La época madura de mi infancia lleva un vestido rojo, tacones altos y el pelo teñido de tinta y de miedo, de saberes irreprochables de la vida. La época madura de una niña se abre como una flor en primavera, como pupilas en la sombra, como las manos de un mendigo, como las frases extendidas. No hay época madura en el adulto, solo hay juego vago, ecos de ficciones que escapan de una realidad demasiado espesa, puntos de fricciones, placas solares, choques tectónicos, excusas marchitables.
La época madura de mi escritura llega siempre y no llega nunca.
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