domingo, 17 de noviembre de 2013

La realidad lesbiana


Podéis especular todo lo que queráis. Hacernos las preguntas más originales e insospechadas sobre psicoanálisis. Hurgar en nuestros recuerdos más desagradables, en nuestras experiencias traumáticas. Podéis hacer referencia a nuestra genética, a nuestra herencia homosexual en el árbol genealógico de nuestros antepasados.
Pero antes de ello tendréis que preguntároslas a vosotros mismos.

¿Tú, mujer heterosexual, has tenido experiencias desagradables con mujeres y por eso te gustan los hombres?
¿Hay más heterosexuales en tu familia? Porque he oído que es genético.

Basta. No somos un fenómeno anómalo, no somos un experimento que suscita curiosidad, no somos un objeto de estudio desde LA perspectiva heterosexual desde la que se mira todo. Y lo que escapa a ello debe ser estudiado, para analizarlo y comprenderlo (y a ser posible, para que no se repita).

Somos disidentes. Somos marginadas, emigradas. Somos lo que está fuera. Y lo que quiere estarlo.

Podéis teorizar sobre el curioso, extraño y atípico fenómeno del lesbianismo todo lo que queráis.

Pero la realidad es nuestra. Somos NOSOTRAS las que nos levantamos todos los días, arrojadas a un mundo heterosexual. Las que hemos tenido que aprender, a base de opresiones y violencia, a jugar nuestras cartas, a saber defender lo que es nuestro, a saber reivindicar nuestros espacios, los cuales, de forma irremediable, tenemos que construir e inventarnos. Porque en este mundo heterosexual no se nos deja existir. Ni respirar.

Podéis llevar a cabo las afirmaciones más frías o cínicas que gustéis. Podéis considerar, si eso os deja tranquilos para poder dormir por las noches, que no nos estáis oprimiendo si no que vosotros, heterosexuales, también tenéis que seguir unas normas, y unas normas durísimas, de las que no podéis escapar, y pensar que ya por eso no tenéis ninguna tarea encomendada en deconstruir este mundo heterosexual. Solo sentiros oprimidos. (¿De qué?)

Pero la realidad es nuestra. Somos NOSOTRAS las que nos exponemos todos los días en la calle al hacer visible nuestra existencia lesbiana. Las que asumimos que dar un beso puede costar una paliza, una agresión verbal o una mirada despectiva. Somos NOSOTRAS las que hemos tenido que aprender a estar alerta, alerta ante alguna amenaza cuando vuelves a casa, alerta a no dar un paso en falso, a no decir un comentario inapropiado que descubra tu homosexualidad en el trabajo, alerta a elegir con cuidado las palabras, palabras que no denoten tu realidad lesbiana y que a la vez no te traicionen a ti misma.

Que el heteropatriarcado impone normas a todas sus categorías es cierto. Que esas normas, para algunas categorías, son de privilegio también. Que fuera de esa Institución surgen otras formas de existencia es indudable. Que la Institución trata de absorberlas y atraerlas hacia si, también. Que el heteropatriarcado nos golpea, nos escupe, nos da patadas, nos insulta, nos agrede, nos mata a todas las lesbianas todos los días es un hecho igual de escalofriante y cierto.

Pero en ello reside otra certeza:

Un beso entre mujeres, dado y recibido en público, es un acto político.
Porque yo soy lesbiana. Y soy lesbiana política. Si no, no sería lesbiana. Sería una mujer que se acuesta con mujeres. Una mujer que desea a mujeres. Pero resulta que no lo soy. Que soy lesbiana. Porque la palabra lesbiana significa mucho más. Significa salirse de la norma, habitar fuera de los espacios permitidos, sobrevivir en los márgenes, sufrir las consecuencias cuando intentas entrar al mundo heterosexual al que te arrojan desde que naces, con tu rostro de lesbiana, con tu rostro de disidente combativa.

Porque ser lesbiana es renegar de todas las fronteras, evitar que hagan de ti algo que se da por supuesto, expandir los límites de lo pensado, y si es posible romperlos.

Nuestra opresión es nuestro mayor motivo. Nuestras heridas son ese lugar en el que reside nuestra fuerza.
Porque somos NOSOTRAS las que enfrentamos todos los días la norma heterosexual, las que tenemos que vivir en un mundo que no quiere nuestra existencia, y por ello somos nosotras las responsables de crearnos a nosotras mismas, de construir nuestra subjetividad: política, resistente y combativa. Porque no nos queda ninguna otra opción. Porque es una necesidad vital. Porque la otra posibilidad es la muerte.

Porque ser lesbiana no compete al ámbito privado. Porque con quien me acuesto no es con quien me levanto, si no de qué manera me van a agredir cada vez que salgo, o en qué trabajo no me van a contratar, o cuántas personas me van a juzgar sin conocerme, o a cuántas ideas preconcebidas me van a asimilar, o cuántas veces van a pensar que estoy enferma, o cuántas veces me van a negar ser madre si es que quiero serlo, o cuántas veces me van a asimilar como heterosexual si no digo lo contrario.

Podéis decir sobre mí lo que queráis. Podéis desarrollar vuestras teorías más elaboradas. Podéis afirmar que vuestras categorías de privilegio os oprimen, y podéis trasladaros a un mundo tangencial suprasensible paradisiaco y colorido donde no existen las etiquetas ni las categorías.

Pero la realidad siempre será otra. La realidad siempre será que mi categoría me condiciona y me posibilita. Me hiere y me cura. Que mi existencia es política. Que vuestros besos son privados. Que vuestro deseo es la norma.

Mi realidad es que desde que me levanto combato la Institución, cada minuto lucho y resisto. Mi realidad es que, en el mundo heterosexual yo no puedo vivir. Yo sobrevivo.


No es cuestión de quien tiene los argumentos más certeros. Es una cuestión vital. O deshago el mundo y a mí misma, o creo espacios y me construyo… o no existo.

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