Hay
unas palabras que se me escapan dentro del corazón.
Hay
unas palabras que se intuyen, ávidas, entre las comisuras
Pero
no llegan a salir
Porque
falta valor o porque eso no existe.
El
aire viciado de este cuarto de estar solitario me acaricia el cuerpo desnudo. Mi
piel me arde. Es como un melocotón demasiado maduro. Como una manzana que ya ha
caído y espera a ser recogida, cogida y mordida. Desea ser lamida aunque sea
por alguna perra hambrienta que en aquel momento pasea bajo el manzano,
rastreando alimento, buscando algo de sombra. Sombra que proyectan las ramas de
mis brazos, intentando despojarse de este calor pegajoso de julio que me seca
por completo, me desgasta y me expande. Quiero morderme a mi misma en un baile
nocturno dentro de un caparazón demasiado vacío. Donde pueda caber realmente. Donde
ninguna parte de mi quede fuera, olvidada, desterrada, buceada
irremediablemente en la terrorífica oscuridad de la noche.
Mi
cuerpo desnudo siente su propia piel. Mis pechos avanzan por el espacio vacío, ganándole
terreno, poderosos y sombríos, queriendo liberar tensión y quemaduras, calor y
nerviosismo acumulado. Espero impaciente en este sofá deshecho y gastado,
manchado de azul y blanco. Espero mordiéndome el labio.
Hay
unas palabras que se me escapan dentro del corazón. Creo que porque no las
digo. Pienso que porque no he llegado a escribirlas. He vaciado el sentido de
las palabras más manoseadas. Ahora tengo que inventarme más. Pero no ha habido
tiempo hasta ahora. Ahora es el momento. Es nuestro momento. Es nuestro verano
lleno.
Te
espero en nuestra casa rompiendo el silencio de la calma estival con mis
palabras, están mordisqueadas como quiero morderte los pezones y las pecas en
cuanto entres por esa puerta.
Ahora
deshago lentamente los rincones, y escarbo como en una excavación arqueológica,
profesional, desesperada, alguna idea, alguna idea triste y lucida que haya
pasado inadvertida por mi cabeza, mientras yo recorría una lectura dura, cálida
y sosegada entre estas horas que ya pasan. Esa idea que me lleve a volver, esa
idea que me impulse, como motor de cambio, como alivio, como ruido tras este
tiempo de silencio inquebrantable que genera de forma irremediable la obligación,
el instrumentalismo y el dogmatismo.
Ahora
quizá podría empezar a ser yo. He abrazado una posibilidad valiente y
devastadora, podría seguirla por este camino tortuoso y daría igual si muriese
antes de llegar a ese final que no se
atisba nunca por completo. De eso va la vida. O al menos eso creo.
Estoy
saboreando estas palabras como jugo dulce de la fruta o de tu cuerpo que
extraigo lentamente, recreándome en el proceso, y no me importa terminar. Lo absorbo
con una sonrisa despiadada, sabiendo que el tiempo es mío, que el calor es mío,
que el hueco es tuyo y me lo alquilas por un rato, que el alimento es tuyo y yo
solo soy la hambrienta que te suplica para que le des un poco más y no le rujan
las entrañas. Te tengo demasiadas ganas.
La
poesía es como un nombre, callado y conciso, que atisba el día a día por sus
ventanales, y si sale es para abrirlo, y si sale es para hundirlo, gastarlo,
vivirlo, aprovecharlo, esa sucesión infinita de días que se repiten y siempre
son el mismo, y en la repetición está el cambio, y en la aliteración el
desconcierto, y en la metáfora esta el beso. Y en el hipérbaton el verso. Y en
la hipérbole tu cuerpo.
Ahora
esperaré a decir lo que no he dicho sino con mis pies descalzos.
