Hoy me deshago en palabras.
Soy de papel
Y ha llovido.
La tinta resbala por mi piel
Y yo escribo.
Hoy me desangro en palabras.
Una herida sin cerrar
Hoy sin más se ha descosido
Las gotas caen detrás del hilo
Y yo escribo.
Hoy me desvelo en palabras.
La noche pesada cae en sábanas,
Vigilia de ojos nunca dormidos.
El bostezo abre la boca de su crepitar tranquilo
Y yo escribo.
Hoy me deshago,
Me deshago y no me encuentro,
Me rompo entre fragmentos,
Me deshago y no me entiendo.
Me deshago, me he deshecho
En desecho nunca hecho.
Y me caen palabras,
Por los ojos,
Por los dientes,
Por la frente.
Porque un poeta no entiende
Ni de lágrimas
ni de sangre.
Hoy me desahogo en palabras
Porque me falta el aire.
lunes, 28 de marzo de 2011
Hay que estar loco
Y es de noche, muy de noche. Cae la noche. Noche cerrada sobre un alma siempre muerta.
Y es de noche, tan de noche, que aquello que la luz oculta brilla como un fósforo de humo fatuo que ciega e ilumina.
Es de noche, mala noche. Es la noche más triste de todas las noches.
Versos tristes se deslizan, mala hora se arrodilla, y se presenta, con sus muecas, entre letras huecas que se juntan todas recias a intentar un movimiento disparado y lento alrededor del desconcierto inmenso
En triste noche yo contemplo la sinrazón de este aliento débil que sigue latiendo entre mis labios nunca olvidados.
No entiendo la vida. No entiendo la vida, no la entiendo. No entiendo la risa en esta vida que no entiendo. No entiendo el llanto ni el perdón ni el caer al suelo. No entiendo sentimientos.
Y es de noche, muy de noche. Hace frío en esta madrugada primavera que no acaba de cerrarse, mas en cuanto se cierra comienza y se abre, otro día eterno que culmina con otra inagotable noche, muy de noche. Noche cerrada que se abre.
No entiendo esta vida ni la forma de vivirla.
Solo sé que hay que estar loco. Si no estás loco es que eres plano, llano. Si no estás loco tienes miedo de todo.
Si estás loco no te importa nada, no te importa estarlo.
Y es de noche, tan de noche, que aquello que la luz oculta brilla como un fósforo de humo fatuo que ciega e ilumina.
Es de noche, mala noche. Es la noche más triste de todas las noches.
Versos tristes se deslizan, mala hora se arrodilla, y se presenta, con sus muecas, entre letras huecas que se juntan todas recias a intentar un movimiento disparado y lento alrededor del desconcierto inmenso
En triste noche yo contemplo la sinrazón de este aliento débil que sigue latiendo entre mis labios nunca olvidados.
No entiendo la vida. No entiendo la vida, no la entiendo. No entiendo la risa en esta vida que no entiendo. No entiendo el llanto ni el perdón ni el caer al suelo. No entiendo sentimientos.
Y es de noche, muy de noche. Hace frío en esta madrugada primavera que no acaba de cerrarse, mas en cuanto se cierra comienza y se abre, otro día eterno que culmina con otra inagotable noche, muy de noche. Noche cerrada que se abre.
No entiendo esta vida ni la forma de vivirla.
Solo sé que hay que estar loco. Si no estás loco es que eres plano, llano. Si no estás loco tienes miedo de todo.
Si estás loco no te importa nada, no te importa estarlo.
domingo, 27 de marzo de 2011
Tú hielo. Yo fuego
Y un rostro escueto se acercó para observarme. Era una tez clara, cara blanca que miraba. Miraba tanto que no veía, e intentaba adivinar los contornos difusos de mi alma muerta a ciegas.
Y una lengua se mojó aquellos pálidos labios, tratando de acertarse a averiguarlos. Cuando los encontraron sonrieron un instante sin dudarlo. En este instante de sonrisa mueca se congeló el tiempo, y con ellos ese siempre inacabable gesto. Después el tiempo volvió, y aquellos labios adoptaron la longitud real de las comisuras blancas. En cuanto se secaron, desaparecieron. Y la lengua volvió a asomar entre los dientes perlas para volver a descubrirlos entre la niebla.
Aquella etérea figura estaba congelada, era una escultura eterna de hielo mudo, que no se sentía, ni se veía, ni se hallaba aunque se buscaba de forma desesperada. No se entendía, y trataba de adivinarme entre sus pliegues para darse razón de sí misma. Pero tampoco podía verme. Estaba ciega de ganas de atisbarme entre la más absoluta escarcha.
