Tu flagrante cintura a la luz
de una luna más débil que un suspiro.
Tu evidente sonrisa entre mis piernas.
Tus vueltas al amanecer
tus aullidos a la noche oscura
tus alientos escapados entre las formas
que dibujan las blancas sábanas muriendo.
Queriendo perder el juicio aquel día
no ver nada más de lo ya visto
morder mis ramas azules
que como en un árbol se estiran hasta que se parten
de repente apareces
y ya hay mucha vida
y nada de aire.
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