Encontré a la que vuela.
El huracán de mi cuerpo le obligó a la huida.
Espero a la que vuela,
limpiándome,
espero que vuelva.
viernes, 19 de junio de 2015
jueves, 18 de junio de 2015
La Otra como realidad insalvable
La luz es demasiado intensa
para un suicidio.
Mi cuerpo aún no se ha despertado.
Abro los ojos como un cadáver
al filo de la tierra que me cubre.
Las palabras salieron disparadas
deslizándose sin tregua en la garganta.
Los oídos se cerraron.
Había voz, pero no llave.
Hay un muro enroscado entre las piedras.
El muro enroscado entre las piedras
es insalvable.
La distancia es brutal.
Las diferencias nos desmarcan.
Nos desgarran.
Si no logro salvar lo imposible de mi adentro
jamás podré salir a otro universo:
a cualquier otro cuerpo que espere un encuentro con mi cuerpo.
para un suicidio.
Mi cuerpo aún no se ha despertado.
Abro los ojos como un cadáver
al filo de la tierra que me cubre.
Las palabras salieron disparadas
deslizándose sin tregua en la garganta.
Los oídos se cerraron.
Había voz, pero no llave.
Hay un muro enroscado entre las piedras.
El muro enroscado entre las piedras
es insalvable.
La distancia es brutal.
Las diferencias nos desmarcan.
Nos desgarran.
Si no logro salvar lo imposible de mi adentro
jamás podré salir a otro universo:
a cualquier otro cuerpo que espere un encuentro con mi cuerpo.
viernes, 12 de junio de 2015
A las profesoras feministas
El sistema educativo en el Estado español es un desastre.
Esto es sabido por todas y no dejaremos de escucharlo. Y yo, estudiante del
Master de Profesorado, me sorprendo de la sorpresa de la lamentable calidad
educativa de este territorio.
¡Cómo no va a ser un desastre! Si la formación del
profesorado es penosa, caótica y alienante.
Necesitamos profesoras que potencien el pensamiento crítico,
que hagan reflexionar a las adolescentes y a las más pequeñas. Que enseñen a
pensar. Necesitamos profesoras que trabajen con las emociones como tarea
fundamental, mucho antes que cualquier contenido. Necesitamos profesionales en
inteligencia emocional y en la prevención y resolución de conflictos, y no
profesionales del castigo. Necesitamos profesoras que potencien la creatividad
de todas las mentes. Que atiendan a la individualidad de cada una de sus
alumnas: es una responsabilidad ética atender a sus necesidades en todo
momento. Necesitamos profesoras que descubran y alienten las cualidades de cada
una de sus alumnas. No somos iguales, no somos homogéneas, cada una tenemos
unas virtudes distintas y el instituto debería ser el espacio donde seguir
desarrollándolas, no en el que se coarten, se censuren, se castiguen.
¡Cuántas veces me habrán llamado la atención mis profesores
por escribir “nosequé” al final del cuaderno y no estar atendiendo! ¡Cuántos
poemas me quedaron sin terminar por mirar como una autómata una pizarra llena
de datos que ya no recuerdo! Cuando era obvio que mi demanda era otra: la
necesidad de expresar unas opiniones que no fueron escuchadas y unos
sentimientos que no fueron atendidos. ¿Cuántas veces pueden expresar las
alumnas su opinión dentro del instituto? ¿Cuántas veces se ven obligadas a
recoger en la mochila esas inquietudes que siempre les acompañan? Pero cuando
llegan a casa, dispuestas a sacarlas… la agenda les llama con las tareas para
el día siguiente. Y las inquietudes esperan. Y la creatividad se estanca. Y las
habilidades, de no practicarlas, se van perdiendo, se van perdiendo… Hasta que
nos encontramos ante una clase de treinta adolescentes que no han aprendido a
pensar por sí mismas, a argumentar, a hablar en público, a sentir que su
opinión es importante y que ellas son necesarias, a escuchar otras formas de
ver el mundo para compartirlas, respetarlas y valorarlas. Treinta adolescentes
incapaces de relacionar dos ideas y conectarlas. Incapaces de escribir y
expresar sus sentimientos. Luego llegan los agobios, las crisis de ansiedad y de
identidad, las explosiones incontrolables… Si no enseñamos en emociones y en cuidados
¿qué queremos que mejore en nuestra sociedad?
