Me pesan los ojos entre palmadas calladas de manos.
No he dejado de contar la historia de cuando me escondí en un trébol de cuatro hojas.
Fue para que no me encontraran nunca.
No es que mi existencia de suerte.
El agua fría se deslizaba por mi garganta de forma intempestiva
descarada.
La vida me arañaba los ojos
me arrancaba pedazos de alma y se los metía entre los dientes
los masticaba lentamente, recreándose en la tarea laboriosa
hasta que poco a poco de mis fragmentos brotaba sangre.
Yo me hacía esperar, emanaban diálogos con la almohada
en el insomnio que se instaló en mi como una casa
y empezaron a dejar de acudir las lágrimas.
Las palabras fueron para mí
el espejo donde poder mirarme
el reflejo me devolvía del revés
pero yo andaba boca abajo
yo iba entre la vida pensando con los pies
así que distinguí mis ojos en los versos
y describí el refugio donde poder lamerme las heridas
lejos del mundo que le echaba sal
en la soledad que permitiese arrancarme las espinas
ansiada ausencia de miradas frías
y debía ser secreto
y debía ser inalcanzable invisible, un reto
me instalé en un campo de lirios quemados para no olvidar mis raíces
y me escondí en un trébol de cuatro hojas
que me encontrase quien no me buscase
o que no viniese nadie.
El resto de la historia la he escrito mil veces:
después de mi año en el olvido
llegó un león disfrazado de serpiente,
cortó un área del césped con los dientes
en él estaba mi trébol, entre los que tienen tres hojas
y esos ojos verdes me llamaron
y yo salí de mi escondite reinventada
y empezamos otra historia de leones y sabanas.
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