Yo he memorizado algo de ti.
Algo fascinante.
Es una sonrisa triste,
que acompañas con tus ojos verdes grises.
Yo he memorizado algo de ti.
Algo que recuerdo, algo inamovible.
Es una sonrisa que se extiende
tímida, sagaz y pulcra
por los perfiles de tus labios rifles.
Yo he memorizado
de ti todo el espacio,
el espacio que abarcaba de ti
en la memoria lo encontrado.
Yo he memorizado lo que quiero describir.
Una sonrisa,
una concreta sonrisa distinta,
acompañada de unas manos blancas
que caían sobre unas piernas plegadas
sentadas en un vagón de tren,
por su movimiento acompasadas.
Yo he memorizado algo de ti,
una simple imagen blanca,
blanca como tu cara blanca,
blanca como la nieve que no había
en aquellas verdes montañas.
Y después de observar
tu sonrisa tímida y ancha
contemplé el reflejo,
cuando aquellas montañas
nunca nevadas
se perdieron en recuerdos,
cuando del cristal ya solo quedaba
el negro desconcierto,
el oscuro túnel de un noche reflejo.
Contemplé el reflejo del cristal
de aquel vagón pequeño,
y te vi a ti.
Memoricé el reflejo
de esa sonrisa suspendida en el aire,
que me miraba, captando los detalles.
Me fascinaste.
Seguías observándome,
aunque el tiempo había pasado,
y las montañas ya no estaban.
Aunque las palabras que de mi boca
habían salido de forma temprana
se disolvían, se disipaban,
ya no se escuchaban.
Continuabas estudiándome
con esa sonrisa,
con esa sonrisa triste de abandono.
Daría la vida por la vida que te quitas
cuando sostienes esa dulce melancólica sonrisa de niña.
De niña triste y sola,
hueca y rota.
Pero preciosa.
Siempre preciosa.
Me fascinas.
Me fascina tu boca extendida
entre tus labios contraídos
de tu pelo fino.
Me fascinan tus ojos
morados, verdes, marrones y grises.
Me fascina tu nariz, su pendiente;
tus orejas, sus pendientes,
con las que me oyes,
y me oyes al observarme
con tus ojos morados y verdes.
Me fascina tu voz,
tu voz que me escucha y me conmueve.
Me fascina como mueves el aire cuando te mueves.
Me fascinan, sobre todo,
tus huidas,
tu viento inaccesible.
Me fascina cuando te vas,
y cuando vuelves.
Cuando te vas de pensar a dónde vas,
y cuando vuelves de pensar de dónde vuelves.
Y de preguntar por qué no me llevas.
Ni a mí ni a nadie.
Me fascinan tus huidas
porque siempre te vistes
de esa extendida sonrisa triste.
Triste desamparo,
desamparado desconcierto,
desconcertado incierto,
incierto incienso,
que sale de tu boca a tragos largos
sin quererlo.
Yo he memorizado algo de ti,
algo, algo,
algo pequeño.
Algo insignificante,
aquí en el suelo.
Yo he memorizado lo que tú no sabes,
lo que no llegas a captarte.
Esa sonrisa triste de desconsuelo amargo,
la he guardado para mí.
Y cuando sale a relucir,
cuando sacas a pasear
ese gesto ignoto
que no sabe decir más
que lo que no dice al decirlo todo,
yo desvío la mirada,
yo retrocedo un par de pasos,
yo detengo mis movimientos
y mis labios.
Ni te beso, ni te toco, ni te observo, ni te mojo.
Pero te beso y te toco y te observo y te mojo
con los ojos.
Yo he memorizado esa sonrisa de ti,
que me avisa sin prisa
de que ya estas lejos
y no te puedo seguir.
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