miércoles, 31 de agosto de 2011

Ya llega septiembre

Ya llega septiembre
Ya cubre
Ya arde
El tiempo que volvimos
Infinito y que nos huye.

Ya llega septiembre
Ya llega tu andarte
El adiós, el horizonte
De la Alemania que nace.

Te querré,
Te querré mil veces.
Te buscaré
Por los rincones y las calles
En la mirada de la gente
En las sonrisas, largas tardes
Y no hallaré
Nada
Para aliviar
Tu ausencia
Que ya me asalta
Que ya me mata
Que ya.

Ya llega septiembre
Con tu gesto de huida
Y mis ganas de amarte.

jueves, 25 de agosto de 2011

La tristeza

La tristeza nos anega
en esta noche,
noche negra.

Tus ojos han mudado
de color tan de repente
que no los reconozco.

Ni me conozco,
ni quiero
ni lo pretendo.
Porque la trsiteza
distorsiona mi semblante
de tal forma
que no llega.

Y parece que tú,
que no has pasado por mi vida,
que tu tiempo ha sido
como un sueño dulce
y se han descosido
desde tus ojos mis párpados
y ya he despertado,
y ya te alejas pronto,
te alejas tanto
que la tristeza
vuelve
como si nunca me hubiese abandonado
¡con lo que yo te amo!

La culpa no es tuya,
no,
ni mía esta vez.
La culpa es
de los sueños
caprichosos que nos llevan
siempre a su merced.

Entregada estas a ellos
y yo renuncio al mío entero
para que el tuyo se cumpla.

Porque mi sueño es
verte
siempre
en cada amanecer.

Y el tuyo es
irte
lejos
donde no te pueda ver.

Pero sabes bien
que la tristeza a mí me anega,
que tu ausencia a mí me quema
y ya estoy
definida por trazos
que disuelven los lazos
que enredamos,
que nos atamos.

Tienes tantas,
tantas ganas de irte
como yo de morirme,
y tienes tanta
tanta prisa por marcharte
como yo por pedirte
que te quedes.

Pero tus sueños siempre valen más,
y allí vas.
Con ellos
te vas.

Que nunca te ahogue mi triste soledad.

jueves, 11 de agosto de 2011

No te olvides de mí

Amiga, no me falles.
Si viene el invierno muy frío
busca mi abrigo
y no te rindas
aunque enmudezca el alma,
aunque el silencio aceche
con sus palabras blancas.

Amiga, no me falles.

¡Pero no te olvides de mí!
No borres nuestro tiempo,
no apartes el recuerdo
de estas velas, del momento
de besarnos, de anhelarnos,
de robarnos nuestra piel,
de guardarnos
y de amarnos.

Yo te tengo aquí amarrada
a mi memoria y a mis manos.

¡No te olvides, no te olvides!

Amiga, no me faltes
Porque el irte ya es bastante.
No tiñas nunca de ausencia mi vida.
No me prives ni un día de tu risa.
No abandones nuestros secretos a escondidas.
No hagas que renuncie a tu sonrisa de niña.

Amiga, no me faltes.
¡Y no te olvides de mí!

No olvides lo que hemos hecho,
lo que las dos memorizamos,
no trates de anular el trecho
del camino en que nos encontramos.
No desates nunca el nudo de este lazo.

Amiga, no te escondas.
Amiga, no te enfades.
Amiga, no te abatas.
Amiga, empieza a andarte.

Yo anclada al suelo estoy
por tus besos y tu adiós.
Pero ya a salvarme voy
para quererte en la distancia,
para extrañarte desde lejos,
para admirarte, para ayudarte
y repetirte

Amiga, no me olvides.

Existe la felicidad

Siempre he pensado,
Año tras año,
Segundo tras momento,
Instante casi eterno,
Que la felicidad no existe.

Y lo he sabido y lo he asumido
Y lo he entendido y lo he aprendido
Y he convencido a quien he podido
De que no,
De que la felicidad no existe.

Pero ahora la felicidad
Tiene tu nombre,
En tus brazos me acoge
Y me besa con labios
Que a ti huelen
Que a ti saben.

