Me sube el calor por las orejas en este salto mortal que no acaba de caer. Vuelve Alejandra. Y las noches de verano interminables que me sitúan en medio días blancos. Dormir acurrucada entre toda la mierda del mundo. Se va quitando el velo. Amo la montaña de libros que se almacena lentamente en mi corazón.
He traicionado a la poesía. He abandonado la creación literaria por una militancia teórico-práctica hacia una causa siempre perdida. La siempre-ya pregunta interminable de los que sobreviven, de los que siguen con vida. Los muertos por la causa pensarán otras cosas. Entonces seguir leyendo y luchando por rostros desconocidos que desgajan el alma a tiras. Vidas igual de importantes que la mía. Vidas fulminadas, vidas asesinadas por el mismo motivo que yo leo apoltronada entre páginas blancas impolutas, inofensivas. Las palabras también matan.
A mí, que soy su confidente más leal, su admiradora más silenciosa, me han apuñalado muchas veces las palabras. Pero a veces no hay forma: nada rima con nada.
Voy levantando piedras demasiado pesadas en busca de respuestas que se esconden. La visión de túnel me impide ver nada más que no seas tú, tú mi idea Alejandra y tú. Se cierra el círculo de intensidades. La espiral inconclusa de pasiones. Pasión por las palabras y por ti. Por abrir espacios de lucha y por ti. Por ti, mi Eterna.
Me sube el amor a los ojos.
Me muerdo los labios con besos.
Seguir leyendo en busca de nada en concreto.
Empiezan, ya vienen, las palabras a mis dedos como gotas que se abren, como piedras que se hunden en el mar, a fundirse con el suelo húmedo y eterno: pero yo ando siempre sobre arenas movedizas.
La Poesía se entretiene con mi boca.
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