Me arrojo a un final septiembre desganado.
Mi garganta se hace nudos al lamer las calles
y se me cuela el frío por los pies.
Llega el tren de las siete,
como siempre con retraso,
pero la estación está vacía.
Hoy no lo estoy esperando.
¡El domingo más triste del año!
Las manos se me quiebran de nostalgia
por un pasado cercano pero abierto.
La tienda de las cenas está iluminada
pero nadie compra ya esas dos cervezas.
Me arrojo a un final de septiembre desganado
en el domingo más amargo del año.
El viento me corta los labios, las entrañas
las orejas.
La gente va y viene con maletas
pero ninguna es azul.
Cada minuto pesa.
Me abandono al amor que me proyectas desde lejos
para entrar poco a poco en calor.
La trinchera se ha extendido a otra ciudad,
ha cambiado de color.
Pero en la distancia seguimos resistiendo.
Si yo de pronto me encuentro
muriendo en las calles que ya no caminas
busco tus ojos en la tierra:
pronto trazaremos más rutinas.
domingo, 28 de septiembre de 2014
Arrabassada
Mis ojos notan el calor del sol
intentando atravesar la barrera de mis párpados.
Un rugido calmado, denso, regular
se me cuela detrás de las orejas.
Mi piel
devorada por tus dientes al contacto con la luna
va cambiando de color en esta playa desnuda.
Me bebo lentamente mi respiración
mientras extiendo las manos.
Tu piel
memorizada por mi tacto
aparece al encuentro con mis brazos.
Y recuerdo cuando te escribí
que la barrera del horizonte al contacto con el mar
te llamaba desde lejos,
y dos siluetas se abrazaban al trasluz atardeciendo.
Y ahora aquí
entre la arena de esta espuma
somos al fin,
ante la playa,
una figura.
miércoles, 24 de septiembre de 2014
La Sombra
Para el Chamán
que corrió descalzo por Anzanigo buscando pistas en el cementerio.
La vida te voló por dentro. Como un pájaro herido suplicabas
ser salvado. Subiéndote en lo imposible. Arrellanado en tu agujero.
“Un haz de luces y sombras”. Así me describiste la vida. Y
yo entonces creía tus palabras, y sentía que el brillo de tus ojos me iba
anunciando algo.
“Fragmentaria” me llamabas. Hecha de fragmentos. Muy pequeños,
muy pequeños. Y quisiste abismarte entre mis palabras, asomando tu mirada a
aquellas trazas. Pero no pudiste ver el fin, jamás, ardiendo dentro.
Hoy creo que sabías tu destino. Aunque me hablabas de él
como un niño sin rostro que se comía los planes y los ponía del revés. Me
anunciabas nuestros días y el horizonte del designio como un infinito de
posibilidades inmensas que se abrirían. “Y vivirás” me decías “sufriendo pero
en paz, fragmentaria”.
Y aquella farola se nos fue quedando tan fría, tan deprisa…
Me enseñaste tus poemas como tesoros guardados debajo de tus
alas. Yo traté de acariciarlos, pero nunca te entendí del todo. Perdías el
control desde tus centros, y la autodestrucción te resultó alentadora.
El hueco y el odio nos
invadieron por dentro. Aquella mano caliente sobre la mía helada
recorriéndome sin peso. Mi boca seca y la tuya enferma, elaborando versos
innombrables. Asqueada. Alocada,
ahorcada, bajé de aquel coche como trampa y no volví, jamás, a escuchar tus
palabras.
Yo sé que te mirabas enfrente de la vida, imaginando el
abismo que se abría, y te gustaba sentir ese anhelo de proyección infinita. Yo
sé que el horizonte te atrapaba. Te recuerdo en medio de la nada, con el sol
naciente y tus brazos alzados hacia el cielo, comunicándote desde ti mismo en
tus deseos.
Has dejado un campo devastado alrededor de tu hueco. Y en
mí, una sensación confusa. Y en mí, una incomprensión difusa. Y en mí, un
sentimiento de inmanencia que me asusta. Y en mí, en mi eternamente mí, una
seguridad carente de excusa: de aquel haz que tú anhelabas describir con tus
palabras, solo pudiste ver sombra.
martes, 23 de septiembre de 2014
No quiero moverme de esta silla.
Tengo miedo.
Cierro los ojos como si se me gastase el aliento
con fuerza
sello mis párpados salados.
No me atrevo a acercarme a aquella cama
tu olor todavía condensado entre la almohada
y un hueco viviente que huele a herida abierta.
Un torrente de sangre me inunda el corazón.
Tengo miedo.
Cierro los ojos como si se me gastase el aliento
con fuerza
sello mis párpados salados.
No me atrevo a acercarme a aquella cama
tu olor todavía condensado entre la almohada
y un hueco viviente que huele a herida abierta.
Un torrente de sangre me inunda el corazón.
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