Escrito mientras retumbaba esto:
Todavía sonaban las últimas notas flotando en el aire,
retumbando entre las cuerdas. Aquel piano se resistía todavía a apagarse por
completo.
Una melodía repetida en su cabeza no le abandonaba. Allí
donde iba, de un extremo a otro de la casa, no podía dejar de pensar en Ella.
El deslizarse de las gotas de leche en el vaso de cristal,
un ligero soplo de viento que rozaba las persianas, un pequeño golpe, al otro
extremo de su techo, provocado por dos pies que se levantan de un golpe. El
microondas reclamando su atención. Y esas notas siguen sonando… el revolver de
la cuchara para disolver el cacao en la leche. Y esa melodía inagotable…
Cogiendo el vaso caliente con las dos manos, como si aquel
gesto le infundiese valor, se acercó lentamente hacia el espejo para
contemplarse. Su rostro estaba agotado. Se le había crecido entre la frente un
paisaje devastado de baches. Debajo de sus ojos, se extendían dos interminables
mares. Sus manos, se miro sus manos aferradas a aquel vaso lleno de leche
caliente, estaban arrugadas y ardían. En el resto de su cuerpo hacía frío. El
tiempo había pasado, saltando de invierno en invierno. Nunca había salido de
aquel triste enero. Miró a su derecha y a su izquierda en el reflejo. Nada.
Volvió la cabeza sobre sus hombros, para mirar a la distancia. Nada. Se sostuvo
la mirada. Entonces la bajó. Los párpados le cubrían los ojos protegiéndose.
Estrelló el vaso de leche contra el espejo. El cristal rompió el cristal.
Algunos fragmentos le rozaron el rostro. Y en ese momento, por fin, dibujó una
sonrisa entre su expresión gastada: la herida ya era visible. Se lamió las
llagas y la leche de su cuerpo entre dulces carcajadas.
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