martes, 17 de mayo de 2011

Devenir devenir

El camino había sido duro, largo, extenuante, nunca acabado, inacabable. Y ahora, cuando descansaba en la lozana hierba, siempre de pie por no perder los pasos, se atrevía a mirar más allá de las huellas que dejaba atrás, más aún de los paisajes mortecinos que se erguían marchitos a ambos lados. Extendió la vista por el horizonte, dispersando el contenido, esparciendo los resquicios de pupilas que veían, comprobando en un segundo desaliento, en un instante inexplicable de abatimiento incierto, que el camino seguía, seguía, seguía y se prolongaba hasta perderse, se ensanchaba de tal forma que llegaba a no verse, tendía a un agotador infinito por el que había que seguir el recorrido. El grito ahogado lo reprimió un suspiro. Silencio frío. Sinsentido.
Los pies cayeron porque fallaron las rodillas, que doblaron las piernas hasta tenderlas en el suelo. Hora desconsuelo.

El camino había sido duro, largo, extenuante, nunca acabado… inacabable. Un proceso teleológico sin telos. Eso era. Eso era. Un camino abocado a ningún fin concreto, ni siquiera un fin, aunque impreciso. Nada. Final muerto.

Como el origen.

Tampoco el punto de partida se vislumbraba ya ni en la memoria. Inútil tratar de retroceder.
Ni origen ni meta, pues. Ni principio ni fin. Ya solo queda devenir.
Devenir, cambiar, avanzar cambiando, avanzar, siempre, en un proceso no cerrado.
Ni devenir mujer, ni devenir perra, ni devenir amigo, ni devenir vida… yo quiero devenir devenir. Devengo devenir. Vengo de venir, de ese eterno camino que no tiene principio ni fin. Y si devengo devenir no devengo nunca en nada, mas que en el propio devenir, en cambio. De venir podría si quisiese, pero yo no voy de vengo, yo devengo. Nunca vengo de venir, yo devenir devenir.

Y así, así quiero que sea, mas no puedo decir sea si no hay ser, si solo hay devenir. No diré entonces el camino no había sido duro, ni largo, ni extenuante, sino que devino en duro, largo y extenuante, y podría devenir más, cambiar constante. Porque no tiene fin. Inacabable.

Inútil entonces el momento de desaliento débil que en mi se agolpaba al detenerme, traicionando mi devenir devenir, pues si el devenir deviene y no se cierra, inútil es desear un final que nunca llega.
Mejor andar, devenir y no pararse nunca ni a tomar aliento, ni a pensar esas cosas del ser que asientan pensamiento y sentimiento pretendiendo que se queden siempre. Siempre qué es. Siempre y nunca. Nada, nada. Solo devenir.
Todo cambia a cada instante, nada permanece, sinsentido desearse, inútil aferrarse, a cualquier cosa, todo va, todo viene, todo debe venir y todo deviene.

Y el aprender a despedirse también deviene.

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