar
alerta, alerta ante alguna amenaza cuando vuelves a casa, alerta a no dar un
paso en falso, a no decir un comentario inapropiado que descubra tu
homosexualidad en el trabajo, alerta a elegir con cuidado las palabras,
palabras que no denoten tu realidad lesbiana y que a la vez no te traicionen a
ti misma.
Que el heteropatriarcado impone normas a todas sus categorías
es cierto. Que esas normas, para algunas categorías, son de privilegio también.
Que fuera de esa Institución surgen otras formas de existencia es indudable.
Que la Institución trata de absorberlas y atraerlas hacia si, también. Que el
heteropatriarcado nos golpea, nos escupe, nos da patadas, nos insulta, nos
agrede, nos mata a todas las lesbianas todos los días es un hecho igual de
escalofriante y cierto.
Pero en ello reside otra certeza:
Un beso entre mujeres, dado y recibido en público, es un
acto político.
Porque yo soy lesbiana. Y soy lesbiana política. Si no, no sería
lesbiana. Sería una mujer que se acuesta con mujeres. Una mujer que desea a
mujeres. Pero resulta que no lo soy. Que soy lesbiana. Porque la palabra
lesbiana significa mucho más. Significa salirse de la norma, habitar fuera de
los espacios permitidos, sobrevivir en los márgenes, sufrir las consecuencias
cuando intentas entrar al mundo heterosexual al que te arrojan desde que naces,
con tu rostro de lesbiana, con tu rostro de disidente combativa.
Porque ser lesbiana es renegar de todas las fronteras,
evitar que hagan de ti algo que se da por supuesto, expandir los límites de lo
pensado, y si es posible romperlos.
Nuestra opresión es nuestro mayor motivo. Nuestras heridas
son ese lugar en el que reside nuestra fuerza.
Porque somos NOSOTRAS las que enfrentamos todos los días la
norma heterosexual, las que tenemos que vivir en un mundo que no quiere nuestra
existencia, y por ello somos nosotras las responsables de crearnos a nosotras
mismas, de construir nuestra subjetividad: política, resistente y combativa.
Porque no nos queda ninguna otra opción. Porque es una necesidad vital. Porque
la otra posibilidad es la muerte.
Porque ser lesbiana no compete al ámbito privado. Porque con
quien me acuesto no es con quien me levanto, si no de qué manera me van a agredir
cada vez que salgo, o en qué trabajo no me van a contratar, o cuántas personas
me van a juzgar sin conocerme, o a cuántas ideas preconcebidas me van a
asimilar, o cuántas veces van a pensar que estoy enferma, o cuántas veces me
van a negar ser madre si es que quiero serlo, o cuántas veces me van a asimilar
como heterosexual si no digo lo contrario.
Podéis decir sobre mí lo que queráis. Podéis desarrollar
vuestras teorías más elaboradas. Podéis afirmar que vuestras categorías de
privilegio os oprimen, y podéis trasladaros a un mundo tangencial suprasensible
paradisiaco y colorido donde no existen las etiquetas ni las categorías.
Pero la realidad siempre será otra. La realidad siempre será
que mi categoría me condiciona y me posibilita. Me hiere y me cura. Que mi
existencia es política. Que vuestros besos son privados. Que vuestro deseo es
la norma.
Mi realidad es que desde que me levanto combato la Institución,
cada minuto lucho y resisto. Mi realidad es que, en el mundo heterosexual yo no
puedo vivir. Yo sobrevivo.
No es cuestión de quien tiene los argumentos más certeros.
Es una cuestión vital. O deshago el mundo y a mí misma, o creo espacios y me
construyo… o no existo.