lunes, 1 de agosto de 2011

Delirios

Delirios infames
a mi puerta vienen
a llamarme,
y los escucho,
y los adoro
¡Los amo!
Porque son delirios
que me atañen.

Ahora sopla
ese inexistente viento
dentro
de mi alma
y de mi almohada,
y los delirios se engrandecen
y se ensanchan.

Un puñal
cubriendo mi espalda
tapa la herida
encendida
por la luz del día.

Yo quiero la noche,
y no mirarte,
y mis delirios,
y mis males.

Yo quiero la noche,
y no besarte,
y no pensarte,
y quererme
con toda el alma
derramada
entre esta sangre.

Delirios de muerte
¡que me asalten!
Los quiero todos,
como esas voces,
como el silencio,
como las tardes.

Como en los instantes
que no me quieres,
que no me abres
tus puertas
y que no entro
en tus mirares.

No me dejas,
no me dejas,
acampar en tu morada,
escribir
a lo negro de tu alba,
a los labios de tu pecho,
al color de tus miradas.

Delirios nocturnos,
despojos ardientes,
anhelo candente,
perfiles de dientes.

Que vengan,
que venga
la mordedura
prohibida de la fruta,
el vino
saliente de la uva,
el llanto
silencioso de la tumba.

Desnuda, desnuda
habrá de vivir el alma,
en la penumbra
de esta marcha,
que ya toca,
ya despunta el alba.

Sin bruma, sin bruma
se ven pasar las nubes
que se deslizan
por el cielo
como tú,
como avispas en revuelo,
como moscas de escarceo,
como lumbres que se apagan,
como cumbres que se alaban
sin llegarlas.

Delirios tan fríos
que hielan el fuego
del silencio mudo
de palabras en miradas
que lo dicen todo
sin que digan nada.

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