Ingenuidad se despierta,
después de dormir muchas horas
de no descansar en ninguna
agitación de imágenes en su alocada cabeza.
Ingenuidad se despierta,
abriendo los ojos al mundo
recordando que hoy, en este día,
acaba uno
se atreve a sonreír un poco
pero luego todo se desvanece
se va diluyendo bajo el aire
y lo recuerda:
no es más que otra noche que anuncia otro día
como si veinticuatro horas pudiesen cambiar una vida...
las grandes mentiras.
Ingenuidad se levanta
de una cama que, sin remedio, se le ha quedado fría
se sacude la maleza que le ha crecido el corazón
producto de las nocturnas pesadillas.
Escucha en el silencio de la casa
el crujido acompasado del pasar del tiempo.
Ingenuidad se decide a abalanzarse
sin más preámbulo delante de un espejo
ve su rostro demacrado y piensa
que la ausencia quizá le envejece
que ya está muy vieja.
Como cada absurdo treinta y uno de diciembre
a lo largo de todos los días
evalúa el tiempo transcurrido
y piensa:
este ha sido el año más jodidamente feliz de mi vida.
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