Con esfuerzo reprimido trató de dar un paso, en un intento de acortar nuestro espacio. Yo observé, tanto como me permitía el humo grueso de mi propio incendio, los esfuerzos de aquella escultura de hielo por acercarse a mí, al fuego, para tratar de existir. Mi alma estaba muerta, muerta para mí.
Equilibré el espacio acercándome un par de pasos. Mi rostro encendido por mis labios desprendía un calor inmenso que no me dejaba sentirme. Al tocarme me quemaba, al envolverme me asfixiaba.
Observé a la dama de hielo, siempre incesante, siempre en el suelo. Escultura esculpida nunca acabada, inacabable en su despertar sin aire, inaccesible cuando estaba yo cerca para intentar adivinarle. Repliqué.
-Nunca me dejas besarte
-No. No me gusta que me besen. Valoro los abrazos. Los besos se dan porque sí
-Yo no beso porque sí
-No puedes besarme
-No puedo abrazarte. Si te abrazo te fundes en mis brazos fuego. Te derrites. Te consumes. Desapareces en mi propio incendio. Y si me abrazas me congelo. Desaparezco en tu silencio.
-Estamos destinadas a no abrazarnos
-A mirarnos.
-Yo observo todo, y eso es malo
-¿Porque observas y no actúas?
-Porque observo y no me muevo
-Quiero que te muevas
-No puedo
-Me desconciertas
-Lo siento
-No lo sientas. Eso me fascina
-Me alegro
-No te alegres. Eso me desconcierta
-Lo siento
-No lo sientas. Me vuelve a fascinar
-Siento marearte
-No lo haces.
Y aquel rostro anclado en la nieve esbozó con esfuerzo una gélida sonrisa que intentaba calentar al mismo fuego. Fuego y hielo en una simple esquina de una calle. Tratando de encontrarse. Pero era una calle tenue, era una calle sin luz, sin gente, sin sueños, sin aire. Nadie vio lo que no vimos, nadie entendió lo que dijimos, nadie supo si nos movimos. Morimos. Morimos y morimos en una incesante danza de agua, fuego y escarcha que intentamos apagarla. Y no podemos. Y nos miramos sin movernos ni tocarnos. Tú eres hielo y yo soy fuego. Y el hielo sin fuego no respira, solo piensa, piensa y no tiene prisa. Y el fuego sin hielo solo siente, siente y siente sin medida, respira tanto que se ahoga y nunca avisa, porque siempre va con prisa. Y el hielo con fuego aprende a sentir y se equilibra. Y el fuego con hielo empieza a pensar al sentir y se domina.
Pero no llegamos, no llegamos del todo a tocarnos.
Y el fuego sin hielo escribe porque el hielo sin fuego inspira.
Me fascinas.
Y una lengua se mojó aquellos pálidos labios, tratando de acertarse a averiguarlos. Cuando los encontraron sonrieron un instante sin dudarlo. En este instante de sonrisa mueca se congeló el tiempo, y con ellos ese siempre inacabable gesto. Después el tiempo volvió, y aquellos labios adoptaron la longitud real de las comisuras blancas. En cuanto se secaron, desaparecieron. Y la lengua volvió a asomar entre los dientes perlas para volver a descubrirlos entre la niebla.
Aquella etérea figura estaba congelada, era una escultura eterna de hielo mudo, que no se sentía, ni se veía, ni se hallaba aunque se buscaba de forma desesperada. No se entendía, y trataba de adivinarme entre sus pliegues para darse razón de sí misma. Pero tampoco podía verme. Estaba ciega de ganas de atisbarme entre la más absoluta escarcha.
Con esfuerzo reprimido trató de dar un paso, en un intento de acortar nuestro espacio. Yo observé, tanto como me permitía el humo grueso de mi propio incendio, los esfuerzos de aquella escultura de hielo por acercarse a mí, al fuego, para tratar de existir. Mi alma estaba muerta, muerta para mí.
Equilibré el espacio acercándome un par de pasos. Mi rostro encendido por mis labios desprendía un calor inmenso que no me dejaba sentirme. Al tocarme me quemaba, al envolverme me asfixiaba.
Observé a la dama de hielo, siempre incesante, siempre en el suelo. Escultura esculpida nunca acabada, inacabable en su despertar sin aire, inaccesible cuando estaba yo cerca para intentar adivinarle. Repliqué.
