Mi fuego del estómago
está caliente irradia calor.
Me he bebido el pelo de la cabeza a falta de no poder
de no saber
a falta de luz.
Se amontona en mi interior
el aire gastado de mis pulmones.
No quiero renovarlo.
No quiero ganarlo.
Que se vaya este aire.
Que venga aquel color morado
a mi rostro,
luego será pálido,
y la noche tan oscura que no podré decirme sin saberme en la espesura de la palabra que se hiere a sí misma.
El fuego de mi cuerpo me está consumiendo:
agito involuntariamente las piernas para librarme de él.
Es una lucha patética:
Igual que la vida.
Es una lucha perdida:
Igual que la vida.
Han llegado de repente las palabras.
Han llegado en desfile por la puerta de mis ojos
y van saliendo por la punta de mis dedos sin saber ya nunca como.
Mi don reducido a nada.
Mi producción convertida en mierda.
Mis poemas transformados en un polvo espeso de lo que siempre fueron y ya son.
Igual que la vida.
Mis versos destruidos por la impotencia consumada en el puto día a día.
Igual que la vida,
que la vida misma.
Ahora quiero comprobar
si viviendo boca abajo
la sangre brota más deprisa.
Mis ojos de loca me miran.
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