sábado, 29 de septiembre de 2012

La destrucción (meta)física

Lo he rodeado pero no encuentro mi cuerpo entre la elipse. El muro violeta va saltando por los aires. Tienen cercado el derecho y los gritos. Nuestro cuerpo sobre nuestro cuerpo. Mi cuerpo rodeado. Mi cuerpo como blanco. Mi cuerpo como campo de batalla.

He masacrado infinitamente lo material con palabras, he bombardeado inmensamente ideas con latigazos de mis dedos en las letras. Pero no advierto mi cuerpo mutilado, mi cuerpo que nunca más puede volver a ser Uno. Nosotras, múltiples ante el espejo. Nosotras, las inmigrantes. Yo y todas las demás que soy.

RESQUICIO DE LO QUE QUEDA DE LOS SENTIDOS

La vista: hacia el exterior es una tumba de cascadas lacrimosas que se expanden en el infierno avivando el fuego elemental. Quisieran cerrar los ojos, es porque no hay más. Porque no da más. La trinchera descoronada se aleja inmensamente sobre la soledad desierta. No queda nadie en las calles. Pero están llenas. No quedan ideas en las aceras. Pero están repletas. La unificación no se ha de conseguir si no es la unión de los desunidos que no se quieren unir. Hay vidas en los márgenes; hacia el interior golpean llamaradas de silencio absorto en un rostro desaparecido, no encontrando el furor alimenticio de los motivos por el que se sigue tomando oxígeno (por la garganta) y habiendo vomitado hacia dentro todo lo deconstruido para masticarlo, advertir que lo anacrónico del en si misma y de una misma está vigente en la memoria; hay que reconocer que lo estable del YO no existe.

El gusto está conectado en absoluto quiero decir totalmente con el Apocalipsis que provocan los que no saben crear, sino reproducir discursos. Entonces lo amargo envenena en la lengua como si las papilas se hubiesen restregado por todas las banderas y las patrias del mundo. Te arrastras en silencio. Como una perra. Y te avergüenzas de tu condición inhumana de ser humano. Valoración general del gusto: entre oscuro y amargo.

El tacto es áspero en todos los rincones absolutos, salvando alguna particularidad donde hay colchas que se agrupan entre el femenino genérico y los hombres con tacones. Yo no pertenezco a lo mundano. Tú eres grotesco. Si he de hablar de tu propio tacto me referiré en masculino. Ahora asimila la prohibición de ti mismo de saber lo que es tocar un cuerpo de mujer solo porque eres mujer. También entra aquí el gusto. Fluidos mucosos de conchas marinas. ¡Ah, lo que te pierdes, estúpido mujer! ¡Ah, lo que prohíbes, maldito mundo! ¡Y Amada Tierra lo que inventas!

El oído ha sido repetidamente concienciado para recoger toda la información posible. El enemigo no lo adiestra. Por eso el pensamiento que tenemos nosotras evoluciona y el que tienen ellos se ha quedado quieto hace milenios. Hay un filtro llamado crítica. Y grito de Lucha que hondea en el tímpano. Solo a mis oídos la poesía callada. Solo a mis orejas las palabras silenciadas. Solo a mí los versos.

El olfato. Aquí huele a mierda. A podredumbre de ideas. A gusanos vagando a sus anchas entre fósiles inamovibles. No hay nada que huela peor que el agua estancada. Pero mi piel huele a un cúmulo de margaritas moradas como las que hay en la mesa. Mi pelo a fuerzas renovadas por el tiempo. Y Su cuerpo tiene el olor del todo es posible que tanto amo.


Se gestan las luchas cotidianas y lo resiste a patadas, lo queman con miradas y lo desprecian con lenguas bífidas de veneno carcomido por el tiempo atemporal de sus políticas de estiércol. El odio resuena como eco incondicional de un espacio que les pertenece por haber llegado primero, esto es: por usar la violencia. Velada y violencia. ¡Violencia secreta! Cobardes infames. Inefables. Innombrables. Innominados. Lo que no se dice no existe. Lo que no se puede decir. El nombrar es la ausencia. Se trocea inmensamente en fragmentos el polvo humeante que huele a un corte en el labio que sangra. Los dedos son escandalosos y muy caros. El gusto por la muerte. El tacto ya siente el frío del cuchillo. Se aproximan los golpes.

Mi cuerpo es un campo de batalla.

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