-Nunca me dejas besarte
-No. No me gusta que me besen. Valoro los abrazos. Los besos se dan porque sí
-Yo no beso porque sí
-No puedes besarme
-No puedo abrazarte. Si te abrazo te fundes en mis brazos fuego. Te derrites. Te consumes. Desapareces en mi propio incendio. Y si me abrazas me congelo. Desaparezco en tu silencio.
-Estamos destinadas a no abrazarnos
-A mirarnos.
-Yo observo todo, y eso es malo
-¿Porque observas y no actúas?
-Porque observo y no me muevo
-Quiero que te muevas
-No puedo
-Me desconciertas
-Lo siento
-No lo sientas. Eso me fascina
-Me alegro
-No te alegres. Eso me desconcierta
-Lo siento
-No lo sientas. Me vuelve a fascinar
-Siento marearte
-No lo haces.
Y aquel rostro anclado en la nieve esbozó con esfuerzo una gélida sonrisa que intentaba calentar al mismo fuego. Fuego y hielo en una simple esquina de una calle. Tratando de encontrarse. Pero era una calle tenue, era una calle sin luz, sin gente, sin sueños, sin aire. Nadie vio lo que no vimos, nadie entendió lo que dijimos, nadie supo si nos movimos. Morimos. Morimos y morimos en una incesante danza de agua, fuego y escarcha que intentamos apagarla. Y no podemos. Y nos miramos sin movernos ni tocarnos. Tú eres hielo y yo soy fuego. Y el hielo sin fuego no respira, solo piensa, piensa y no tiene prisa. Y el fuego sin hielo solo siente, siente y siente sin medida, respira tanto que se ahoga y nunca avisa, porque siempre va con prisa. Y el hielo con fuego aprende a sentir y se equilibra. Y el fuego con hielo empieza a pensar al sentir y se domina.
Pero no llegamos, no llegamos del todo a tocarnos.
Y el fuego sin hielo escribe porque el hielo sin fuego inspira.
Me fascinas.
Eterno retorno
Después del silencio, vino el vacío, y después vino el rocío fresco de tus labios gruesos finos. Después de la primavera llegó la esfera, desconcierto incierto de un concierto incendio. Siempre, cuando nos vamos, siempre volvemos, pero no vuelvo, hoy yo no vuelvo.
Después del verano llega el otoño, enfermo agosto siempre recordado, maldito verano que nos devolvió los labios.
Ahora es primavera, ahora no estás cerca. Ahora veo lo que no podía, ahora siento lo que no sabía, ahora río una risa que desconocía.
El vacío nunca acaba, la nada nunca llega para llenar con trocitos de arena el hueco del invierno frío, septiembre mío. La muerte acecha y se estrechó para llevarte lejos de mi espacio. El vacío siempre se hace grande a largos tragos.
Después del silencio llega el ruido, y después del ruido, el olvido.
Ahora es antes, después es ahora del antes de siempre. Nunca vivimos mientras morimos. Siempre morimos mientras vivimos.
Después de la nada, después de ti, llegó el todo, llegué yo, llegué de mí.
Ahora estoy en mí, y es primavera. Ahora estoy yo sola en esta ausencia. Pero esta ausencia ya no mata, pero esta ausencia ya no duele, ni escuece, ni sabe, ni entiende. Esta ausencia es absoluta y está llena. Está llena de mi, de mis ganas, de mis fuerzas. Vaciada únicamente de ti, de la nada que aportabas a mi todo inmensidad.
Después del silencio,
vino el vacío,
y después vino el rocío
fresco
de tus labios gruesos finos.
Después del silencio llega el eco del silencio mismo.
Después del verano llega el otoño, enfermo agosto siempre recordado, maldito verano que nos devolvió los labios.
Ahora es primavera, ahora no estás cerca. Ahora veo lo que no podía, ahora siento lo que no sabía, ahora río una risa que desconocía.
El vacío nunca acaba, la nada nunca llega para llenar con trocitos de arena el hueco del invierno frío, septiembre mío. La muerte acecha y se estrechó para llevarte lejos de mi espacio. El vacío siempre se hace grande a largos tragos.
Después del silencio llega el ruido, y después del ruido, el olvido.
Ahora es antes, después es ahora del antes de siempre. Nunca vivimos mientras morimos. Siempre morimos mientras vivimos.
Después de la nada, después de ti, llegó el todo, llegué yo, llegué de mí.
Ahora estoy en mí, y es primavera. Ahora estoy yo sola en esta ausencia. Pero esta ausencia ya no mata, pero esta ausencia ya no duele, ni escuece, ni sabe, ni entiende. Esta ausencia es absoluta y está llena. Está llena de mi, de mis ganas, de mis fuerzas. Vaciada únicamente de ti, de la nada que aportabas a mi todo inmensidad.
