domingo, 18 de marzo de 2012

La noche en la noche

Toda la noche aspiro el lenguaje que me va consumiendo, como ver caer el agua que no será pronunciada. Me quejo de las migajas de ausencia que se dispersan entre mi amor, y yo, mi amada y yo, mi amante y su cuerpo y el mío y yo. La noche como vida, la vida como noche, el aire como ella. Respirar a las puertas del sentir ardiendo y no pensar en un qué ni un hasta donde. He corrido mucho sobre espinas de rosas sin pétalos, negras. Ahora podría meter el dedo en cada herida, pero las dejo al sol de la mañana para que terminen de cerrarse. He vuelto a mis palabras para despedirme de mi recrearme, ahora el lenguaje me cubre de una manera distinta, siempre la misma. No decir adiós a lo que no respira, cuántas tonterías.
Cogerte de forma argentina justo antes de que den las doce, las doce en un reloj que siempre marca las doce. Cogerte de forma argentina siempre. Hacerte el amor como se hacen el amor las palabras en un poema de Pizarnik, de cualquier genio del lenguaje: usando la lengua.

Toda la noche me amparo entre letras como consuelo de tu cuerpo que no viene, pero tu voz me envuelve al otro lado del espejo. La tristeza que acampaba en mí ha desalojado mis recovecos para darte tiempo de dormir conmigo, para que puedas amarme sin sufrir las ondas de la piedra eternamente lanzada a mi agua de lágrimas. Ahora ya no hay piedras, ni ondas, ni agua, si hay alguna lágrima es dulce. Qué sentido tiene bucear en ellas.

No sé qué digo ni dejo de decirlo. Solo ocúltame de este combate conmigo misma. Escóndeme de las sombras. Ahuyenta a los malos espíritus, los fantasmas que vienen a interponerse entre mí, a borrar la sonrisa que tú provocas.

Me abro a tu urgencia como las nubes alejándose después de llorar. Las montañas quedan mojadas como mi cuerpo. Y entonces se van. Y entonces tú vienes. No dejes de venir nunca. A por mí. A por mi mente. A por mi cuerpo. A por mi locura. A lo que quieras. Pero ven. Ven para volver sin haberte ido. Solo puedes irte para cerrar los ojos. Me gustan tus ojos cuando te cierras en ellos, como si escondieses un secreto no desvelado todavía, el resto del rostro sé leerlo con las manos. Tu ávida sonrisa me recuerda lo bueno de la vida. Y tus manos en mis manos. Y tus manos en mi pelo, en el origen de todo lo que soy porque me haces serlo. Te amo. No quisiera descubrir tan pronto el centro de mi lenguaje pero es éste, el te amo pronunciado, escrito, desvelado, sentido para siempre, instalado en mi ser como el hilo que lo teje. Ahora el silencio callado no estará nunca vacío. Sí lleno de miradas. Si dejo de hablar es para oírme. Tu rostro precioso se columpia como un niño a las puertas del amor.

No hay más para decir. Solo te oigo.

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