El orden simbólico comienza a desmoronarse,
se tambalea en los cimientos y no puede sostenerse
no hay razón, no hay motivo
solo dejar paso a las metáforas como aquel genio del lenguaje:
Nietzsche y su locura se me aparecen como la redención ansiada.
Entonces las momias de los conceptos se disipan,
eso es asimilable.
Yo lo asumo,
y me consumo también.
Autocriticarse como crítica a otras subjetividades.
Y ya comienzo a comprender
cómo el demonio del lenguaje no deja de aparecerse
en mis palabras lanzadas al aire,
de forma aleatoria
con sentido matizado solo en parte.
Pero no importa.
Los recursos literarios empiezan a hacer justicia
al gato que tengo al lado, a esta silla,
al vacío de personas que me rodean en esta hora.
La metáfora impoluta refiere de inmediato
hacia aquello que subyace.
Ha ganado el origen de las palabras.
Los conceptos no serán nunca más algo abarcable.
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