Después del silencio,
vino el vacío,
y después vino el rocío
fresco
de tus labios gruesos finos.
Después del silencio llega el eco del silencio mismo.
martes, 22 de marzo de 2011
Hoy no me sale
Hoy no me sale
Volar
No me sale
Reír
No me sale
Nada
Mas.
Pensar en ti.
Hoy no me sale
Nada más que recordarte
Ahora, al final del día
Cuando el silencio se abre
Cuando el murmullo estalla
Entre fragmentos de cemento
Pesan tanto los recuerdos…
Hoy no me sale
Fingir
No me sale
Sentir
No me sale.
No me sale más
Que la conciencia de esta ausencia.
Tengo el alma de nada repleta.
No me sale levantarla
No me sale reponerla
Va llenándose cada vez más
De más
Nada,
Y demás
Nadas.
Me mata.
No me sale ni matarla.
Volar
No me sale
Reír
No me sale
Nada
Mas.
Pensar en ti.
Hoy no me sale
Nada más que recordarte
Ahora, al final del día
Cuando el silencio se abre
Cuando el murmullo estalla
Entre fragmentos de cemento
Pesan tanto los recuerdos…
Hoy no me sale
Fingir
No me sale
Sentir
No me sale.
No me sale más
Que la conciencia de esta ausencia.
Tengo el alma de nada repleta.
No me sale levantarla
No me sale reponerla
Va llenándose cada vez más
De más
Nada,
Y demás
Nadas.
Me mata.
No me sale ni matarla.
lunes, 21 de marzo de 2011
De la A a la Z, elijo la V
Hay algo siempre imprescindible.
Una necesidad sin tiempo plausible.
Un querer al que acompañe una sonrisa,
Una voz tranquila.
Una mirada nunca marchita.
Una risa que se extiende,
Una boca que se abre,
Unos ojos que conocen.
Dos oídos que escuchan sentados en el parque.
Las cenas, los cines y las noches irreales.
Hay algo siempre imprescindible.
Algo necesario, imposible de alejarlo.
Todo el mundo necesita en su vida un Alejandro.
Una necesidad sin tiempo plausible.
Un querer al que acompañe una sonrisa,
Una voz tranquila.
Una mirada nunca marchita.
Una risa que se extiende,
Una boca que se abre,
Unos ojos que conocen.
Dos oídos que escuchan sentados en el parque.
Las cenas, los cines y las noches irreales.
Hay algo siempre imprescindible.
Algo necesario, imposible de alejarlo.
Todo el mundo necesita en su vida un Alejandro.
viernes, 18 de marzo de 2011
Yo he memorizado algo de ti
Yo he memorizado algo de ti.
Algo fascinante.
Es una sonrisa triste,
que acompañas con tus ojos verdes grises.
Yo he memorizado algo de ti.
Algo que recuerdo, algo inamovible.
Es una sonrisa que se extiende
tímida, sagaz y pulcra
por los perfiles de tus labios rifles.
Yo he memorizado
de ti todo el espacio,
el espacio que abarcaba de ti
en la memoria lo encontrado.
Yo he memorizado lo que quiero describir.
Una sonrisa,
una concreta sonrisa distinta,
acompañada de unas manos blancas
que caían sobre unas piernas plegadas
sentadas en un vagón de tren,
por su movimiento acompasadas.
Yo he memorizado algo de ti,
una simple imagen blanca,
blanca como tu cara blanca,
blanca como la nieve que no había
en aquellas verdes montañas.
Y después de observar
tu sonrisa tímida y ancha
contemplé el reflejo,
cuando aquellas montañas
nunca nevadas
se perdieron en recuerdos,
cuando del cristal ya solo quedaba
el negro desconcierto,
el oscuro túnel de un noche reflejo.
Contemplé el reflejo del cristal
de aquel vagón pequeño,
y te vi a ti.
Memoricé el reflejo
de esa sonrisa suspendida en el aire,
que me miraba, captando los detalles.
Me fascinaste.
Seguías observándome,
aunque el tiempo había pasado,
y las montañas ya no estaban.
Aunque las palabras que de mi boca
habían salido de forma temprana
se disolvían, se disipaban,
ya no se escuchaban.
Continuabas estudiándome
con esa sonrisa,
con esa sonrisa triste de abandono.
Daría la vida por la vida que te quitas
cuando sostienes esa dulce melancólica sonrisa de niña.
De niña triste y sola,
hueca y rota.
Pero preciosa.
