Mi desconocida actúa, porque se llena el alma en escenarios. Y en la risa que provoca elude el llanto. Y en la felicidad que desprende encuentra el rato del momento de ser feliz como un encuentro.
Mi desconocida actúa, con las ganas de salir al escenario, de mirar de frente al público, de no tener miedo al cansancio, de saber que lo que hace y lo que dice provocará el deseo exacto.
Mi desconocida actúa, de forma constante, porque es el motivo, la razón y el abismo de su estar en el mundo, de su respirar tranquilo.
Y cuando baja al patio de butacas, cuando abandona el escenario y se funde entre la gente, y se envuelve entre la masa, y se sienta junto al público, no deja de actuar, no se quita la máscara, no cesa su movimiento de representación atento, estudiado, trabajado, formado y espontáneo al mismo tiempo. No. Mi desconocida interpreta un papel que ha escrito para sí, una obra que ha inventado en el vivir, un personaje que no para de reír.
Mi desconocida actúa, y solo a mí me deja ver cuando cesa su labor de actriz. Por eso yo, entre ese público sentado, que contempla su vida en aquel escenario, interviniendo en ella solo con aplausos, la veo de pie, entre la gente, y ya no es masa ni actriz que interpreta, es persona que vive, que se mueve, que sufre y que siente, y me lo cuenta en esas tardes que quisiera hacer eternas.
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