sábado, 7 de abril de 2012

Leyendo a Martín Gaite


“Sonrío absorta a la línea incierta del horizonte que el sol va a teñir de fuego cuando se hunda en el mar dentro de un poco”
Nubosidad variable.

Levanto la vista de un libro que me ha robado el alma, la sonrisa y la tarde. Contemplo la luz caída del sol en un cielo que se va despejando. Las nubes se disuelven como el título que encabeza las páginas que sostengo entre las manos. Las últimas palabras que he leído resuenan todavía en mi memoria y en mis oídos. Pienso en ellas, y pienso en ti. Pienso en el mar que describen y en el que estás contemplando. En el atardecer que se aproxima en las palabras y el que se oculta tras las casas del edificio de enfrente, hecho con espejos. Contemplo mi reflejo en una ventana habitada por desconocidos. Pienso en ti, y en el mar y en la playa y en ti. En ti frente al horizonte que arderá en cualquier momento. Que contemplarás arder, tal y como me has contemplado arder muchas veces entre tus brazos, sobre tus dedos. Te echo de menos. La luz va muriendo poco a poco. Ya solo se cuela un tímido halo por el cristal, y el amplio salón que me contiene queda ensombrecido, más, y más, y más, como la trayectoria pictórica de Goya: cuando contemples el sol ahogándose en el agua mi salón habrá quedado igual que sus pinturas negras. Y así, quedo, va muriendo el día, hasta que mi perfil aparece tan solo dibujado por la pequeña lámpara que ilumina de lleno las palabras escritas por otro genio del lenguaje del que me empapo en esta interminable tarde que ya cesa de existir. Abro el libro por la página que señala mi dedo y sobrevuelo la mirada por las letras impresas, saboreo su tinta negra. Pero no quiero hundirme todavía en la lectura. Pienso en ti de nuevo. Nunca dejo de pensar en ti. Hace una semana que no te veo. Una locura. Una semana y me vuelve mi locura. Pero es otra distinta, no es negra. Incluso tiene colores. No. Tiene un color. El morado, tu favorito. Sí. Mi locura morada me asalta en este final de tarde conjurado a evocarte. Me ha llamado tu voz desde la línea incierta del horizonte para que te escriba, para que te hable. Para que te ame. Para esto último tu voz me llamó hace más tiempo, quizá mucho antes de conocernos. Y yo te he amado desde entonces. Lo sigo haciendo. Pero no como entonces. El fuego que me abrasa y que me quema se intensifica a cada hora que pasa. Creo que lo sabes. Mi mirada no te engaña. Puedo decir muchas palabras, situarme en el extremo de un sentimiento, ampliarlo, estirarlo, extenderlo, y escribir sobre él millones de versos. Pero no miro a nadie como te miro a ti. Mis miradas son otro tipo de lenguaje. Como mis besos. Quiero darte ahora un beso enorme, como aquel, sé que te acuerdas, aquel al que le escribí un poema. Uno de esos besos, para ti, ahora, mientras el sol va muriendo, en esas rocas donde contemplas a una pareja, a ti y a mi. Algún día. Quiero ver tus ojos mucho antes que el sol, que otra mañana. Antes tu mirada que otra hora. Antes tus pupilas, antes tu sonrisa, antes, antes, mucho antes que todo.
Planeo de nuevo sobre las páginas escritas sin decidirme a aterrizar. No quiero abandonar tu recuerdo tan pronto. Mejor lento. Aunque no lo abandono. Siempre pienso en ti. Siempre huele a ti. Siempre me remite, a ti, todo. Y vuelvo al mar y al horizonte, mientras una sonrisa dulce me baña la cara, pensando en las tardes que pasaremos juntas, leyendo, en un silencio lleno de miradas.

1 comentario:

  1. Recuerdo perfectamente lo que estaba haciendo mientras tú escribías esto. Había un montón de km. entre nosotras. Tú pensabas en mí y escribías. Yo pensaba en ti y veía atardecer.

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