Siempre preciosa.
Me fascinas.
Me fascina tu boca extendida
entre tus labios contraídos
de tu pelo fino.
Me fascinan tus ojos
morados, verdes, marrones y grises.
Me fascina tu nariz, su pendiente;
tus orejas, sus pendientes,
con las que me oyes,
y me oyes al observarme
con tus ojos morados y verdes.
Me fascina tu voz,
tu voz que me escucha y me conmueve.
Me fascina como mueves el aire cuando te mueves.
Me fascinan, sobre todo,
tus huidas,
tu viento inaccesible.
Me fascina cuando te vas,
y cuando vuelves.
Cuando te vas de pensar a dónde vas,
y cuando vuelves de pensar de dónde vuelves.
Y de preguntar por qué no me llevas.
Ni a mí ni a nadie.
Me fascinan tus huidas
porque siempre te vistes
de esa extendida sonrisa triste.
Triste desamparo,
desamparado desconcierto,
desconcertado incierto,
incierto incienso,
que sale de tu boca a tragos largos
sin quererlo.
Yo he memorizado algo de ti,
algo, algo,
algo pequeño.
Algo insignificante,
aquí en el suelo.
Yo he memorizado lo que tú no sabes,
lo que no llegas a captarte.
Esa sonrisa triste de desconsuelo amargo,
la he guardado para mí.
Y cuando sale a relucir,
cuando sacas a pasear
ese gesto ignoto
que no sabe decir más
que lo que no dice al decirlo todo,
yo desvío la mirada,
yo retrocedo un par de pasos,
yo detengo mis movimientos
y mis labios.
Ni te beso, ni te toco, ni te observo, ni te mojo.
Pero te beso y te toco y te observo y te mojo
con los ojos.
Yo he memorizado esa sonrisa de ti,
que me avisa sin prisa
de que ya estas lejos
y no te puedo seguir.
Algo fascinante.
Es una sonrisa triste,
que acompañas con tus ojos verdes grises.
Yo he memorizado algo de ti.
Algo que recuerdo, algo inamovible.
Es una sonrisa que se extiende
tímida, sagaz y pulcra
por los perfiles de tus labios rifles.
Yo he memorizado
de ti todo el espacio,
el espacio que abarcaba de ti
en la memoria lo encontrado.
Yo he memorizado lo que quiero describir.
Una sonrisa,
una concreta sonrisa distinta,
acompañada de unas manos blancas
que caían sobre unas piernas plegadas
sentadas en un vagón de tren,
por su movimiento acompasadas.
Yo he memorizado algo de ti,
una simple imagen blanca,
blanca como tu cara blanca,
blanca como la nieve que no había
en aquellas verdes montañas.
Y después de observar
tu sonrisa tímida y ancha
contemplé el reflejo,
cuando aquellas montañas
nunca nevadas
se perdieron en recuerdos,
cuando del cristal ya solo quedaba
el negro desconcierto,
el oscuro túnel de un noche reflejo.
Contemplé el reflejo del cristal
de aquel vagón pequeño,
y te vi a ti.
Memoricé el reflejo
de esa sonrisa suspendida en el aire,
que me miraba, captando los detalles.
Me fascinaste.
Seguías observándome,
aunque el tiempo había pasado,
y las montañas ya no estaban.
Aunque las palabras que de mi boca
habían salido de forma temprana
se disolvían, se disipaban,
ya no se escuchaban.
Continuabas estudiándome
con esa sonrisa,
con esa sonrisa triste de abandono.
Daría la vida por la vida que te quitas
cuando sostienes esa dulce melancólica sonrisa de niña.
De niña triste y sola,
hueca y rota.
Pero preciosa.
Siempre preciosa.
Me fascinas.
Me fascina tu boca extendida
entre tus labios contraídos
de tu pelo fino.
Me fascinan tus ojos
morados, verdes, marrones y grises.
Me fascina tu nariz, su pendiente;
tus orejas, sus pendientes,
con las que me oyes,
y me oyes al observarme
con tus ojos morados y verdes.
Me fascina tu voz,
tu voz que me escucha y me conmueve.
Me fascina como mueves el aire cuando te mueves.
Me fascinan, sobre todo,
tus huidas,
tu viento inaccesible.
Me fascina cuando te vas,
y cuando vuelves.
Cuando te vas de pensar a dónde vas,
y cuando vuelves de pensar de dónde vuelves.
Y de preguntar por qué no me llevas.
Ni a mí ni a nadie.
Me fascinan tus huidas
porque siempre te vistes
de esa extendida sonrisa triste.
