Queda todavía mucho aquí. Quedan aún demasiadas palabras. Pero si solo fuesen ellas podría volver a mi cama. Hay más, hay más cosas que me asaltan.
Se torna el mundo demasiado material, muy sin aire, tan sin talle, que me ahoga, y me amarra, y me marca, y me tira hacia abajo, hacia la tristeza que esconden los mares. Los males asaltan. Todo es triste. Todo es tristeza. Silencio colectivo, terror temido, soledad que hiela y se queda.
Se torna el cielo tan sin nubes que angustia, y aprisiona, en un estado tan sin límite, en un espacio tan infinito, apesadumbra no ver el fin de este techo estrellado y hueco.
¿Qué hay, qué hay dentro?
Queda todavía mucho aquí.
Se tornan los labios tan sin besos que anhelo que se sellen y se vuelvan mudos. ¡Que hablen las miradas! Si es que pueden. Pero no, no pueden.
Se tornan los ojos, tan ciegos que enmudecen las palabras con ellos.
Y la tierra tan árida, tan yerma, tan sin sentido, tanto hastío en mi cabeza y en la arcilla y en los arbustos secos que no se alzan dos palmos del suelo.
Así, ¿cómo habré de elevarme?
Queda todavía mucho aquí. Quedan muchos desastres. Tanto que no queda nada, y el sentir a extremos comienza a ser peligroso. Habré de vivir amenazada de muerte.
Y la muerte ya me acoge, en su dulce ensueño, a que me despierte.
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