Ahora la felicidad
Mira con tus ojos,
Habla con tu voz,
Y repite los te quieros
Que inundan todavía más
Este sentimiento.

Ahora la felicidad
Camina de mi mano,
Se preocupa de mi estado
Y quiere más,
Quiere tanto
Que el querer no encierra
Lo que siente
Y no hace daño.

Ahora la felicidad
Me mira mientras duermo,
Me habla con susurros
Siempre atentos
De que descanse
Y de que me acoja
La infancia que no he tenido
Y que ya vivo
De mi vida en esta estrofa.

Y es verdad,
Que sí que existe,
La felicidad existe.

Tiene tu gesto
Y tu cara,
Está mientras tú estás
Y se llama Sara.

Al norte va mi amor

Al norte va mi amor,
Y a la muerte el no quererte.
A condenar mi alma estoy
Dispuesta por tenerte.

Al norte va mi amor,
Al este tus miradas,
Al oeste mis palabras
Pero al sur no, al sur yo no voy.
Al norte voy contigo
Porque contigo va
Siempre
Mi eterno corazón.

A contar hacia atrás el tiempo,
A memorizar con palabras tus gestos,
A asumir con esperanza los retos
De este final
Que ya supimos,
Que ya asumimos
Y que llega
Pronto
Para sentirnos.

A mirarte con detalle,
A besarte en cien mil partes
Y sin medida,
Y sin huida,
A quererte, a quererte
En alma y día.

Y a disolver mi vida empiezo
Si es preciso
Con tal de que tú
Tengas la vida que has querido.

Te quiero mil veces

Te quiero con todas mis fuerzas,
Y con el cielo y las estrellas.
Te quiero en esta noche,
Y por el día,
Cuando amanece,
Y al ver tu cara, y al ver tu vida,
Te quiero fuerte con el alma mía.

Te quiero en tu cintura,
Y en tus manos y en tus piernas.
Te quiero entre las flores
Y en el rocío de la uva en fruta.

Te quiero entre tu pelo,
En el olor de tus jabones,
En el sofá y los edredones,
De sus rizos y enredones.

Te quiero
Siempre
Te quiero
Nunca
Te quise
Antes
De conocerte
Te quise
Entonces
Al presentarme
Y te quiero
Ahora
Por tus detalles.

Te quiero en sí,
Quiero tu esencia,
Tu inexistencia
Aterra
Y tus estares
Ciegan.

Te quiero a ti,
Tal cual eres,
Como tú eres,
Como me quieres
Tú a mí.

Te quiero ahora,
Y te quiero entonces,
Te querré siempre
Hasta mil veces.

Te querré aunque te vayas,
Te querré aunque te marches,
Te querré
Aunque no esperes que te quiera,
Y cuando vuelvas
Sabrás
Que te he querido
Siempre
Desde estas tierras.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Entra la noche en tu ventana

Entra la noche en tu ventana
Y yo te miro,
Y contemplo
Esa parte de tu cara
Y de tu vida
Que más quiero,
Y más me gusta.

Entonces te veo,
En tu casa y en tu cama
En mi espalda como almohada
En tu cuerpo sin las sábanas.
Y te quiero, y te quiero.

Detengo el tiempo
Y entonces te entiendo,
Y te admiro, y te comprendo.
Me enorgullezco
De estar contigo
Aquí, y ahora
En tu casa y en tu cama,
En tu pecho como almohada.

No lo he pensado,
Pero lo sé.
No lo he notado
Y lo siento.
Lo intento,
Aunque no pueda,
Traducirte con palabras
Para esperarte
Para anhelarte
Para quererte
Para añorarte
Cuando te vayas,
Para quererte
Siempre,
Aunque te vayas.

La noche entra en tu ventana
Y al mirarte no eres ella,
Ya no eres la de antes,
Cada minuto eres distinta,
Cada segundo resurges siempre
De ti misma.