Vengo ya meses invirtiendo (más bien perdiendo) mi apreciado
tiempo en un Master que debiera enseñar cómo poder hacer todo esto, y cuyo
discurso no dista mucho de las ideas que aquí he expuesto, pero que, sin
embargo, en la práctica vuelve a reproducir el aprendizaje memorístico, la
anulación de la creatividad, la negación del pensamiento crítico, la privación
de expresión de emociones, la falta de espacios para atender las propias
necesidades e inquietudes. Al final y al cabo, no somos más que profesoras supuestamente
homogéneas que vamos a dar unos datos para memorizar a un grupo de adolescentes
tratadas igual de homogéneamente que a nosotras.
El discurso del método constructivista y del aprendizaje
significativo es muy bonito, pero que no pretendan engañarnos. Si ni siquiera
lo llevan a cabo en el master, ¿quieren hacernos creer que es lo que se hace en
educación?
La realidad es que las alumnas siguen memorizando fechas
como el “descubrimiento de América”, y no les estamos educando para la crítica
a la invasión y la colonización.
¡Y no vamos a hablar de esa educación en la diversidad afectivo-sexual
y esa educación feminista que brilla por su ausencia en el Máster! Hasta que no
se den cuenta de que mucho antes que una asignatura de diseño de actividades
urge la formación profesional en la atención a la diversidad y la revisión de
los propios prejuicios, la educación seguirá reproduciendo todas esas
discriminaciones y formas violentas de relación que las que habitamos en los
márgenes hemos sufrido y seguimos sufriendo.
Necesitamos profesoras feministas que no reproduzcan, y
enseñen a cuestionar, el sistema patriarcal en el que vivimos, que no tengan
comentarios ni actos violentos hacia la homosexualidad, el lesbianismo, la
bisexualidad, la transexualidad, la intersexualidad, lo queer, la inmigración,
otras culturas, otras religiones… que cuestionen el binarismo, los roles y
estereotipos de género… ¡Por no olvidarnos del especismo que se enseña desde
primero de infantil!
Pero no vamos a ponernos tan dramáticas, tampoco podemos
decir que no hayamos aprendido nada de nada. Algo sí he aprendido. Gracias al
ejemplo de muchos excepto de unas pocas que se pueden contar con una mano y aún
me sobran dos dedos, en el Máster de profesorado se enseña como NO hay que ser
profesora.
¡Cuántas profesoras excelentes se perderán por el camino en
el estudio de este Máster, igual que se pierden las oportunidades en el
instituto de hacer algo mejor con las alumnas! No las subestiméis: la
información ya saben encontrarla en internet. Si no somos creativas y críticas,
nada tenemos para enseñarles.
viernes, 5 de junio de 2015
Suicidio literario
Un golpe seco,
tumbado entre las piedras.
El aliento entrecortado
es un ritmo lento y discontinuo
que acompaña el caminar del río.
Voy estirando los dedos
como si quisiese acariciar todo el lenguaje
puliendo las esquinas de las uves.
Yo no quería no sabía
no pude ver la zarza
y el resultado fue mortal:
el leve movimiento de una hoja
me puso del revés
ese gesto inadvertido
que augura un desastre
en un transporte público
el ruido de una bolsa rasgándose
imperceptible
anunciando
el desbordamiento total.
Un golpe seco,
tumbado entre las piedras.
Lo imprevisible
agotando los recursos.
Mi suicidio literario.
Para las que me salvan, al otro lado de mi espejo.
Extraigo la voz que late al otro lado,
Extraigo la voz que late al otro lado,
como una fuente inagotable de energía.
Crece
el olor de ti que conservo en mis manos
tu sonrisa
y tu vida
para mí,
desconocida.
Recojo lentamente tus cuidados
para extenderlos por mis heridas más viejas.
Están calientes
no cicatrizan.
Si pudiese verte escarbando en mi maleza
con tus ojos cerrados
tu corazón extranjero.
