Estoy esperando a que pase el tiempo, a que pase algo, a que me lleve a ti, mi niña manchada con sangre. Esta soledad me retumba en la cabeza. No puedo salir. La música me perfora. La odio. La escupo. Pero vuelve. No importa cuánto me vomite. Siempre me vuelvo a comer. Es una batalla interminable conmigo misma. Es una lucha incansable. Pero yo me agoto de este olor a tierra mojada. Yo me desintegro entre la lluvia helada. Mis vísceras, mi sangre derramada por el aburrimiento. He querido invocarme y mi reflejo se me escurre entre mis dedos.
Y qué más escribir si nada rima con nada.
Si todo está dicho.
Si todo está inventado
y la realidad es una daga afilada en la que mi retrato me persigue fragmentado.
Fragmentaria mi mirada, mi boca, estas manos, este puto corazón humeante que no sabe cómo terminar de disolverse. A pequeños trozos cortados meticulosamente la realidad que se escurre entre los dedos y dejamos hacer, y nadie pretende atrapar. A mí me suda la frente de leerla. A mí se me escapa el esfuerzo por los poros. De retenerla.
Que me claven un arpón en un ojo. Que me muera desangrada o asfixiada. Que me arrebaten del mar. Que me arrojen al mar. Qué más da. El dulce pasear del oleaje me irá enterrando. Las olas calmadas irán haciendo espuma que tapará mi cara y se confundirá con mi saliva. Entonces parecerá que he muerto de rabia.
Es que he muerto de rabia.
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