La ciudad está sola, sola como lo están las calles de mi alma, de cada alma que se atreve a escuchar la soledad de la ciudad. Y el silencio. Y el ruido del compás, del tiritar, suave y recio al despertar en soledad.
La soledad… la soledad de las mañanas, del café frío, de las parejas observadas desde la ventana al calentar la taza, la soledad de los domingos, de la cama y los paseos, de las noches de escritura y de los sueños.
La ciudad está sola y yo paseo entre sus brazos, ante sus ojos, ante su mirada acusadora que reprueba mi andar melancólico, mi pensar bucólico ante tiempos pasados, perdidos. El retroceder de la memoria es insospechado ante la soledad de este murmullo apagado de media noche, pronto sonará la madrugada, llevándome lejos, viajándome a sitios que no existen, transportándome a recuerdos que he borrado del olvido.
Un ruido, como de una puerta que se abre, quiere colarse entre estas calles, y el viento sopla denso unos segundos y después… silencio, se va, se aparta, se abate. Se abate como me abato ante esta negra noche oscura que es mi alma, y mi boca, y mis manos.
Entonces empiezo a mirarlo todo, pero a mirarlo de verdad, y descubro que hasta entonces no había visto, solo mirado, mirado sin ver las cosas de verdad. Empiezo ahora, y nunca es tarde. Y aun así siento que sí, que ya es tarde, es demasiado tardía esta ansia por descubrir lo que se esconde debajo de las cosas, pero yo miro con ávida ansiedad, con lucidez, con cansancio también. Miro y miro y empiezo a ver. Y los arboles aparecen ante mi por primera vez, como estas calles, como este viento, mirando el aire, mi tormento, como estas manos y estos ojos y estos labios, como esta ciudad, como esta soledad…
Y miro por primera vez mi soledad, y la contemplo. Es hermosa, y está fría. Es algo pequeño pero inunda, la parte de un todo, y el todo es la parte. Soledad, soledad, soledad, y nada más. Entonces empiezo a ver a gente que camina por la calle, que ha salido a contemplar lo que la noche les revele, pero pronto aprecio que no, que no son gente como yo, porque van hablando, y son varios, y yo, una, solo una, que contempla en silencio las cosas, porque quiere verlas de verdad.
He visto de verdad mi soledad.
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