domingo, 11 de septiembre de 2011

Sobre una inundación

Me sangra el ojo. Me pasaba a veces, me pasaba siempre que intentaba ver. Me sangra el alma y las orejas, porque ya no oigo, porque ya no siento, porque ya me he muerto.
Me sangran las manos también, se vierten las gotas escarlata de impotencia. Y a veces de histeria. Solo a veces. Los puños destrozan tras su paso la pared. Y ahora me sangra el dedo que porta el anillo que me regalaste antes de irte.
Me sangra el ojo, sobre todo el ojo, de pensar que no vuelves. Y ahora se encharca la respiración muy poco a poco. Quizá no es cierto, tal vez no llueve.
Las palabras que se quedan sin decir no se escriben nunca, y al emborronarse con la tinta de la pluma nunca vuelven a ser verdad, el significado se pierde, el significante no existe, nunca ha existido. No hay palabras en los jirones del vestido que se ha cosido de propio para hablar.
Me sangra la nariz, me sangra el pelo, y órganos mayores. Me sangra el corazón si no te veo. Arráncame esas flores, y vamos a bailar. Vamos a fingir que el mundo no es como es, que no somos como somos, que nadie es nada, que todo es aire, que volamos. Vamos a inventarnos ahora que tenemos dos pinceles.
Y así, en este ensueño nunca despertado, todo podrá ser, todo podrá ser, y nada existirá a la vez.
El camino está lleno de nubes y no hay borrón, ni hoja de papel en blanco. Solo hay baches. Por eso me sangra el corazón, porque no sabe atravesar todos los obstáculos. Sangre, hay mucha sangre derramada, de muchas heridas desgarradas, cicatrices distintas que no cierran. Cada vez más, cada vez hay más espinas.
Ahora el viento sopla y me lleva lejos de esta habitación, de este olor a sangre que me ahoga, estoy sangrando, y ahora ya me alejo, pero no vuelves, no me has echado de menos. Ahora es hora, ahora es ahora, ahora es cuando, ahora es nunca, y nunca y siempre y nunca y siempre. Y ahora.

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