En el instante del momento en que me encuentro no me muevo. No puedo. Todo ha quedado suspendido en esa calma que me angustia. Todo detenido. Todo hielo, todo frío. Y los intentos de moverme, y los esfuerzos por permanecer en este instante están abocados a la destrucción, habrán de destrozarme a mí, y a ti, y a todo, y a todos. Mil veces. Sí.
Oh, la calma del momento, el aliento del silencio, enmudecidos sentimientos, acallado todo el ruido, y ya se acerca el movimiento condenado a hacerse quieto.
Cuando todo se para, se escucha el silencio, se mueren las palabras, y el viento habla. Habla y siempre dice la verdad. Una verdad capaz de anegar el mundo.
Hago nada constantemente y la nada me arrastra a su crepitar inerme, a su vacío ecuestre, a su camino a la intemperie. Al raso. Al raso he de vivir, vulnerable, así vive el poeta, así, así, viven los corazones que sienten, que han dejado de latir. Así tiene que sobrevivir quien ya no puede engañarse más a sí mismo. Ya solo queda hacer nada, y echarse fuego, y equilibrar la balanza, e intentar moverse.
Pero no puedo.
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