Solo imaginar tu esfuerzo me conmueve
habitante de mis sueños.
Mi yo disociado de mi yo
El calor se derrama por mi piel como un ave muerta al filo
del nido. Desterrada. Hundida. Herida. La sangre marca mi camino pero no quiero
que me sigan, no quiero que me sigan. Borro el rastro con mi lengua, lamiendo
el hierro de mis venas. No sabe a nada. Estoy muerta.
El calor se desborda por mis poros como agua latiendo en el
centro de la piedra. Estoy en el exilio. El lugar destinado a los cuerpos sin
control, a las mentes inválidas. In-válida. Así me he sabido toda mi vida.
Inútil. In-útil.
La validez se mide por actos de habla y la utilidad, por el
grado de autocontrol. Pero yo lo sé ahora. Yo lo aprendo ahora.
¡Yo! Que he devastado campos llenos de lirios que me
acariciaban sin herirme. He quemado hasta el último pétalo cuidadosamente
enroscado entre la rama más fina del árbol con más sombra para mí. El amor de
una madre. El único que existe.
¡Yo! Que he arrasado ciudades que se construyeron con la
ayuda de mis sueños más secretos, en cooperación constante por una vida mejor.
Midiendo cada muro que nos defendiera del resto del planeta.
Pero la muralla no me rodeó a mí misma: ella se abrasó en mí, y yo no pude, no
fui capaz de salvarme de mí.
La ciudad, abandonada. La ciudad abandonada y sola. Siendo
el alimento de las llamas que produje en mi abismarme, en mi recortarme, en mi
implosionarme, en el estallido de las palabras fantasma, de la voz enloquecida,
de los gestos severos.
¡Yo! Que en cada fogonazo, que en cada disparo, que en cada
explosión y cada incendio incontrolado, noto cómo todas las partículas de mi
cuerpo: las membranas, la saliva, y los huesos; las uñas, los dientes, cada uno
de mis cabellos; los músculos, mis labios, mi clítoris; mis venas, mis ojos,
sus cuencas; tira a tira los centímetros
de mi piel; mi lengua, mis riñones, mis pulmones; mi estómago, mis pliegues,
mis ovarios… Todo mi cuerpo se desintegra en un estallido lento y doloroso, que
me va separando de mí, que me va desterrando de la imagen de mí que yo amo.
La imagen que me devora. La imagen que me repugna. La imagen
que me devuelve mis recurrentes planes de suicidio. Que me augura un final, un
eclipse total. Vuelve: vuelve al otro lado del espejo. Y los rostros que yo amo
devienen pánico de esa imagen que no amo. Me persigue. Sigue el rastro. Huele mi sangre borrada en el exilio. Corre.
Yo intento correr, más rápido. Las piernas se me doblan. Ya casi me alcanza.
Las piernas se me doblan. Están hechas de un material endeble, blando y mojado
como mis labios cuando me masturbo. Escurridizo como los relojes de Dalí, como
un orgasmo que se cuela antes de tiempo.
Pero sigo. Intento seguir. Porque no hacerlo es causar el
terremoto, el seísmo mortal. Me arrastro con las manos. Las heridas son graves.
Los daños, irreversibles. ¡Pero que me arrastro con las manos! ¡Que quiero huir
de ese cadáver incendiado! Que me persigue. Me busca. Quiere encontrarme.
Quiere atravesarme el cuerpo, robarme la voz. Situarme como causa originaria de
toda la tristeza. De toda la violencia del planeta.
Mi huida es penosa, es patética. Una imagen devorada, como
un habitante de la calle desplomado, muerto por su propia hambre.
La huida es ridícula, es mortal. Pero la huida es vital.
El calor se derrama por mi piel como un ave muerta al filo
del nido. Dividida. Separada. Mi yo inconfundible se disocia de mi yo diluido.
Atragantado en la maleza. La trinchera no fue construida para defenderse de
quien ella habite. Una nueva sacudida. Los dientes se me clavan en las manos.
Mis piernas son estropajo mojado. Desintegrado. Mis fragmentos ruedan por el
borde.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)