Hace más de un mes una noticia me incendió por dentro: una pareja de 18 y 19 años fue tiroteada en un parque, en Texas, por ser pareja; por ser dos chicas. Llevaban cinco meses juntas, los mismos que llevaba yo con mi pareja cuando me enseñó la noticia.
Visualicé aquel parque, que no tenía por qué ser distinto a cualquier parque que yo conozco, y en él bancos de madera o de piedra, blancos o verdes, y en uno de ellos las dos chicas, sentadas muy cerca, hablando tal vez de ellas mismas, conociéndose, aprendiéndose, haciendo planes juntas, tal y como yo hago con mi pareja. Quizá incluso hablaban de escapar, de irse lejos, de la insoportable vida en sus propias casas, del sobrevivir cotidiano, de las condenas de los propios padres... Posiblemente se besaban, seguramente se besaban diciéndose todas estas cosas.
Y un coche pasó zumbando cerca del parque, aminorando la marcha al ver aquella escena. Puedo escuchar el deslizarse de la ventanilla a sus espaldas, tal y como a mis espaldas se bajó la ventanilla de un coche negro tocando el freno al verme con una pareja que tuve. También en la escena de Texas me imagino un coche negro. Y entonces, mientras aquí, a mis espaldas, una voz desagradable disparó unas palabras, allí, en vez de una boca con lengua asomó la boquilla de una pistola, y en vez de una voz brusca, un sonido atronador disparó dos balas hacia la pareja, deshaciendo aquel beso, arrebatando amor y dos vidas.
Y entonces qué diferencia hay entre las palabras arrojadas a mi nuca y las balas insertandose en ambas cabezas. Cuál la distancia entre las pistolas y las miradas que me arrojan encima todos los días al sostener con fuerza la mano de mi pareja por la calle, al agarrarla firmemente. No son dos actos aislados. No es locura o cultura. Las palabras lanzadas, las miradas arrojadas en España, se materializan en Estados Unidos con balas. La homofobia lingüística encuentra siempre una salida material en otra parte del mundo, donde el fácil acceso a las armas es posible.
Y si aquí lo fuera, el frenar de aquel coche negro y el bajar las ventanillas hubiese sido todo, hubiese sido el fin. Las miradas homofobas no matan porque no tienen medios para convertirse en balas. Pero de otra manera sí matan... Pero en otro sentido sí disparan...
Y entonces qué diferencia hay entre aquel parque y estas calles:
Que yo cumplo seis meses con mi novia;
Que ellas no. Que ellas nunca.
Que me maten por filósofa, por librepensadora, por mi pensamiento crítico, por mi autocrítica constante. Que me maten por inconformista, por estar en contra del sistema. Que me maten por roja, por republicana, por tener alergia a la guerra. Que me maten por pacifista. Que me maten por ser mujer, por feminista. Que me maten por ser poeta, por sentir, por no pensar, por irracional. Que me maten por atea, por realista, por negativa, por mis tristezas. Que me maten por mi antipatriotismo. Que me maten por ser cosmopolita, por mi aversión a las banderas. Que me maten por mis prejuicios. Que me maten por pensar que la política es un servicio hacia los demás, por mi rechazo a que cinco se llenen los bolsillos a costa de un millón. Que me maten por pensar. Por utópica, por idealista... Por no poder más.
Pero que no me maten por querer a mi pareja. Que no me maten por amar a otra persona.
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