Ahora me concentro en
escuchar tu respiración pausada, lenta y profunda como la palabra dibujada en
el centro de un poema. No hay prisa, ni bruma. Ni negro ni llanto ni trueno.
Solo tu vaivén de aire en espirales, que entra y sale, y entra y sale, y entra
y sale. Como mis dedos en tu cuerpo, a veces. No me atrevo a perfilarte el
rostro con los dedos, por no despertarte, y subo más el grado de mi mirada.
Podría quemar el fuego que de mis ojos sale. Conforme avanzo por los pliegues
de ti, por los rincones de tu cara clara que describe mi nombre, mi rabia de
amor de las entrañas sube al pecho, y mi corazón empieza a correr para
seguirte, y mi respiración se acelera para robarte el aire pausado que exhalas,
y mi cabeza y mis ojos y mi boca, y mis manos y mi nariz y todo, resurgen de sí
mismas como si naciesen en ese instante, como si despertasen. Como si hubiesen
estado siempre dormidas esperando a que llegases. Y se acercan a ti, quieren
acercarse a ti todo lo que se puede, y quieren beberte con palabras, y
absorberte en la garganta, y exprimir de ti ese jugo que les da la vida, ese
zumo dulce que empapa tu existencia, ese brillo que te rodea. Eso de ti, eso tu
nombre. Esa palabra que no sucede nunca, ese verso que no se escribe, que no se
puede escribir. Porque no cabe. No, tu ser no cabe en las palabras. Se escurre
entre las sílabas. Se sale de las letras. Osado delirio intentar encerrarte en
ese espacio pequeño del lenguaje.
Tienes como montañas
en el rostro cuando ríes, debajo de los ojos. Mi ser se esfuerza en llegar a la
cima con la punta de los dedos, repasando tus pecas que yo amo. Y entonces
seguirán viajando mis manos por su parte favorita de tu cara, repasando los
contornos de tu sonrisa de ojos. No, sonrisa no. Sonrisas. Que se estiran en
las cuencas hasta el infinito. Y repaso esa sonrisa hasta llegar a donde vienen
a unirse todas las risas de tu mirada y allí terminan, entre líneas reunidas.
Pero tu boca. Y el precioso paisaje del camino hasta llegar a tu boca. Pero tu
boca. Dejarse caer desde el final de la sonrisa de tus ojos por la montaña,
atravesándola hasta llegar a tu nariz, y allí donde termina, saltar al vacío,
al abismo de tus labios cerrados. Descansar a las puertas del amor tras el
trayecto lento de recorrerte, por fuera y dentro.
Nos hemos quedado solas. Ya estábamos solas pero ahora
estamos solas de verdad. Y en silencio. En un silencio denso que atravieso con
el cuerpo. Se ha cerrado tu mirada a la llamada de la noche. Me abrazan tus
brazos tan fuerte que vamos a fundirnos en una sola figura desnuda. Velar tu sueño
en mi desvelo es por felicidad todo lo que entiendo.
"Los cielos son iguales.
ResponderEliminarAzules, grises, negros,
se repiten encima
del naranjo o la piedra:
nos acerca mirarlos.
Las estrellas suprimen,
de lejanas que son,
las distancias del mundo.
Si queremos juntarnos,
nunca mires delante:
todo lleno de abismos,
de fechas y de leguas.
Déjate bien flotar
sobre el mar o la hierba,
inmóvil, cara al cielo.
Te sentirás hundir
despacio, hacia lo alto,
en la vida del aire.
Y nos encontraremos
sobre las diferencias
invencibles, arenas,
rocas, años, ya solos,
nadadores celestes,
náufragos de los cielos."
(Pedro Salinas)
Gracias