Y quizá sí,
Quizá eso sea el simple amor,
El amor simple,
Que nada pide y nada exige
Y lo da todo, y lo permite.
Y quizá sí,
Quizá en este instante
De tu cuarto y de tu cama,
Quizá en estas palabras
Que no decimos, y en tus miradas
Las que guardas
Para mirarme a mí,
Para mirarme solo a mí
Haya amor, amor del bueno
Del que siempre te ve cambiada,
Del que anhela tus miradas,
Del que tiene una parcela preferida
De tu cara.

Del que te sigue queriendo
Cuando entiende que te vayas.

La llama de la vela

La llama de la vela
Se refleja en tus orejas
Cuando me miras con ellas.
Y ahora empieza a consumirse,
Y ahora comienza a tener prisa
El tiempo
Que se escapa y nos aleja.
Pero hoy no
Esta noche no existe en ella.

La llama de la vela
Prende poco a poco tus caricias
Y tu cuerpo
Se desliza
Por mis manos, por mi vida.
La noche entra, como entro yo
En estos labios que arden
Tanto, tanto
Como la vela eterna
De esta llama negra.

La noche nos acoge
Sin que estamos dormidas.
Me quedo en tu casa
y tú en mis días.
Y ahora empieza a hacerse grande
La llama de la vela
Candente, extenuante
Que empieza
Pronto
A recorrer detalles.

La llama de la vela
En tus ojos se refleja.
Y me miras muy atenta
Con la curva de tus piernas.

viernes, 5 de agosto de 2011

Perdón

Hay ruidos en la casa,
crujidos de ventanas,
como en mi alma.
Hay noches que me ahogan,
como ésta,
ésta es una de ellas.

Quiero que vengas,
y me cierres los ojos
con los labios
y así
apagada la luz
podamos decirlo
y de verdad, decirlo.

Perdón por estos días,
perdón por este abismo,
perdón por el silencio
perdón por estas lágrimas,
y perdón por no escribirlo.

jueves, 4 de agosto de 2011

Te vas

Te alejas
Poco a poco
De esta marcha
Y de esta ausencia.
Tu mirada
Antes blanca
Se estremece
Como hiedra.

Hueca
La arena de tus dedos
Y el tiempo del momento,
El viento de tus labios
Que respiran en tu pelo.

Y ahora ya te alejas
Mucho antes de tu marcha
Fuera
El grito te asalta
Y dentro
Te ahoga el silencio.

Tu avión sigue en tierra
Pero tú ya estás lejos,
Y contemplo como vuelas
Decidida hacia tu encuentro.

Ya sé lo que supimos.
El tiempo puso un límite
A lo que nunca fue finito.
Pero es verdad
Que aun con todo escuece,
Y me duele respirar,
Y las manos se me duermen.

Confío en ser capaz,
En saber que yo soy fuerte,
En que sé que volverás
Y si no vuelves
Dará igual.

Pero luego ya no,
Después ya no puedo.
Pensarte muy lejos
Se me hunde en el pecho.

Y sufro al recordar
Que tú te vas
Que tú al final, te vas.

miércoles, 3 de agosto de 2011

A orillas de Alicante

A orillas de Alicante
He encontrado la infancia
Que creía perdida
Y en mi recuerdo se abre.
A orillas de Alicante
Ha aparecido ese detalle
Que creía vencido
Y me devuelve mi nombre.

Unos ojos marrones
Me miran distantes
Con la tez muy blanca
Manchada de espirales.
Y me enseñan todo
Aquellos ojos,
Y me muestran todo
Aquellos ojos,
Y me sienten dentro
Aquellos ojos
Que yo amo y que no enojo.

Entonces sus manos
Vivaces, de alarde
Se van para siempre,
Se van en mil partes,
Se van hacia el norte
Y me quedo en mi valle.
El reencuentro con esos
Añorados siempre eternos ojos
Se torna distante
Y no son marrones
Y ya son del aire.

Y esas manos han cambiado,
Como ese genio y ese rostro
Y hasta las pecas ya no son iguales.

A orillas de Alicante
He añorado un pequeño
Y marchito pueblo del norte
Que contiene
Sin saberlo
El sentido de Levante.

Y a orillas de Alicante
No encuentro el sentido a sus lugares
Si esos ojos no están
Enseñando a que yo ande.

