Se ha cerrado la noche de repente, antes de comenzar a contemplar nuestros pequeños planes, y no he podido nada más que quedarme a velar tu sueño dormido en mi sueño despierto, tanto, tanto, tanto tiempo, que los párpados se han plegado sobre ellos mismos, y me han impedido seguir viendo. Entonces yo estaba como flotando, bajo tus brazos en un acompasado respirar perfecto, compacto, recubierto del amor del mundo que nos va llegando a largos tragos. De vez en cuando un suspiro de más, algún que otro movimiento, un imperceptible cambio de posición, tus manos en mi pelo, luego en mi cara, luego en mi pecho. Pero toda la calma que existe viene esta noche a reunirse en esta misma habitación.
Pero entonces, entonces, entonces, entonces, si dejo de recordar es porque intento olvidarlo. Algo llama de repente, una garra ensombrecida que surge de las tinieblas, del Inframundo, ¿dónde está Caronte? Me agarra de los pelos, de los brazos, del corazón, me sume en las nieblas, de las que he bebido tanto tiempo hasta que las has iluminado TÚ, disolviéndolas. Pero entonces amenazan con volver, se divisa la tormenta. La Tragedia se va gestando a pequeños pasos... y esos timbrazos... Nos arrancamos de un dulce letargo, y algo llama, cada vez más fuerte, consiguiendo romper este sueño que se antojaba eterno. Volvemos a Ser. Entonces ya nada. Te levantas con prisa, y yo me froto los ojos por comprobar que siguen allí, donde los he dejado antes de que mis párpados me traicionasen. Miro el reloj. Las tres. Qué tarde, qué tarde. Y tu voz asomando desde el pasillo adormecida todavía, como pastosa y preocupada, diciendo un nombre, un nombre, un nombre. Ruido. El fantasma llama. La puerta se abre. Mi sitio se ha convertido en un no lugar del que debo huir, arrojarme a la noche, a las calles de madrugada por no seguir viviendo. Me levanto de un salto sin saber muy bien el motivo exacto, pero algo me lo dice, algo me lo indica aquí, dentro, que debo disolverme, que es mi papel, mi tarea. La desempeño. Agarro mis cosas. Me vuelvo de humo. Abres la puerta, la dejas entreabierta, corres a abrazarme. Yo ya me he disuelto. Estás besando al aire. Y en el rellano apenas un hálito de viento monta en ascensor. Alrededor, todo borroso. Alrededor, todo fantasmas. Como el que yo soy, ahora, corriendo hacia mi casa. Pero mi hogar lo he dejado atrás. Las sábanas aún estaban cálidas. Quizá olían a mí. El tedioso regreso con unos pies que ya no pisan el suelo, que ya no saben sentirlo, y una mente llena de locura trabajando muy deprisa. Y una ira contenida que no sé de dónde salía. Y mi sonrisa extinta.
De cuando el presente y el pasado se superponen, se chocan, se encuentran de repente en la misma habitación. Sin dolor. Sin culpas. Sin perdones. Ni mejor ni peor: son dos cosas distintas.
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