Desde
que me mudé a tu cuerpo, desde que hice ese traslado infranqueable hasta tus
pecas, llevando a cuestas solo lo puesto, todo lo que pude llevarme que era
poco: una mirada difusa y unos años infantiles; desde que empaqueté todas mis
taras y mentiras para no llevarlas nunca hasta tu casa, no he querido salir de
este lugar que tú has reservado para mi, de este hueco que me has hecho entre
tu vida y tu sonrisa: apenas mitad de una balda en el armario para libros y una
plaza en el baño para mi cepillo.
Este
lugar modesto y colmado de tu amor se ha convertido en un hogar al que me es
imposible renunciar, y no porque me haga feliz: cosa indudable, y no porque
ordene lo cotidiano de mi, el día a día, mis horas, mis hábitos, mis planes,
mis costumbres; y no porque llene este tiempo que siempre me ha sobrado y nunca
he sabido emplearlo; y no porque no solo lo llenes sino que me enseñas como
aprovecharlo, siempre al máximo… sino porque saca, no solo lo bueno, sino lo
verdadero de mi.
Porque
despoja todas las máscaras, todo ese elenco de disfraces que tengo colgados
dentro de mí, en perchas perfectamente distribuidas y ordenadas, para cualquier
situación y ámbito en el que me encuentre. No solo los desecha, sino que los
quema, y no brota jamás la necesidad de recurrir a ellos, de cubrir la pureza
de mi con ninguno de esos maquillajes fingidos aplicados en mi rostro para dar
lo que el mundo espera exactamente de mi, que en ningún caso es lo que yo soy,
para que los ojos vean en los míos lo que necesitan de mi: que no es en ningún caso
lo que yo puedo dar, sino que siempre es algo mucho más bajo de mi misma y
habitualmente denigrante.
En
ese hueco que me has dejado dentro de ti, yo puedo ser yo, en mi existencia
pura y verdadera, mi esencia más leal, compañera y triste, sincera y valiente.
Mi Yo puede pasearse descalza y desnuda por ese lugar que tú tienes para mi,
sencilla y tranquila, y jamás pretende aparentar que es más o es menos de lo
que es en realidad.
Y
lo que más calma otorga a este hogar que has construido para mí es que mi
existencia sabe que solo puede ser amada cuando es ella de verdad. Cualquier cara
ocultada o fingida no es bien recibida en tu casa.
Transparente
y relajada, mi existencia descansa en el sofá, deambula por la casa, estudia en
voz alta, lee por placer, muerde el placer en solitario y acompañada, cree en
su lucha y en su causa, siente que tiene valor, que sus palabras suenan, que
sus ideas valen, que sus miradas tiemblan.
Valiente,
poderosa, débil y agitada, callada, tímida y loca, mi existencia es siempre
ella cuando se refugia en tu casa.
Por
eso no he sabido de mi nombre. Por eso no he sabido del reflejo. De este rostro
que tantas muecas ha lucido, que tantas mascaras ha comprado y tantos disfraces
vestido. No he sabido nada de mi vida, de mis palabras ni de mis días. Apenas que
yo era una sombra, una masa amorfa moldeable, un camaleón adecuado a las
situaciones, una persona aceptada no por lo que era, sino por lo que se
esforzaba en pretender ser. En cada ámbito una voz, en cada espacio una mirada,
en cada sitio un lugar, en cada tiempo una forma de pensar distinta, una lucha
acabada, una palabra abandonada y enmudecida para siempre, carente de valor.
En
cada momento una continuada y triste mentira.
Hay
unas palabras que se me escapan dentro del corazón.
Hay
unas palabras que se intuyen, ávidas, entre las comisuras
Me
he mudado al lugar de ti. No quiero salir porque fuera no existo. Solo existe
lo que hacen de mí. En ti no soy mitad. Soy un todo que se despliega y se
expande, que muestra todas sus facultades, y nunca teme tomar la palabra y que
caiga al vacio, y nunca siente el peligro inminente de un sentimiento de
menosprecio y hastío.
Tú
eres ese lugar en el que yo puedo ser yo sin simulacros y nunca cabe el
rechazo.
Para
mí eso es el amor.
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