La vuelta a estos lugares

La vuelta a estos lugares
Se torna tenue entre pesares.
¡Cuánto y cuánto
Ha sido soñado
Este retorno,
Este árbol,
Estos jardines,
Y el retoño
De este sol Levante!

La vuelta a estos lugares
Me inunda ¡y que me amarre!
Si yo no quiero irme,
Si no quise vestirme
De recuerdos tan pronto,
De ensueños tan rotos.
No deseé yo venir,
No pensé en regresar
Y aquí estoy
Mirando este mar,
El mismo mar
Que pisamos, y bebimos.
Las mismas olas,
Esta idéntica espuma
Entre la que nos miramos
De forma furtiva y sin vida
Diciendo las cosas
Ya nunca más dichas.
La dicha de estas rocas,
La arena de esta playa,
Se torna hueca y loca
Como mi cabeza enferma
Y los delirios que me ahorcan.

La vuelta a estos lugares
Me evoca sentimientos no resueltos,
Y pensamientos en fragmentos
Que se van.

La vuelta a estos lugares
Está llena de pesares
Mas
Una brisa marina me acaricia
En las orillas del mar.

Al amor que ya se olvida

Al amor que ya se olvida
Le crece lentamente la hiedra de saliva,
Y exprime ciertamente el jugo de la fruta
Y las uvas de la ira.

Al amor que ya se olvida
Le seca el llanto los cristales
De las catedrales góticas,
Sus rosetones, y sus matorrales.

Al amor que ya se olvida
Le cuesta entrar y siempre a trizas
A la memoria endeble que aniquila
El sabor de los momentos que querría.

Recordar no sabe,
Añorar no puede,
Adorar no entiende
El amor que se olvida y que no vuelve.

Al amor que ya se olvida
Le crecen poco a poco los detalles
De este talle
De amargura
Que se implanta
En sus altares.

Y a saltar la estatua ecuestre va,
A caballo entre simiente
Para que a este campo que estremece
Ardan las hierbas de los arrabales,
Y estas malas lenguas de metales
Incendien la tierra y sequen el cielo
Como si no hubiese dios, ni nubes, ni tormento
Y renazca del marchito genio
El color de las flores en el zenit de tu adentro.

Al amor que ya se olvida
Se le extinguen las caricias.
Pero resurge un amor nuevo
Como el ave fénix de sus cenizas.

Amanece, amanece, amanece

Amanece, amanece, amanece
Y el sol despunta el alba en el rocío
De esta mañana que no acaba
De empezar, todavía de empezar
Habrá el silencio a amortiguar.

Amanece, amanece, amanece
Con nubes grises de otoño
En pleno agosto
Y pienso, que si pudiese borrarlas
Lo haría con la mano y con el rostro.
Y ahora llueve
Dentro de los confines de este cielo
Lejos
Muy lejos
Habrá de irse lo que vino un día,
Tendrá que secarse el agua fría,
Acabará borrándose la memoria perdida
Como la pintura de acuarela
Bajo las férreas gotas de media vida.

Amanece, amanece, amanece
Pero no siempre, pero no todo.
Quedan aún fragmentos en el cielo
Restos del naufragio del encuentro,
Trozos rotos provocados por el viento
De tu pelo, y de tu mano y de tu aliento
En este lodo.

¡Ah, el frío calor de agosto!
Hacía cuánto que no sentía
Esta podredumbre en el alma
Vacía.

¡Ah, el eterno final de agosto!
La lumbre se funde en esta noche
Que amanece y que no es todo.

Amanece, amanece, amanece
Un nuevo día
Que se pierde
Como tú se pierde
Entre la bruma
de poniente,
Hacia el norte, el frío norte
De tu Europa y de mi tumba.


Tú te vas, yo me quedo
El tren que a disparar se va
A otros lugares, a otros mares,
A otros amores y a otros males
Lo habrás tú de tomar.

Yo no vivo en tren, yo vivo en barco
Que se ancla a la tierra y después vuela.
Y aquí me quedo, y aquí me salvo
Ensanchando mi propia tierra,
Extendiendo mi propio tiempo
Mientras tú recorres otras tierras
Y consumes lentamente el tiempo que nos queda.