Triste desamparo,
desamparado desconcierto,
desconcertado incierto,
incierto incienso,
que sale de tu boca a tragos largos
sin quererlo.
Yo he memorizado algo de ti,
algo, algo,
algo pequeño.
Algo insignificante,
aquí en el suelo.
Yo he memorizado lo que tú no sabes,
lo que no llegas a captarte.
Esa sonrisa triste de desconsuelo amargo,
la he guardado para mí.
Y cuando sale a relucir,
cuando sacas a pasear
ese gesto ignoto
que no sabe decir más
que lo que no dice al decirlo todo,
yo desvío la mirada,
yo retrocedo un par de pasos,
yo detengo mis movimientos
y mis labios.
Ni te beso, ni te toco, ni te observo, ni te mojo.
Pero te beso y te toco y te observo y te mojo
con los ojos.
Yo he memorizado esa sonrisa de ti,
que me avisa sin prisa
de que ya estas lejos
y no te puedo seguir.
martes, 15 de marzo de 2011
Sobre ti
Anoche escribí sobre ti.
No quería deslumbrarte.
No quería reflejarte,
robarte, adivinarte.
Solo quería hablarte.
Solo ansiaba escucharte.
Tu mirada a mi me intriga.
Tu voz a mi me envuelve.
Tu gesto me conmueve,
y tu aliento me examina.
Tus huidas a otro mundo me fascinan
y lo envidio.
Quiero que me lleves a tu espacio infinito.
Anoche te escribí
para aprenderte entre unos versos
y que supieses de mi.
No quería deslumbrarte.
No quería reflejarte,
robarte, adivinarte.
Solo quería hablarte.
Solo ansiaba escucharte.
Tu mirada a mi me intriga.
Tu voz a mi me envuelve.
Tu gesto me conmueve,
y tu aliento me examina.
Tus huidas a otro mundo me fascinan
y lo envidio.
Quiero que me lleves a tu espacio infinito.
Anoche te escribí
para aprenderte entre unos versos
y que supieses de mi.
Demasiado todavía
-¿Y tú por qué has venido?
Lo que me había llevado hasta allí no era sino un impulso, una decisión tomada a última hora, precipitada en mi cabeza, salida del vacío, de ese impensado que nunca sabe dar respuesta de sí mismo.
Desvié la mirada y contemplé el río, el aire, las montañas, el campo, la brisa, el rocío… la vida. Allí, tal cual me encontraba, sentada en la lozana hierba nunca marchita, una pregunta inocente pero firme, grave y clara, simple y triste me subió por oídos y garganta hasta llegar al corazón, atravesando de extremo a extremo la herida. Empezó a sangrar. La razón, intentando encontrar una respuesta, trabajaba muy deprisa.
Sin tiempo para contestar a aquella primera pregunta, una segunda apareció, hundiéndose más dentro. Henchido desconcierto.
-¿Qué buscabas aquí?
Buscar algo en todo es difícil. Buscar algo en nada es imposible. Buscar… no sé si buscaba en un pueblo perdido alejado de todo lo que había encontrado. No sé si buscaba algo a parte de nada conocido.
El río, el aire, las montañas, el campo, la brisa, el rocío… la vida, desaparecieron sin mirarme, se disolvieron en detalles, se esfumaron como el humo fatuo de mi silencio a voces, y dos ojos aparecieron ante los míos, mirándome, como la única verdad indiscutible. La mirada de aquellos ojos a ratos verdes, a ratos marrones, era una mirada penetrante, de esas que te leen, y contemplaban sin palabras mi boca cerrada, mis ojos perdidos, mis manos temblando, mi gesto vacío. Aquellos ojos de tierra mares alzaron la voz por un instante:
-Tienes una mirada muy expresiva
-La tuya mira observando, como si quisieses captarlo todo
-No sé si eso es muy bueno
El silencio apareció, tan solo para que aquellas pupilas tomasen aliento y pudiesen decir de nuevo:
-¿Qué buscabas viniendo aquí?
-Me busco a mí
-¿Aquí?
-Aquí. Espero encontrarme entre la nada. ¿Y tú, qué buscabas?
-Huir de mí
-¿Aquí?
-Aquí. Espero perderme entre la nada
Mis ojos expresivos quisieron ser los suyos para contemplarlo todo, ansiaron imitarlos. La vi por fin, sentada junto a mí, con pelo negro, pelo de noche. Pelo oscuro, tan oscuro como sus ganas de vivir, como su todo, como el motivo de aquel viaje.
