Me empujan manos de hierro hacia delante. Hacia un camino perfectamente trazado con tinta imborrable. No hay forma ni modo ni motivo. Solo estas piernas que se mueven como si ya no les quedase aliento. Un paso tras otro. Una herida tras otra, todas abiertas. Voy dejando sangre a mi paso. Y esas manos como puños me agarran fuerte instándome a no detenerme. Sigo caminando. Ahora hay a mi lado la réplica de mí. Como un fantasma adecuado a lo que no se puede. Tiene mi rostro, solo a veces, y otras no mira, y siempre siente, mucho más de lo que se debe. Intento correr hacia él, choca contra mí en una danza macabra que nos desliga de todo lo que somos. Como la nada. Como este vacío. Como estas manos de hierro que siguen empujándome hasta hacerme objeto. La cosificación del deber y la anulación de todo lo que se quiere.
Es un camino trazado con líneas gruesas que dejan márgenes inasibles.
De lo que se desea que no se da.
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