lunes, 23 de enero de 2012
Cuando se derrumban los muros
He vivido días animales. Años temporales con una falsa idea helada. La ventana se va rompiendo en espirales. No acierto a sentir ni a saber lo que sé ni lo que siento. Ha sido un largo camino hasta el suicidio. Hasta la autodestrucción en un instante. Todos los senderos terminan en una voz demasiado grave para entenderla, las sílabas se juntan hasta producir un ruido monótono que me va enloqueciendo. No terminar de andar, que es cierto. Hemos de salir por la puerta de atrás, y fuera los juegos, y que no quede nada por decir, nada por hacer, nada por sentir, ni por derrochar ni un ápice de la sinceridad de ti que adoro. No quiero sentir nada. Así he vivido días animales, batallando con este mar de olas demasiado blandas. Ahora me van devastando y llevándome en una balsa que se tambalea hasta tus puertas. No me vas a abrir. Sincerarse con una pared en blanco. Con un papel demasiado lleno para seguir respirando. No hay palabras ya. Tus ojos se empañan. Un gesto, como una mano que se extiende sobre el lienzo de un cuerpo sin vida. Ahora acontece lo que no hay. Una mujer con tacones demasiado espesos. No he pensado ni un instante en desquitarme de ti, en librarme de este dolor que todavía no sé de dónde viene. Ojalá se cerrase alguna puerta. O todas. Ojalá me sumiese en esta oscuridad por siempre. O salir. Lo que sea, con tal de librar la batalla final para perderla. No quiero otra más. No quiero arriesgar lo que no tengo, no queda nada.
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