Hemos descendido de las nubes para contemplar la tierra estrellada y nuestros ojos sombríos, por un momento, maldecidos. Hemos talado indefectiblemente nuestro humor, el silencio espeso se revuelve, la soledad marchita se resuelve, extraordinariamente fría.
Y ahora voy hacia ti, por una carretera conocida en el agosto del verano, hacia una ciudad que ya es la mía. Y nos hemos encontrado al borde de un abismo intransitado. Soy la desahuciada de los conflictos en blanco, soy la boca de los colmillos chocando.
Y tú eres mi eterna salvadora del enfado irracional pausado. Y tú eres todo. Y yo, tanto.
Por las calles de Pamplona me has levantado la ciudad, mi eterno universo abatido por las fuerzas tensas,
y salimos despacito a pasear por la ciudad... con la mirada nunca a tientas.
Tú eres el suelo firme.
Mi fuego interno que no quema.
Anochece devuelto mi orgullo de tu brazo entre mi brazo.
Podría devorarte con la mirada... pero me moriría.
En la noche de los cuerpos chocando me desvela tu sonido a su antojo, y abro los ojos. En una habitación que solo ha sido tuya y pregunto a las paredes, cuando tenías seis años y todo estaba lleno de juguetes; cuando escondías los mecheros y tenías unos trece; las veces que habías llorado, las noches que no has llegado hasta las siete; alguna noche que has pasado en vela... (nunca)
Y vuelvo a cerrar los ojos en esta vida entre paredes.
Y vuelvo por las vías que recorrí de madrugada (cuando amanece).
Anochece:
me vuelvo a casa.
Mi hogar está en Tafalla,
pero solo hasta mañana.
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