Hemos llegado al nivel más hondo de las cosas, a ver el lado más poético de las situaciones, a traducir en palabras los gestos, en crítica los argumentos, en motor de cambio la desesperanza, en movimiento lo inamovible, lo dado, lo inmanente.
Hemos llegado al nivel más hondo de las cosas, a lo más profundo, a lo subterráneo. A ver lo que nadie, a sentir lo que no se puede. Y hemos llegado tan, tan, tan, tan lejos, sobrepasando el límite de lo establecido, de lo fáctico, de lo común, de lo sentido… que todo lo demás está vacío. Y cualquier otra mirada, cualquier opinión, cualquier palabra, sentimiento, situación o hazaña está condicionada, está construida con lo inmediato, con lo sencillo, con lo fácil, con lo superfluo, con la superficie.
Y no es contingente. No es en absoluto contingente.
Los que hemos atravesado esa superficie vana nos quedaremos en el fondo, siempre, siempre, siempre. Y estamos condenados a sentir un inmenso vacío alrededor, como un infierno frío, como un abismo que nos separa del exterior.
Porque hemos llegado al nivel más hondo de las cosas, y otros no.
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