Ella buscaba perderse en el paisaje, ella ansiaba disolverse, desaparecer, explotar entre detalles. Ella quería averiguar qué pasa cuando no se puede respirar, cuando ya no hay aire. Deseaba librarse de esas imágenes que ahogaban, de ese pensamiento indestructible que mataba, de esa verdad indiscutible aglomerada que se agolpaba en la conciencia hasta reducirle a nada. Nada, nada, en la nada había venido ella a perderse, para difuminarse y no ser nada, camuflarse entre la nada.
Mis ojos expresivos que como los suyos contemplaban, quisieron observarse a sí mismos, y comprenderlo todo. Me vi por fin sentada junto a ella, con cara blanca iluminada, como iluminaba poco a poco la nada. Yo buscaba encontrarme, yo quería ser yo sin nadie, ansiaba descifrarme. En esa nada no había nada hasta que llegué yo, y ese yo era el que yo buscaba. Anhelaba borrar esos recuerdos que parece que no acaban, los fantasmas que siguen acechando tras puertas que juzgas cerradas, volcarme en mí, solo en mí, siempre en mí.
Ella buscaba perderse y yo encontrarme.
Éramos los dos extremos de todo un universo paralelo. Polos opuestos. Buscábamos algo diametralmente distinto, radicalmente contrario. Lo infinitamente otro. Pero huíamos. Las dos huíamos.
Yo huía de todo menos de mí, ella solo huía de sí misma.
Y en el río, el aire, las montañas, el campo, la brisa, el rocío… la vida, ella buscaba todo para estar fuera de sí, y yo solo me buscaba a mí.
Y en ese precipitado huir constante nos habíamos encontrado, chocándonos. Cayéndonos al suelo, examinándonos. Aprendiéndonos con un simple juego de miradas. Aquella pareja de ojos quería conocerse, deslumbraba, desvelaba el vínculo que les unía, la intriga que les ataba. Pero las miradas de esos ojos, entonces verdes, se tornaron esquivas de repente, se volvieron huyendo, y se cerraron como un libro abierto. No me dejaron seguir leyendo.
El río sonaba, el aire flotaba, las montañas se erguían, el campo maullaba, la brisa soplaba, el rocío caía… la vida seguía y se reía sin malicia de mi misma.
Era temprano. Demasiado todavía.
Y nos quedamos dormidas.
Lo que me había llevado hasta allí no era sino un impulso, una decisión tomada a última hora, precipitada en mi cabeza, salida del vacío, de ese impensado que nunca sabe dar respuesta de sí mismo.
Desvié la mirada y contemplé el río, el aire, las montañas, el campo, la brisa, el rocío… la vida. Allí, tal cual me encontraba, sentada en la lozana hierba nunca marchita, una pregunta inocente pero firme, grave y clara, simple y triste me subió por oídos y garganta hasta llegar al corazón, atravesando de extremo a extremo la herida. Empezó a sangrar. La razón, intentando encontrar una respuesta, trabajaba muy deprisa.
Sin tiempo para contestar a aquella primera pregunta, una segunda apareció, hundiéndose más dentro. Henchido desconcierto.
-¿Qué buscabas aquí?
Buscar algo en todo es difícil. Buscar algo en nada es imposible. Buscar… no sé si buscaba en un pueblo perdido alejado de todo lo que había encontrado. No sé si buscaba algo a parte de nada conocido.
El río, el aire, las montañas, el campo, la brisa, el rocío… la vida, desaparecieron sin mirarme, se disolvieron en detalles, se esfumaron como el humo fatuo de mi silencio a voces, y dos ojos aparecieron ante los míos, mirándome, como la única verdad indiscutible. La mirada de aquellos ojos a ratos verdes, a ratos marrones, era una mirada penetrante, de esas que te leen, y contemplaban sin palabras mi boca cerrada, mis ojos perdidos, mis manos temblando, mi gesto vacío. Aquellos ojos de tierra mares alzaron la voz por un instante:
-Tienes una mirada muy expresiva
-La tuya mira observando, como si quisieses captarlo todo
-No sé si eso es muy bueno
El silencio apareció, tan solo para que aquellas pupilas tomasen aliento y pudiesen decir de nuevo:
-¿Qué buscabas viniendo aquí?
-Me busco a mí
-¿Aquí?
-Aquí. Espero encontrarme entre la nada. ¿Y tú, qué buscabas?
-Huir de mí
-¿Aquí?
-Aquí. Espero perderme entre la nada
Mis ojos expresivos quisieron ser los suyos para contemplarlo todo, ansiaron imitarlos. La vi por fin, sentada junto a mí, con pelo negro, pelo de noche. Pelo oscuro, tan oscuro como sus ganas de vivir, como su todo, como el motivo de aquel viaje.
