Gritos y silbidos, y una algarabía ordenada de protestas
fugaces que permanecen en el aire varios segundos eternos , antes de
confundirse con el silencio ruidoso de las calles. Todas las voces a una voz,
consignas inventadas desde las entrañas. La plaza no está tan llena, ha habido
muchas bajas, o incompatibilidad de horarios, pero los huecos que se dejan
entre la Multitud recuerdan a los que estuvieron: que fueron miles; pero los
espacios sin cubrir de una plaza diseñada para el rendimiento –de la razón y de
la vida– avisan que estuvo llena, advierten que puede estarlo, que no es
difícil, que los motivos sobran: que somos miles.
¡Pero mira lo que se han montado! ¡Pero mira el Edificio de
opresión en el que estamos viviendo! Se ha de llevar más lejos la mirada,
extenderla más allá de estos últimos años: la sumisión está en nuestra cultura
y por lo tanto en nuestras venas. Es un legado que se nos ha ido otorgando
mucho tiempo atrás, en muchos puntos localizados, en cada minoría, lo visible,
pero también en cada acto político: sigue el espectro de un totalitarismo que
nunca ha terminado de una vez por todas. Sigue el conformismo del que nos
cubrimos algunas décadas atrás: el agachar la cabeza, el pensar que con eso
basta. Que hay que dar gracias (¿a Dios?).
Ese discurso que a mí ya me está hirviendo por dentro cada
vez que atiendo a él, de la mano de la tolerancia. La tolerancia por la
tolerancia. Tolerancia = tolerancia. Una tautología, es decir: un absurdo.
¿Cómo tolerar lo que intolera?
¿Cómo engullir lo que a ti no te traga? Lo que no te puede ni ver.
Y nos quedaremos ciegos.
No hablaré por nadie sino por mí. Que cada cual tome la
palabra: escrita, hablada, cantada, escenificada. Pictórica. Que cada cual
busque su propia voz. La mía es esta. Y mi voz ha comprendido que no puede
hacerse oír al lado de la caía de una cascada: ingente masa de agua. Que no
puede parar su curso. Que no se seca. Que no se apaga.
Pero mis manos ya no buscan eso. Mis ojos van perdiendo la
atolondrada ingenuidad de la que a veces se tiñe por miedo o por gusto. Pero
estas manos quieren desviar aunque sea una gota de esa puta cascada y llevarla
por otro camino. ¡Que no somos tontos! ¡Que esta plaza se disuelve y ya no
queda nadie cuando empieza a anochecer! Pero durante esos quince minutos habéis
sacado las armas y los dientes y habéis estado pendientes de vuestros daños
colaterales de vuestros triunfos de Titanes. Son las pequeñas victorias. Son
los grandes avances.
Pero yo no hablo solo como Ser ni como ciudadana, como vida
que quiere proyectarse hacia delante y a
la que cada día se le recorta el futuro. También hablo como feminista que soy,
como mujer que soy, como lesbiana que soy, como animal que soy.
Y hablo de la intolerancia con la tolerante intolerancia. El
discurso opresor revestido de un todo va
a más, de un tu problema es el mío,
de un tu situación es la mía: y un pero detrás muy bajito, en letra
pequeña. La negación del Señor Freud.
El discurso del conformismo y la tolerancia con el prójimo,
del amar al machista, al homofobo, al racista y al explotador de animales –incluidos
nosotros, seres humanos– a mí me empieza a incomodar igual que al Edificio le
incomodan las mujeres, los homosexuales, los inmigrantes y los derechos de los animales.
La vuelta de hoja. La otra lectura de lo dado. El presente olvidado
benjaminiano. Perfectamente encubierto por una sonrisa cuando alguien entra a
un banco; por un cartel de oferta de 2x1 en comida y en ropa; por un par de
leyes que simulan aflojar la mano del maltratador, xenófobo, heterosexista del
cuello de la mujer, el inmigrante, el homosexual. Pero en verdad aprieta más
fuerte y los ojos se inyectan en sangre. Lo noto en mi propia carne.
Juzgad vosotras mismas.
Pre-tolerar los discursos. Analizar las palabras.
Rastrearlas hasta su referente efectivo. Extraer lo implícito, lo velado, lo
que no se dice sino con la mirada oculta del de arriba. La mano invisible.
Pre-tolerar todos los discursos, y tolerar los que toleran. Y desechar los que
provocan la intolerancia de un grupo, de una minoría, de una vida. Que no todo
vale y ya nos hemos dado cuenta. Que el cambio de gobierno es el mismo. Que el
bipartidismo es cosa muy vieja. Que el patriarcado es un fósil.
Que los discursos que cierran espacios, que ahogan el día a
día, que matan al que tenemos al lado… esos no hay que tolerarlos. Hay que quemarlos.
Brutal.
ResponderEliminarSi convirtiéramos este discurso en un dogma se acabarían los dogmatismos.
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