El eco de mis pasos en la noche me recuerda esta soledad. La casa está demasiado vacía y era para dos. Las paredes están decoradas a su gusto. Teníamos un gato… si le hubiese sobrevivido habría muerto de pena. Apenas le quedaba ya voz. Esta soledad es demasiado. Esta soledad no elegida. No puedo cerrar los ojos si no es de puro agotamiento físico y mental, todo a la vez, como una losa sobre mis párpados. Y así duermo. Sin descansar. Entro en la cocina para preparar algo de cena, pero ahora siempre me sobra. Nunca me acuerdo de hacer menos. O quizá no me resigno a hacerlo. Este silencio me destroza los oídos. Ruido de platos en la noche. Platos ruidosos y lágrimas mudas. Horas enteras y seguidas sin hablar. Me recuerdo a una película del Oeste. Y siempre este paisaje desierto.
No me arrepiento de las decisiones que hemos tomado, aunque soy yo la que las sufre. La que se queda sola. A la que le sobran tres habitaciones. Pero ya es tarde para eso y este sufrimiento que tengo entre los dedos estaría ahora mismo destrozando más pechos. Cajas torácicas demasiado pequeñas. Les costaría respirar.
Es por la presión.
Es porque no hay.
Me he detenido unos momentos a escuchar mi soledad. Las paredes
crujen por una ventana abierta que hace corriente.
Ése es el auténtico sonido de mi vida: un viento intermitente, una puerta que se cierra.
Ése es el auténtico sonido de mi vida: un viento intermitente, una puerta que se cierra.
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