El sistema educativo en el Estado español es un desastre.
Esto es sabido por todas y no dejaremos de escucharlo. Y yo, estudiante del
Master de Profesorado, me sorprendo de la sorpresa de la lamentable calidad
educativa de este territorio.
¡Cómo no va a ser un desastre! Si la formación del
profesorado es penosa, caótica y alienante.
Necesitamos profesoras que potencien el pensamiento crítico,
que hagan reflexionar a las adolescentes y a las más pequeñas. Que enseñen a
pensar. Necesitamos profesoras que trabajen con las emociones como tarea
fundamental, mucho antes que cualquier contenido. Necesitamos profesionales en
inteligencia emocional y en la prevención y resolución de conflictos, y no
profesionales del castigo. Necesitamos profesoras que potencien la creatividad
de todas las mentes. Que atiendan a la individualidad de cada una de sus
alumnas: es una responsabilidad ética atender a sus necesidades en todo
momento. Necesitamos profesoras que descubran y alienten las cualidades de cada
una de sus alumnas. No somos iguales, no somos homogéneas, cada una tenemos
unas virtudes distintas y el instituto debería ser el espacio donde seguir
desarrollándolas, no en el que se coarten, se censuren, se castiguen.
¡Cuántas veces me habrán llamado la atención mis profesores
por escribir “nosequé” al final del cuaderno y no estar atendiendo! ¡Cuántos
poemas me quedaron sin terminar por mirar como una autómata una pizarra llena
de datos que ya no recuerdo! Cuando era obvio que mi demanda era otra: la
necesidad de expresar unas opiniones que no fueron escuchadas y unos
sentimientos que no fueron atendidos. ¿Cuántas veces pueden expresar las
alumnas su opinión dentro del instituto? ¿Cuántas veces se ven obligadas a
recoger en la mochila esas inquietudes que siempre les acompañan? Pero cuando
llegan a casa, dispuestas a sacarlas… la agenda les llama con las tareas para
el día siguiente. Y las inquietudes esperan. Y la creatividad se estanca. Y las
habilidades, de no practicarlas, se van perdiendo, se van perdiendo… Hasta que
nos encontramos ante una clase de treinta adolescentes que no han aprendido a
pensar por sí mismas, a argumentar, a hablar en público, a sentir que su
opinión es importante y que ellas son necesarias, a escuchar otras formas de
ver el mundo para compartirlas, respetarlas y valorarlas. Treinta adolescentes
incapaces de relacionar dos ideas y conectarlas. Incapaces de escribir y
expresar sus sentimientos. Luego llegan los agobios, las crisis de ansiedad y de
identidad, las explosiones incontrolables… Si no enseñamos en emociones y en cuidados
¿qué queremos que mejore en nuestra sociedad?
Vengo ya meses invirtiendo (más bien perdiendo) mi apreciado
tiempo en un Master que debiera enseñar cómo poder hacer todo esto, y cuyo
discurso no dista mucho de las ideas que aquí he expuesto, pero que, sin
embargo, en la práctica vuelve a reproducir el aprendizaje memorístico, la
anulación de la creatividad, la negación del pensamiento crítico, la privación
de expresión de emociones, la falta de espacios para atender las propias
necesidades e inquietudes. Al final y al cabo, no somos más que profesoras supuestamente
homogéneas que vamos a dar unos datos para memorizar a un grupo de adolescentes
tratadas igual de homogéneamente que a nosotras.
El discurso del método constructivista y del aprendizaje
significativo es muy bonito, pero que no pretendan engañarnos. Si ni siquiera
lo llevan a cabo en el master, ¿quieren hacernos creer que es lo que se hace en
educación?
La realidad es que las alumnas siguen memorizando fechas
como el “descubrimiento de América”, y no les estamos educando para la crítica
a la invasión y la colonización.
¡Y no vamos a hablar de esa educación en la diversidad afectivo-sexual
y esa educación feminista que brilla por su ausencia en el Máster! Hasta que no
se den cuenta de que mucho antes que una asignatura de diseño de actividades
urge la formación profesional en la atención a la diversidad y la revisión de
los propios prejuicios, la educación seguirá reproduciendo todas esas
discriminaciones y formas violentas de relación que las que habitamos en los
márgenes hemos sufrido y seguimos sufriendo.
Necesitamos profesoras feministas que no reproduzcan, y
enseñen a cuestionar, el sistema patriarcal en el que vivimos, que no tengan
comentarios ni actos violentos hacia la homosexualidad, el lesbianismo, la
bisexualidad, la transexualidad, la intersexualidad, lo queer, la inmigración,
otras culturas, otras religiones… que cuestionen el binarismo, los roles y
estereotipos de género… ¡Por no olvidarnos del especismo que se enseña desde
primero de infantil!
Pero no vamos a ponernos tan dramáticas, tampoco podemos
decir que no hayamos aprendido nada de nada. Algo sí he aprendido. Gracias al
ejemplo de muchos excepto de unas pocas que se pueden contar con una mano y aún
me sobran dos dedos, en el Máster de profesorado se enseña como NO hay que ser
profesora.
¡Cuántas profesoras excelentes se perderán por el camino en
el estudio de este Máster, igual que se pierden las oportunidades en el
instituto de hacer algo mejor con las alumnas! No las subestiméis: la
información ya saben encontrarla en internet. Si no somos creativas y críticas,
nada tenemos para enseñarles.
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