sábado, 23 de noviembre de 2013

Los días raros

Tendré el corazón dividido. Como un mapa deshecho entre la lluvia. Como una cara astillada por el frío y por la bruma. Tendré el corazón siempre dividido. Fragmentado como la existencia de mi ser deviniendo en la intemperie del tiempo. En lo más descubierto. Al raso.
Tendré el corazón dividido y desconchado, como la pared de ese sitio seguro que se va devastando. Como una temporada larga sin sexo ni lenguaje.  Como un espacio lento y cierto sin cubrir, sin tapar, sin ocultar, escondido apenas por un par de manos distraídas que se miran.
Tendré el corazón siempre dividido y lleno de cicatrices, de mil y una cicatrices, de todas las heridas de una vida que pasa sin pena aparente y sin graves incidentes. Como las guerras que libran las personas que no tienen en su vida grandes dramas.
Tendré el corazón y el cuerpo destartalados, desmontados, viviendo caóticos entre un frío tan indescriptible que se me congelan las palabras en el intento más humilde. Y habré de confesar algún día. Y habré de reconocerme a mí misma… que los versos no siempre curan y las palabras no son de todas. Que a veces la poesía no arranca ni llega ni alcanza a expresar los estallidos, y se queda corta, y me recorta el alma las ganas las esperanzas y todas todas mis hazañas. Y no puede, sedienta como está, sedienta como es ella, beberse a tragos las rimas más amargas y más desesperadas, y acompasará sus despertares con andanzas, con lágrimas que sangran, que manchan la pared, y el suelo y los dedos se los mancha cuando se masturba a solas, sin nadie a quien querer, sin nadie a quien leer sus versos, sin nadie a quien escribir, y escribe a las palabras. A las palabras que le van dejando sola.
Escribo frenéticamente a ese corazón descontrolado, a ese corazón des-corazonado, que ha olvidado que ya existe, que no recuerda nunca más existir ni respirar. Y tal vez esa dictadura del pensamiento, ese dominio de la razón, ha tratado de aniquilar para siempre los sentimientos más profundos y desconocidos, los que jamás se dirían a nadie, los que la poesía no quiere ni oír.
Pero esos sentimientos solo pueden volar y fluir y se extienden como una baba negra por el alma del poeta. Y no hay dios por filósofo que sea que los pueda hundir. Y ahora bien, si la palabra es poema, si el poema es rabia y la rabia careta. Si la careta es tuya y mi rostro un puzle sin piezas…
Querrás decir tal vez que ya no tengo nombre.
Querrás decir tal vez que he olvidado escribir, que mis palabras no sirven, que el mar de mis entrañas está subiendo mi marea, y solo puedo nadar

Nadar o ahogarme hasta que amanezca.

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