Ella buscaba perderse en el paisaje, ella ansiaba disolverse, desaparecer, explotar entre detalles. Ella quería averiguar qué pasa cuando no se puede respirar, cuando ya no hay aire. Deseaba librarse de esas imágenes que ahogaban, de ese pensamiento indestructible que mataba, de esa verdad indiscutible aglomerada que se agolpaba en la conciencia hasta reducirle a nada. Nada, nada, en la nada había venido ella a perderse, para difuminarse y no ser nada, camuflarse entre la nada.
Mis ojos expresivos que como los suyos contemplaban, quisieron observarse a sí mismos, y comprenderlo todo. Me vi por fin sentada junto a ella, con cara blanca iluminada, como iluminaba poco a poco la nada. Yo buscaba encontrarme, yo quería ser yo sin nadie, ansiaba descifrarme. En esa nada no había nada hasta que llegué yo, y ese yo era el que yo buscaba. Anhelaba borrar esos recuerdos que parece que no acaban, los fantasmas que siguen acechando tras puertas que juzgas cerradas, volcarme en mí, solo en mí, siempre en mí.
Ella buscaba perderse y yo encontrarme.
Éramos los dos extremos de todo un universo paralelo. Polos opuestos. Buscábamos algo diametralmente distinto, radicalmente contrario. Lo infinitamente otro. Pero huíamos. Las dos huíamos.
Yo huía de todo menos de mí, ella solo huía de sí misma.
Y en el río, el aire, las montañas, el campo, la brisa, el rocío… la vida, ella buscaba todo para estar fuera de sí, y yo solo me buscaba a mí.
Y en ese precipitado huir constante nos habíamos encontrado, chocándonos. Cayéndonos al suelo, examinándonos. Aprendiéndonos con un simple juego de miradas. Aquella pareja de ojos quería conocerse, deslumbraba, desvelaba el vínculo que les unía, la intriga que les ataba. Pero las miradas de esos ojos, entonces verdes, se tornaron esquivas de repente, se volvieron huyendo, y se cerraron como un libro abierto. No me dejaron seguir leyendo.
El río sonaba, el aire flotaba, las montañas se erguían, el campo maullaba, la brisa soplaba, el rocío caía… la vida seguía y se reía sin malicia de mi misma.
Era temprano. Demasiado todavía.
Y nos quedamos dormidas.
lunes, 7 de marzo de 2011
He quemado las naves
He quemado las naves
Y ya no puedes volver.
He cerrado el camino
Con rocas
con llaves la puerta,
con viento el silencio,
con valor los recuerdos,
con tiempo la herida.
He quemado las naves
Para taparme
Con el humo que desprenden
Y ya no puedas verme,
No recuerdes recordarme.
He quemado las naves
Para que no me busques,
Para que no volvamos,
Para no extrañarte.
Y no te grito ya,
Ni rebusco por las noches,
Ni te quiero para siempre.
Ni corto ya siquiera
Los árboles madera
para construirme un bote salvavidas
que me lleve a las cenizas,
a la simple y pobre exhalación que queda
de nosotras mismas.
Ni nuevas naves,
Ni un barco pirata, ni el Titanic
Harán que vuelva a admirar tus sonrisas.
He quemado las naves
Para olvidarte.
Tú has ardido,
Y ya te olvido,
Como fuego incombustible.
Porque soy el Sol inagotable,
Sol brillante soy
Soy brillante, Sol.
Y ya no puedes volver.
He cerrado el camino
Con rocas
con llaves la puerta,
con viento el silencio,
con valor los recuerdos,
con tiempo la herida.
He quemado las naves
Para taparme
Con el humo que desprenden
Y ya no puedas verme,
No recuerdes recordarme.
He quemado las naves
Para que no me busques,
Para que no volvamos,
Para no extrañarte.
Y no te grito ya,
Ni rebusco por las noches,
Ni te quiero para siempre.
Ni corto ya siquiera
Los árboles madera
para construirme un bote salvavidas
que me lleve a las cenizas,
a la simple y pobre exhalación que queda
de nosotras mismas.
Ni nuevas naves,
Ni un barco pirata, ni el Titanic
Harán que vuelva a admirar tus sonrisas.
He quemado las naves
Para olvidarte.
Tú has ardido,
Y ya te olvido,
Como fuego incombustible.
Porque soy el Sol inagotable,
Sol brillante soy
Soy brillante, Sol.
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