No me gustaría materializarme demasiado

No me gustaría materializarme demasiado. Ni ver solo dos ojos, ni palpar solo dos manos, ni correr hacia la huida sin motivo en estas piernas. No me gustaría anclarme en lo concreto, en lo cotidiano. En la paz de los momentos, en el aire fresco del otoño, en el sofocante verano siempre recordado. No me gustaría quedarme aquí, atada al suelo, aferrada a unos labios que no besan, a un cuerpo que se atormenta, a un vacío de esperanzas huecas. No me gustaría, no me gustaría, respirar sintiendo el aire en mis pulmones, y que se quedarán allí, sin comprender, sin esperar, sin ambicionar nada.
No me gustaría materializarme demasiado. Ni leer un libro para averiguar cómo termina. Ni mantener una dialéctica para contemplar como el tiempo se desliza. Ni posar los párpados cerrados sin pensar el sueño, ni observar las cosas sin razonarlas luego, ni escuchar los discursos sin pensarlos primero.
No me gustaría, no me gustaría, no volar como lo hago, no elevarme a largos tramos, no correr a pies descalzos, no hallar nada en la nada, no escribir.
Y por eso me voy, y por eso me alejo, de lo material y lo concreto. Me voy muy lejos, a buscar otros lugares, a hallar otros pensares, y a saborear el aliento de esta huída siempre ansiada.

lunes, 1 de agosto de 2011

Queda todavía mucho aquí

Queda todavía mucho aquí. Quedan aún demasiadas palabras. Pero si solo fuesen ellas podría volver a mi cama. Hay más, hay más cosas que me asaltan.
Se torna el mundo demasiado material, muy sin aire, tan sin talle, que me ahoga, y me amarra, y me marca, y me tira hacia abajo, hacia la tristeza que esconden los mares. Los males asaltan. Todo es triste. Todo es tristeza. Silencio colectivo, terror temido, soledad que hiela y se queda.
Se torna el cielo tan sin nubes que angustia, y aprisiona, en un estado tan sin límite, en un espacio tan infinito, apesadumbra no ver el fin de este techo estrellado y hueco.
¿Qué hay, qué hay dentro?
Queda todavía mucho aquí.
Se tornan los labios tan sin besos que anhelo que se sellen y se vuelvan mudos. ¡Que hablen las miradas! Si es que pueden. Pero no, no pueden.
Se tornan los ojos, tan ciegos que enmudecen las palabras con ellos.
Y la tierra tan árida, tan yerma, tan sin sentido, tanto hastío en mi cabeza y en la arcilla y en los arbustos secos que no se alzan dos palmos del suelo.
Así, ¿cómo habré de elevarme?
Queda todavía mucho aquí. Quedan muchos desastres. Tanto que no queda nada, y el sentir a extremos comienza a ser peligroso. Habré de vivir amenazada de muerte.
Y la muerte ya me acoge, en su dulce ensueño, a que me despierte.

Delirios

Delirios infames
a mi puerta vienen
a llamarme,
y los escucho,
y los adoro
¡Los amo!
Porque son delirios
que me atañen.

Ahora sopla
ese inexistente viento
dentro
de mi alma
y de mi almohada,
y los delirios se engrandecen
y se ensanchan.

Un puñal
cubriendo mi espalda
tapa la herida
encendida
por la luz del día.

Yo quiero la noche,
y no mirarte,
y mis delirios,
y mis males.

Yo quiero la noche,
y no besarte,
y no pensarte,
y quererme
con toda el alma
derramada
entre esta sangre.

Delirios de muerte
¡que me asalten!
Los quiero todos,
como esas voces,
como el silencio,
como las tardes.

Como en los instantes
que no me quieres,
que no me abres
tus puertas
y que no entro
en tus mirares.

No me dejas,
no me dejas,
acampar en tu morada,
escribir
a lo negro de tu alba,
a los labios de tu pecho,
al color de tus miradas.

Delirios nocturnos,
despojos ardientes,
anhelo candente,
perfiles de dientes.

