Sigo esperando en mi cabeza el agua. Tiene que venir, a grandes bocanadas, tal vez como pequeño riachuelo que me lleve a otros mares, a otras aguas.
Sigo esperando en mi cabeza el agua. Esa agua pura y limpia que se lleve las cosas que la enferman, y que la matan. Esa agua de cascada, que siempre se renueva, que nunca es la misma, que refresca, que aligera, que eleva… que humedece en lágrimas también a veces, que entristece, pero que salva.
Sigo esperando en mi cabeza el agua. Esa agua que llena y que evita los dramas, que no se ancla en lo concreto, que aspira a la gloria, que ambiciona. Esa agua que no se puede agarrar, que se escapa entre los dedos, la no material. La que no calma la sed, sino que te obliga a beber.
Sigo esperando en mi cabeza el agua. Esa agua que aparece en las mareas altas, que azota las rocas, que desafía al viento, y que, después de su batalla, se va, se va muy dentro, y de ella solo queda la espuma y la hazaña de los hechos.
Esa agua inmortal que me enseña más y más. Esa agua infinita, esa agua que todo lo puede, ésa. Esas ramas de hilos de transparente líquido que anegan el mundo, que absorben los restos de las que se estancan y aparecen nuevas, bajando desde las montañas.
También sigo esperando que tú bajes desde las montañas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario