martes, 9 de julio de 2013

La transparencia de mi en ti hallada

Hay unas palabras que se me escapan dentro del corazón.
Hay unas palabras que se intuyen, ávidas, entre las comisuras
Pero no llegan a salir
Porque falta valor o porque eso no existe.

El aire viciado de este cuarto de estar solitario me acaricia el cuerpo desnudo. Mi piel me arde. Es como un melocotón demasiado maduro. Como una manzana que ya ha caído y espera a ser recogida, cogida y mordida. Desea ser lamida aunque sea por alguna perra hambrienta que en aquel momento pasea bajo el manzano, rastreando alimento, buscando algo de sombra. Sombra que proyectan las ramas de mis brazos, intentando despojarse de este calor pegajoso de julio que me seca por completo, me desgasta y me expande. Quiero morderme a mi misma en un baile nocturno dentro de un caparazón demasiado vacío. Donde pueda caber realmente. Donde ninguna parte de mi quede fuera, olvidada, desterrada, buceada irremediablemente en la terrorífica oscuridad de la noche.

Mi cuerpo desnudo siente su propia piel. Mis pechos avanzan por el espacio vacío, ganándole terreno, poderosos y sombríos, queriendo liberar tensión y quemaduras, calor y nerviosismo acumulado. Espero impaciente en este sofá deshecho y gastado, manchado de azul y blanco. Espero mordiéndome el labio.

Hay unas palabras que se me escapan dentro del corazón. Creo que porque no las digo. Pienso que porque no he llegado a escribirlas. He vaciado el sentido de las palabras más manoseadas. Ahora tengo que inventarme más. Pero no ha habido tiempo hasta ahora. Ahora es el momento. Es nuestro momento. Es nuestro verano lleno.

Te espero en nuestra casa rompiendo el silencio de la calma estival con mis palabras, están mordisqueadas como quiero morderte los pezones y las pecas en cuanto entres por esa puerta.

Ahora deshago lentamente los rincones, y escarbo como en una excavación arqueológica, profesional, desesperada, alguna idea, alguna idea triste y lucida que haya pasado inadvertida por mi cabeza, mientras yo recorría una lectura dura, cálida y sosegada entre estas horas que ya pasan. Esa idea que me lleve a volver, esa idea que me impulse, como motor de cambio, como alivio, como ruido tras este tiempo de silencio inquebrantable que genera de forma irremediable la obligación, el instrumentalismo y el dogmatismo.

Ahora quizá podría empezar a ser yo. He abrazado una posibilidad valiente y devastadora, podría seguirla por este camino tortuoso y daría igual si muriese antes de llegar a  ese final que no se atisba nunca por completo. De eso va la vida. O al menos eso creo.

Estoy saboreando estas palabras como jugo dulce de la fruta o de tu cuerpo que extraigo lentamente, recreándome en el proceso, y no me importa terminar. Lo absorbo con una sonrisa despiadada, sabiendo que el tiempo es mío, que el calor es mío, que el hueco es tuyo y me lo alquilas por un rato, que el alimento es tuyo y yo solo soy la hambrienta que te suplica para que le des un poco más y no le rujan las entrañas. Te tengo demasiadas ganas.

La poesía es como un nombre, callado y conciso, que atisba el día a día por sus ventanales, y si sale es para abrirlo, y si sale es para hundirlo, gastarlo, vivirlo, aprovecharlo, esa sucesión infinita de días que se repiten y siempre son el mismo, y en la repetición está el cambio, y en la aliteración el desconcierto, y en la metáfora esta el beso. Y en el hipérbaton el verso. Y en la hipérbole tu cuerpo.

Ahora esperaré a decir lo que no he dicho sino con mis pies descalzos.

Desde que me mudé a tu cuerpo, desde que hice ese traslado infranqueable hasta tus pecas, llevando a cuestas solo lo puesto, todo lo que pude llevarme que era poco: una mirada difusa y unos años infantiles; desde que empaqueté todas mis taras y mentiras para no llevarlas nunca hasta tu casa, no he querido salir de este lugar que tú has reservado para mi, de este hueco que me has hecho entre tu vida y tu sonrisa: apenas mitad de una balda en el armario para libros y una plaza en el baño para mi cepillo.

Este lugar modesto y colmado de tu amor se ha convertido en un hogar al que me es imposible renunciar, y no porque me haga feliz: cosa indudable, y no porque ordene lo cotidiano de mi, el día a día, mis horas, mis hábitos, mis planes, mis costumbres; y no porque llene este tiempo que siempre me ha sobrado y nunca he sabido emplearlo; y no porque no solo lo llenes sino que me enseñas como aprovecharlo, siempre al máximo… sino porque saca, no solo lo bueno, sino lo verdadero de mi.

Porque despoja todas las máscaras, todo ese elenco de disfraces que tengo colgados dentro de mí, en perchas perfectamente distribuidas y ordenadas, para cualquier situación y ámbito en el que me encuentre. No solo los desecha, sino que los quema, y no brota jamás la necesidad de recurrir a ellos, de cubrir la pureza de mi con ninguno de esos maquillajes fingidos aplicados en mi rostro para dar lo que el mundo espera exactamente de mi, que en ningún caso es lo que yo soy, para que los ojos vean en los míos lo que necesitan de mi: que no es en ningún caso lo que yo puedo dar, sino que siempre es algo mucho más bajo de mi misma y habitualmente denigrante.

En ese hueco que me has dejado dentro de ti, yo puedo ser yo, en mi existencia pura y verdadera, mi esencia más leal, compañera y triste, sincera y valiente. Mi Yo puede pasearse descalza y desnuda por ese lugar que tú tienes para mi, sencilla y tranquila, y jamás pretende aparentar que es más o es menos de lo que es en realidad.

Y lo que más calma otorga a este hogar que has construido para mí es que mi existencia sabe que solo puede ser amada cuando es ella de verdad. Cualquier cara ocultada o fingida no es bien recibida en tu casa.

Transparente y relajada, mi existencia descansa en el sofá, deambula por la casa, estudia en voz alta, lee por placer, muerde el placer en solitario y acompañada, cree en su lucha y en su causa, siente que tiene valor, que sus palabras suenan, que sus ideas valen, que sus miradas tiemblan.

Valiente, poderosa, débil y agitada, callada, tímida y loca, mi existencia es siempre ella cuando se refugia en tu casa.

Por eso no he sabido de mi nombre. Por eso no he sabido del reflejo. De este rostro que tantas muecas ha lucido, que tantas mascaras ha comprado y tantos disfraces vestido. No he sabido nada de mi vida, de mis palabras ni de mis días. Apenas que yo era una sombra, una masa amorfa moldeable, un camaleón adecuado a las situaciones, una persona aceptada no por lo que era, sino por lo que se esforzaba en pretender ser. En cada ámbito una voz, en cada espacio una mirada, en cada sitio un lugar, en cada tiempo una forma de pensar distinta, una lucha acabada, una palabra abandonada y enmudecida para siempre, carente de valor.

En cada momento una continuada y triste mentira.

Hay unas palabras que se me escapan dentro del corazón.
Hay unas palabras que se intuyen, ávidas, entre las comisuras

Me he mudado al lugar de ti. No quiero salir porque fuera no existo. Solo existe lo que hacen de mí. En ti no soy mitad. Soy un todo que se despliega y se expande, que muestra todas sus facultades, y nunca teme tomar la palabra y que caiga al vacio, y nunca siente el peligro inminente de un sentimiento de menosprecio y hastío.

Tú eres ese lugar en el que yo puedo ser yo sin simulacros y nunca cabe el rechazo.


Para mí eso es el amor.

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