Que vengan,
que venga
la mordedura
prohibida de la fruta,
el vino
saliente de la uva,
el llanto
silencioso de la tumba.

Desnuda, desnuda
habrá de vivir el alma,
en la penumbra
de esta marcha,
que ya toca,
ya despunta el alba.

Sin bruma, sin bruma
se ven pasar las nubes
que se deslizan
por el cielo
como tú,
como avispas en revuelo,
como moscas de escarceo,
como lumbres que se apagan,
como cumbres que se alaban
sin llegarlas.

Delirios tan fríos
que hielan el fuego
del silencio mudo
de palabras en miradas
que lo dicen todo
sin que digan nada.

Y ahora

El silencio desdibuja los contornos de este encuentro. Y hace frío. Mucho frío. Ya es agosto, y el tiempo va helando el discurrir temprano de lo que se acaba, y se esfuma, y no vuelve. Y se recuerda. Siempre.
El silencio invade el hueco del perfil de los momentos. Y ahora nada. Y ahora nadie. Ya no hay quien nos salve de esta apuesta, ya no hay quien nos mate en esta esfera. Pesa, tu mirada, pesa, porque no mira, pero se fija. Arden, tus labios, arden, dando los últimos besos que ya escuecen. La noche ha salido hoy a buscarme, y a posar estos versos, y a escribir con anhelo. Y yo lo siento, todo lo siento.
Sigo esperando esa calma inquebrantable, o tal vez no, no espero nada. Cerrar los ojos ya es bastante. Un bostezo ya aparece. No quedan fuerzas para discernir lo inescrutable. No sobra aliento para contestar lo inexplicable.
Solo queda sangre. Que se derrama. Ya queda nada.

Historia de la mirada

Antes no había vacío, todo estaba lleno de nada, todo el universo giraba en torno a nada. Después la Tierra ocupó esa nada, y el vacío todavía no existía. El vacío empezó a existir cuando existieron las miradas.
Las miradas miraban, miraban las cosas, miraban las almas, las personas, miraban las miradas. Y cada mirada era distinta, y cada mirada transmitía, o no transmitía, y empezó a forjarse un vacío entre ellas, y a veces, después frecuentemente, en las miradas mismas.
Y como el vacío se fijó en algunas miradas, al mirar esas miradas se caía en el vacío. Algunas miradas se volvieron esquivas, pasaban por alto esas miradas, e incluso las cosas, por temor, por miedo a mirar el vacío, a descender hacia su centro.
Las miradas empezaron a pasar inadvertidas, apenas se posaban largo tiempo en un sitio concreto, sino que se deslizaban de puntillas, sin hacer ruido, con los pies descalzos, de un objeto a otro, de una mirada a un objeto, de dos objetos a ellas mismas. Y ni siquiera a ellas mismas se miraban de verdad. Por eso empezaron a desconocer a las otras miradas, y al mundo que les rodeaba, y a sí mismas. Las miradas no se recordaban, porque no se atrevían a mirar, a mirarse, a nadie.
Y el vacío cada vez se hacía más y más grande. Y el mundo iba quedándose ciego lentamente.
Había miradas, sin embargo, que se atrevían a mirar, que corrían el riesgo de caer en ese vacío que se iba ensanchando, que se iba extendiendo y que lo ocupaba todo. Muchas eran las veces que esas miradas habían caído en el vacío por arriesgarse a mirar, pero lograban salir de él, y seguían su mirar. Ah, y esas miradas sí, ésas se conocían a sí mismas, tanto, que se permitían el cerrar los ojos y seguir mirando. Las demás miradas, al cerrar los ojos, no podían más que estar soñando.
El vacío era tan denso y vasto que las miradas que miraban caían de forma constante en su centro, y empezaron a contener en sus cuencas lágrimas. Eso no las detenía, porque seguían mirando de verdad las cosas, las miradas y la vida. De tanto sucumbir en el vacío empezaron a mirarlo ya sin temor, ya sin escrúpulo, y lo contemplaron con tiempo detenido. Entonces las miradas que miraban se enjugaron las lágrimas y hallaron algo hermoso dentro del vacío, algo indescriptible. Habían llegado a contemplar el fondo de las cosas, el lado más profundo de las situaciones, los recovecos de la vida, los huecos de las manos, los rincones de los ojos, los secretos de los labios y las lecturas de los sentimientos, los más dulces y los más amargos.
Al regresar a la superficie descubrieron que el mundo estaba ciego y vacío. Y las miradas que miraban no volverían a mirar sin verlo todo.

Sigo esperando

Sigo esperando en mi cabeza el agua. Tiene que venir, a grandes bocanadas, tal vez como pequeño riachuelo que me lleve a otros mares, a otras aguas.
Sigo esperando en mi cabeza el agua. Esa agua pura y limpia que se lleve las cosas que la enferman, y que la matan. Esa agua de cascada, que siempre se renueva, que nunca es la misma, que refresca, que aligera, que eleva… que humedece en lágrimas también a veces, que entristece, pero que salva.
Sigo esperando en mi cabeza el agua. Esa agua que llena y que evita los dramas, que no se ancla en lo concreto, que aspira a la gloria, que ambiciona. Esa agua que no se puede agarrar, que se escapa entre los dedos, la no material. La que no calma la sed, sino que te obliga a beber.
Sigo esperando en mi cabeza el agua. Esa agua que aparece en las mareas altas, que azota las rocas, que desafía al viento, y que, después de su batalla, se va, se va muy dentro, y de ella solo queda la espuma y la hazaña de los hechos.
Esa agua inmortal que me enseña más y más. Esa agua infinita, esa agua que todo lo puede, ésa. Esas ramas de hilos de transparente líquido que anegan el mundo, que absorben los restos de las que se estancan y aparecen nuevas, bajando desde las montañas.

También sigo esperando que tú bajes desde las montañas.

Soledades

La ciudad está sola, sola como lo están las calles de mi alma, de cada alma que se atreve a escuchar la soledad de la ciudad. Y el silencio. Y el ruido del compás, del tiritar, suave y recio al despertar en soledad.
La soledad… la soledad de las mañanas, del café frío, de las parejas observadas desde la ventana al calentar la taza, la soledad de los domingos, de la cama y los paseos, de las noches de escritura y de los sueños.
La ciudad está sola y yo paseo entre sus brazos, ante sus ojos, ante su mirada acusadora que reprueba mi andar melancólico, mi pensar bucólico ante tiempos pasados, perdidos. El retroceder de la memoria es insospechado ante la soledad de este murmullo apagado de media noche, pronto sonará la madrugada, llevándome lejos, viajándome a sitios que no existen, transportándome a recuerdos que he borrado del olvido.
Un ruido, como de una puerta que se abre, quiere colarse entre estas calles, y el viento sopla denso unos segundos y después… silencio, se va, se aparta, se abate. Se abate como me abato ante esta negra noche oscura que es mi alma, y mi boca, y mis manos.
Entonces empiezo a mirarlo todo, pero a mirarlo de verdad, y descubro que hasta entonces no había visto, solo mirado, mirado sin ver las cosas de verdad. Empiezo ahora, y nunca es tarde. Y aun así siento que sí, que ya es tarde, es demasiado tardía esta ansia por descubrir lo que se esconde debajo de las cosas, pero yo miro con ávida ansiedad, con lucidez, con cansancio también. Miro y miro y empiezo a ver. Y los arboles aparecen ante mi por primera vez, como estas calles, como este viento, mirando el aire, mi tormento, como estas manos y estos ojos y estos labios, como esta ciudad, como esta soledad…
Y miro por primera vez mi soledad, y la contemplo. Es hermosa, y está fría. Es algo pequeño pero inunda, la parte de un todo, y el todo es la parte. Soledad, soledad, soledad, y nada más. Entonces empiezo a ver a gente que camina por la calle, que ha salido a contemplar lo que la noche les revele, pero pronto aprecio que no, que no son gente como yo, porque van hablando, y son varios, y yo, una, solo una, que contempla en silencio las cosas, porque quiere verlas de verdad.

He visto de verdad mi soledad.